Ernesto Hernández Norzagaray

Sinaloa: 3 mil veladoras

"Las velas colocadas sobre la losa de cemento conformaban una multitud muda haciendo que los desaparecidos 'reaparezcan' simbólicamente a través de ellas".

Ernesto Hernández Norzagaray

13/09/2025 - 12:01 am

No fue casual que los organizadores de este acto cívico-político escogieran la explanada del Palacio de Gobierno, el corazón del poder político en Sinaloa.
"Las velas colocadas sobre la losa de cemento conformaban una multitud muda haciendo que los desaparecidos 'reaparezcan' simbólicamente a través de ellas". Foto: José Betanzos Zárate, Cuartoscuro

¡Otro Culiacán es posible! ¿Dónde están?

Se leía claramente desde las alturas de la explanada del Palacio de Gobierno del estado de Sinaloa y del despacho del Gobernador Rubén Rocha Moya.

Al ras del suelo se veía un sembradío infinito de luces ardientes que habían sido instaladas estratégicamente para recordar a los miles de desaparecidos en el último año en el estado de los once ríos.

Se trataba, en esa noche veraniega, de hacer luz contra la oscuridad, de hacer visible lo invisible y que, todas las voces, se hermanarán en una sola estampa, una imagen, un reclamo.

Que cada una de esas llamas se convirtiera en un recordatorio de una vida ausente, una exigencia contra la opacidad del poder y, reclamo contra la intolerable impunidad de quienes están detrás de cada uno de los desaparecidos.

Así, toda esa luz, generó claroscuros en los muros grises del Palacio de Gobierno simbolizando la tensión entre la memoria social y la indiferencia o impotencia del poder.

Las velas colocadas sobre la losa de cemento conformaban una multitud muda haciendo que los desaparecidos "reaparezcan” simbólicamente a través de ellas y ocupan un lugar en el espacio público, en el centro del poder político, donde siempre debió ser tarea y sólo llegaron a convertirse en un número, una cifra, una gráfica luminosa de Excel para justificar la narrativa oficial de: “estamos revirtiendo la tendencia”.

Y es que, cuando se habla de este drama humano con muertos y desaparecidos que se vive en todos los estados del país, sorprendentemente, el relato de Palacio Nacional sólo menciona una baja en los homicidios dolosos cuando los desaparecidos aumentan exponencialmente.

La estampa de las velas y las frases esculpidas con sus llamas silenciosas, entonces, son un acto de presencia colectiva que desborda cualquier discurso oficial porque el número de velas confronta la narrativa gubernamental interesada en minimizar las cifras de decenas de miles de desaparecidos en los últimos siete años.

Y aunque, las velas, tradicionalmente, tienen en la cultura mexicana un sentido espiritual, religioso, aquí, adquiere un matiz cívico y político, donde las familias culichis crean un ritual que sustituya al Estado y cumpla su función de duelo y reclamo de justicia extendida, como se manifestó el pasado 7 de agosto y se ratificó el pasado jueves en los accesos de Palacio Nacional con el estruendo del grito: "¡Ya basta!".

Por ende, las velas son un acto mayor que sacraliza la memoria frente al poder que profana la justicia con su reiterada omisión o la tibia expresión de apoyo del Gobernador a la manifestación del pasado domingo aun cuando la multitud gritaba molesta: "¡Fuera Rocha!".

Entonces, no fue casual que los organizadores de este acto cívico-político escogieran la explanada del Palacio de Gobierno, que es el corazón del poder político en Sinaloa.

El edificio, iluminado por las llamas, se transformó en un altar de la impunidad: una franja del pueblo sinaloense llevó a la puerta del Gobierno las ausencias que éste no ha de ver y probablemente, nunca podrá resolver, y, espero, equivocarme, que el régimen opte por conculcar derechos ciudadanos para evitar nuevas estampas simbólicas.

No obstante, la gravedad de las desapariciones forzadas, la protesta de las familias, amigos y solidarios no fue estridente, no hubo violencia, no la necesitaba: el silencio se volvió más poderoso que el grito desaforado porque colocó al poder frente a un vacío aun con todos los medios, a su alcance, no puede negar.

En términos simbólicos, fue una acusación ética porque denunció que la autoridad electa por 623 mil votos no es capaz de garantizar la vida, la justicia, la verdad y aun con todo eso, no quiere irse y facilitar un Gobierno de transición.

Y, entonces, la comunidad sinaloense se levanta contra el olvido, las madres buscadoras y los colectivos sociales transforman el dolor individual en memoria colectiva.

Este gesto reafirma que la sociedad no está dispuesta a normalizar las desapariciones ni aceptar, el relato oficial. Las tres mil velas son técnicamente un contra discurso luminoso al poder político.

Y es que, mientras, el Gobierno administra cifras y discursos de gobernabilidad, la sociedad responde con un acto de memoria que desborda lo político-administrativo, y se instala en lo ético y lo simbólico: iluminar la ausencia, exponer la impunidad, y reclamar que la vida y la justicia no pueden seguir siendo negadas.

Cuando las velas se apagaron quedaron vivas los signos y símbolos de este ritual. Es, quizá, el mayor acto de resistencia simbólico que haya tenido el pueblo sinaloense contra la violencia criminal, el silencio y la incapacidad de los gobiernos para garantizar la seguridad de los gobernados.

Este acto ejemplar, me trajo a la memoria, el informe que presentó el escritor Ernesto Sábato en 1986 como presidente de la Comisión Nacional sobre Desaparición de Personas y que llevó por título: "¡Nunca, jamás!", donde se hace un ajuste de cuentas con los militares por los 30 mil detenidos-desaparecidos durante el periodo de la dictadura de los generales Videla, Stroessner… y que, en democracia, fueron juzgados y sentenciados de ahí, la importancia, de la independencia del Poder Judicial.

Los nombres de la mayoría de esos detenidos-desaparecidos se encuentran registrados en piedra en un Memorial ubicado en los suburbios de Buenos Aires a un lado del río de la Plata, donde muchos de los desaparecidos terminaron en sus profundidades producto de los llamados “vuelos de la muerte”.

Se dirá en defensa, probablemente, con asombro que aquellos fueron los crímenes de una dictadura militar y que, en este caso, se trata de los cometidos por miembros de un cártel sólo que está demostrado que son producto de la connivencia crónica entre política y crimen organizado… ¿Entonces?

Los familiares de los desaparecidos por eso quisieron visibilizar la ausencia del Gobierno, por eso las tres mil veladoras encendidas para decir que no caben las ausencias de los desaparecidos y, mucho menos, de los encargados de garantizar la seguridad pública.

Quedan, para la memoria colectiva, aquellas llamas infinitas con su grabado en la conciencia colectiva: ¡Otro Culiacán es posible! ¿Dónde están?

Y, quizá, es hora de pensar en la construcción de un Memorial (o memoriales) de las víctimas para refrendar esta lucha contra la ausencia y el olvido.

Ernesto Hernández Norzagaray

Ernesto Hernández Norzagaray

Doctor en Ciencia Política y Sociología por la Universidad Complutense de Madrid. Profesor-Investigador de la Universidad Autónoma de Sinaloa. Miembro del Sistema Nacional de Investigadores, Nivel I. Expresidente del Consejo Directivo de la Sociedad Mexicana de Estudios Electorales A. C., exmiembro del Consejo Directivo de la Asociación Latinoamericana de Ciencia Política. Colaborador de Latinoamérica 21, Más Poder Local, 15Diario de Monterrey, además, de otros medios impresos y digitales. Ha recibido premios de periodismo, y autor de múltiples artículos y varios libros sobre temas político-electorales, históricos y culturales. Su último libro: Narcoterrorismo, populismo y democracia (Eliva).

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