Susan Crowley

Original, la herencia inapreciable

"En una tela puede haber mitos, leyendas, relatos personales. El hilo va conformando tiempos que se prolongan en cada fragmento. Son vidas entregadas a esa labor de una herencia inapreciable, como no sea a partir de su reconocimiento".

Susan Crowley

06/12/2025 - 12:03 am

https://youtu.be/THU2bFO7Q7c

El domingo pasado, después de cuatro días de trabajo incansable, una logística de meses de preparación y producción al más alto nivel, cerró Original. Un proyecto cultural convertido en fiesta de colores, de tintes naturales, de texturas y de imaginación. La significativa exhibición de la riqueza de nuestros pueblos originarios, del poder que tienen en sus manos, en sus mentes e imaginación.

Con una historia de privilegios, Los Pinos fue la casa exclusiva para las familias presidenciales. Aislada y ajena a los ciudadanos, llena de recovecos en los que por años se negoció la corrupción; donde se prolongó el poder de unos cuantos y se marcaron las diferencias entre los poderosos y la gente. En 2018 dejó de serlo y abrió sus puertas, convertida en un ágora de acontecimientos y de encuentro.

Ya son siete años en los que miles de mexicanos han podido disfrutar de los parques de la finca anteriormente vedados y, sobre todo entre salas y recámaras, aún se ven curiosos merodeando entre los espacios íntimos de las familias presidenciales. Lo que fueran recintos de exclusividad y privilegio, son ahora continente de valiosas exposiciones sobre nuestra herencia cultural. Quizá ninguna con la calidad y profesionalismo de Original, realizada el fin de semana pasado, el último de noviembre, una muestra de la diversidad que somos y de la que debemos sentirnos orgullosos.

(Menciono lo que se lee en la página de la Secretaría de Cultura; son datos interesantes que se reflejan en lo que pude constatar el domingo que visité la exposición.) En su quinta edición, Original contó con la participación de 400 artesanos de 257 localidades de 183 municipios. Más de 32 lenguas y pueblos originarios estuvieron presentes en esos días; además participaron representantes de los pueblos afromexicanos. Bellas pasarelas, a la altura de los grandes desfiles de moda internacionales, en las que lxs hermosxs modelos (con las características diversas que existen en nuestro país), portaban los trajes con orgullo y elegancia. El montaje, la iluminación y la música tecno-prehispánica fueron increíbles. Además, talleres de bordado colectivo, otros para niños y adolescentes o para adultos mayores de sesenta (en los que ya pude participar). Conciertos de grupos regionales, gastronomía con las llamadas Cocinas de Humo, en las que cocineras de ocho estados compartieron sus sabores. Momentos inolvidables de espontánea irrupción en las plazas con grupos de danzantes y bandas.

Tuve la gran suerte de que me tocara la Diablada de Oaxaca y Guerrero. Con sus vestuarios de sátiros, máscaras elaboradas en papel mache con personajes fantásticos, al ritmo de la fascinante banda de metales de reconocimiento internacional; llenos de energía nos trasladaron a una escena de carnaval. Un día de fiesta en el que se sintió el amor y la admiración de los visitantes a la cultura de la que somos parte. Todos recorríamos seducidos por la magia y la riqueza de cada espacio dedicado a una región, a una familia o a una cooperativa de artistas.

La diversidad de textiles, joyería, artesanía y bordados mexicanos era alucinante. La gente que circulaba entre los exhibidores tenía muy claro que había que pagar el precio correcto y no regatear.

Vi personas de todos los niveles sociales, distintas entre sí, pero que tenían en común el respeto y admiración por cada una de las piezas. Había huipiles de hasta cincuenta mil pesos o más. Verdaderas obras de arte que son costosas porque su producción es muy elaborada e implica procesos largos, tintes naturales, varias manos de bordadores y generaciones de familias dedicadas a ello. Tal vez no era posible adquirir un vestido de ese precio, pero el entusiasmo de las personas con las que me topé, motivó a adquirir algo por el gusto de tenerlo. Nadie se fue con las manos vacías. Muy pocos pueblos del mundo se comparan con el trabajo de nuestros artistas originarios pero, desafortunadamente, también han sido infravalorados, explotados, usados e incluso robados.

¿Por qué si hay tanta belleza, magia y creatividad en el arte popular mexicano, hay quienes se niegan a elevarlo a la condición que merece? ¿Por qué se prefiere una bolsa aunque sea fake, con tal de ostentar una marca? Llamarlos artesanos en vez de artistas, para demeritarlos, es humillante; en el fondo tiene el propósito de facilitar su explotación y sacarles provecho. A diseñadores de la categoría de Yves Saint Laurent, Hermes, Chanel jamás se les exigirían mejores precios, no se rebaja su obra porque se considera un verdadero arte. Al contrario, en esta era de consumismo y esnobismo, quienes podrían tener una colección de diseños mexicanos, pagan sumas estratosféricas por un par de zapatos o un bolso de firma extranjera. Una forma de validar la capacidad económica y lo que hoy se considera “buen gusto”, que cada vez es más presuntuoso y un remedo de las Kardashian. O peor aún, de las novias de los narcos.

La obra facturada por nuestros artistas no es artesanía, es arte. Llama la atención escuchar a jóvenes emprendedores que se acercan a estas comunidades buscando un “modelo de negocios”, término que debería avergonzar a todos delante de un verdadero artista. Vivimos una época en que nadie quiere arriesgar o invertir en un bien más que con certeza de éxito, siguiendo las reglas de mercado actuales. Hemos convertido a la expresión artística un commodity vendible. Los circuitos de arte encabezados por galerías, ferias y subastas que venden a coleccionistas improvisados que compran porque tienen dinero, no ven el arte más que como un valor tasable. Si eso hacemos con lo que consideramos arte, es posible suponer en dónde se coloca el valor de la artesanía. Pero, más que un objeto interesante o curioso, una “baratija”, tiene la vida de personas, el espíritu de pueblos y comunidades que han trabajado en su sobrevivencia. Los valores del arte están regidos por su trascendencia, porque soportan una crítica con el paso del tiempo, porque son únicos e intransferibles en su esencia. Esos valores llevan tiempo, son fruto de una pulsión que desborda la mente. Los artesanos mexicanos pertenecen a ese universo en el que el tiempo es bordado con paciencia, sin prisa y con la contemplación que merece.

El “modelo de negocio” de un empresario que compra a los artesanos en volumen a precios bajos para luego vender a precios exorbitantes, es una forma de abuso y explotación. Un emprendedor que quiere aprovechar los conocimientos y la técnica y no sólo eso, que además quiere que la elaboración sea rápida, barata y funcional, no entiende nada. Incluso la queja de que ellos, los artesanos, no se comprometen porque no quieren crecer y que deberían aprender de los maquiladores chinos, es parte de una discusión necia y sorda.

En el nuevo Plan México urge fomentar el respeto y motivar la producción de nuestros pueblos originarios, valorar su capacidad de crear, y ayudarlos a crecer y a sacar lo mejor de sí mismos. Esto se ha logrado en algunas comunidades en las que de forma respetuosa la colectividad se organiza como cooperativa y sus miembros se apoyan y protegen del rapaz sistema capitalista. Se puede seguir trabajando así e impulsar su arte para que trascienda y se internacionalice, a la vez que salvar comunidades que conocen técnicas y arte en peligro de extinción.

No se trata de cantidad, es un asunto de calidad, de respeto y de amor a una de las más altas formas de plasmar; que es ancestral, lo más antiguo del ser humano. Antes del pincel estaba la aguja, el hilo y el telar. En estos instrumentos se han vertido sueños, anhelos, formas de abrazar la vida, que han generado relatos que nos ayudan a entender distintas cosmogonías e imaginarios. En una tela puede haber mitos, leyendas, relatos personales. El hilo va conformando tiempos que se prolongan en cada fragmento. Son vidas entregadas a esa labor de una herencia inapreciable, como no sea a partir de su reconocimiento. En especial felicidades a Marina Nuñez Bespalova, Subsecretaria de Desarrollo Cultural, por su intensa participación, no sólo como coordinadora de Original, sino como una mujer sensible que valora, impulsa y está cerca de nuestros artistas originarios para escucharlos y darles el sitio que merecen. @Suscrowley

Susan Crowley

Susan Crowley

Nació en México el 5 de marzo de 1965 y estudió Historia del Arte con especialidad en Arte Ruso, Medieval y Contemporáneo. Ha coordinado y curado exposiciones de arte y es investigadora independiente. Ha asesorado y catalogado colecciones privadas de arte contemporáneo y emergente y es conferencista y profesora de grupos privados y universitarios. Ha publicado diversos ensayos y de crítica en diversas publicaciones especializadas. Conductora del programa Gabinete en TV UNAM de 2014 a 2016.

Lo dice el reportero