Melvin Cantarell Gamboa

Decrecimiento y comunitarismo social IV

"Por profunda que sea la reparación del daño ambiental, la destrucción extensa y profunda de los ecosistemas no devolverá a la naturaleza a un estado sostenible y peor, el Sur Global continuará su acelerada carrera a la destrucción total".

Melvin Cantarell Gamboa

30/07/2025 - 12:05 am

Decrecimiento y comunitarismo social IV.
"El estilo de vida imperial del 20 por ciento de la población mundial consume el 85 por ciento de los recursos naturales del planeta". Foto: Graciela López, Cuartoscuro

¿Por qué el decrecimiento?     

Por profunda que sea la reparación del daño ambiental, la destrucción extensa y profunda de los ecosistemas no devolverá a la naturaleza a un estado sostenible y peor, el Sur Global continuará su acelerada carrera a la destrucción total: territorios devastados por agroquímicos, millones de seres humanos sin agua potable, biodiversidad (plantas y animales) en proceso de extinción, a lo que hay que sumar la falta de conciencia, imaginación y reflexión de sus habitantes para romper su dependencia del capital extranjero y nacional. Ahora bien, sí gran parte del territorio que ocupan los países en desarrollo se encuentra en grave estado de aniquilación:  destruido, inhabitable y ecológicamente irrecuperable ¿Por qué sus pobladores no toman medidas y aceptan, sin oposición ni resistencia, el exterminio de su entorno y, como pueblos, se dejan explotar en   beneficio de las metrópolis? Debiéramos entender que el desastre será fatal si no hacemos nada por acelerar el derrumbe del capitalismo, permanecer como estamos esperando su muerte natural, que su cadáver se descomponga o se lo coman los gusanos, que peligroso, pues su disecación puede durar siglos; la única solución realista e inmediata es la renuncia al crecimiento.

Acompaña al desastre ambiental el cuestionamiento profundo sobre la legitimidad y los fundamentos sociales de las actuales instituciones  sistémicas; si tomamos a préstamo la definición de Max Weber como sistemas de poder y autoridad, entonces, han dejado de ser reguladoras de la moralidad y solidaridad social y urge su substitución y  superación que solo se logra con el fortalecimiento del comunitarismo, recurso  capaz de enfrentar ese desafío, pues  fortalece la cooperación, la solidaridad comunitaria y crea condiciones materiales para la toma del poder político por el pueblo; hay que entender también que los pueblos no son una multitud anónima que se deja conducir como rebaño; es una pluralidad que persiste en estar presente en la escena pública como fundamento de las libertades civiles y, el día que así lo quiera,  puede anular el dominio del 1% de los  inmensamente ricos y sus sustentadores: empresarios, políticos, partidos, burócratas, cientificistas, economistas y el intelectualismo (quienes creen que la verdad se obtiene a través del pensamiento, la abstracción y los conceptos). 

Escribe Peter Sloterdijk: “Las medidas adoptadas hasta hoy por los Estados frente al cambio climático se han escrito bajo el dogma del eurocentrismo, del evolucionismo, del universalismo de sus categorías, valores e impuestas al resto del mundo por los intereses del capitalismo” (En el mundo interior del capitalismo. Editorial Siruela). Desafortunadamente, a escala planetaria,  miles de millones de sujetos son engañados con esos artilugios y son aquellos que viven en situación de desorientación o que no tienen la suficiente información sobre los aspectos importantes de su vida o están  extraviados en el consumismo; debieran entender que los dispositivos del sistema  solo funcionan en quienes viven con la aceptación sin oposición del estado de cosas y viven con tranquilidad porque o ignoran lo que pasa o por  estupidez o por interés propio  le sirven al sistema y, para ahorrarse remordimientos y vivir plácidamente dan la espalda a los problemas reales. (ver Kohei Osaito. El capital en la era del antropoceno. Editorial Sine qua non). 

Johan Rockstrom, científico sueco y   partidario de la sostenibilidad global, considera, en relación con la crisis ambiental, que el modelo neoliberal capitalista aceleró el desacoplamiento de las relaciones entre los seres humanos y la tierra debido a que se basa en el crecimiento económico infinito y disocia la carga ambiental y la capacidad de la naturaleza para recuperarse; desequilibrio  que ha conducido a los seres humanos a rebasar los límites que controlaban la estabilidad de clima y que una vez rebasados hasta los actuales extremos es imposible   volver atrás. La pregunta que se hace Rockstrom es: “¿Existe algún método que haga crecer la economía sin aumentar la carga ambiental?” Su respuesta es absolutamente negativa; “imposible, afirma contundente, aún con las tecnologías verdes es muy tarde. La única solución es renunciar al crecimiento económico” (citado por Osaito).

Las conclusiones de Rockstrom no son nada gratificantes, “para devolver la estabilidad del sistema tierra deberán superarse el cambio climático, la pérdida de la biodiversidad, los ciclos de nitrógeno y fósforo, los cambios en el uso del suelo, la acidificación de los océanos, el consumo excesivo de agua dulce, la destrucción de la capa de ozono, la concentración de aerosoles y la contaminación química; cuatro de los cuales (cambio climático, biodiversidad, contaminación química y acidificación de los océanos) son irreversibles porque rebasan por mucho las fronteras impuestas por la naturaleza.  Según hace constar Osaito, los resultados obtenidos por Rockstrom, causaron un gran impacto en los ODS (Organismos encargados de la adopción de medidas urgentes para eliminar el cambio climático). Los valores, rendimiento y eficacia de las medidas adoptadas, hasta el momento son ineficientes (principalmente para las   tecnologías verdes). Para nuestra desgracia, la economía capitalista en su necesidad de crecer multiplica exponencialmente la carga ambiental. Incluso la teoría del  desacoplamiento  que sustenta la idea de que es posible crecer económicamente sin aumentar, e incluso disminuir, el consumo de energía e insumos, está fuera del alcance de esas nuevas tecnologías; ni el uso  generalizado de coches eléctricos, por ejemplo, es una medida útil, la sola extracción de sus componentes, como el litio, produce impactos ambientales negativos, contamina el agua, erosiona suelos, deforesta, genera estrés hídrico y desplaza comunidades; cierto, reduce la emisión de Co2, pero substituir el parque vehicular hasta compatibilizar el crecimiento económico con la reducción necesaria de Co2 excedería los   100 años; demasiado tiempo para salvar al  planeta, sin embargo es una gran aportación y un próspero negocio para el crecimiento económico capitalista: activa la economía, aumenta el consumo de recursos y sube el precio de los vehículos sin ningún beneficio para el conjunto de la humanidad. Para ilustrar más lo anterior, el estilo de vida imperial del 20% de la población mundial, consume el 85% de los recursos naturales del planeta, los seis mil millones restantes se dividen el 15% restante. 

Tanto Osaito como Rockstrom coinciden en una solución: renunciar al crecimiento económico sin perjudicar la subsistencia de la humanidad solo es posible a condición de reducir los costos de producción, aumentar la productividad, producir lo mismo con el uso de menos mano de obra, que haya empleo para todos, que los trabajadores gocen de mayor tiempo de ocio, etc.; esta propuesta aunque parezca imposible es la única   solución realista y diferente del sistema realmente existente ¿En qué consiste  esta vía, por qué no genera más pobreza? Porque prioriza la satisfacción existencial de los seres humanos por encima del consumo exultante.

En 1972, Jigme Khesar namgyel Wangchuck, rey de Bután, un país pobre y montañoso ubicado en el Himalaya, dio como respuesta a las constantes críticas por la precariedad situación de sus habitantes con una  contundente afirmación: en Nepal el eje de la  política económica es la búsqueda de satisfacción de cada individuo y se mide no mediante el crecimiento del PIB nacional (como simple dato, según Oxfam por cada punto que aumenta el PIB nacional, la mejoría económica de la población más pobre es de apenas el O.3%, el resto 99.97 % se concentra en los sectores más favorecidos; el más beneficiado, con 25%, es el 1% de la pirámide social). De lo que se trata, espetó a sus detractores Wangchuck, es de fomentar un entorno propicio para el bienestar y la felicidad de la gente; por lo que en Bután  medimos el bienestar psicológico, salud, educación, el tiempo dedicado al ocio, cultura, buena gobernanza, vitalidad comunitaria, resiliencia ecológica, calidad de vida y le denominamos índice de Felicidad Nacional Bruta (FNB); proyecto que solo el esfuerzo comunitario hace posible; a todo lo anterior hay que sumar la espiritualidad individual que consiste en la búsqueda de sentido y propósito en la vida por encima de lo material. 

Si trasladamos esta creación del imaginario social de Bután a nuestra cultura, podemos agregar que el cambio radical en las circunstancias actuales ha de tener como premisa el desarrollo humano, cualquier opción que se someta al dogma del crecimiento ilimitado en un mundo finito es insostenible e injusto para las generaciones futuras. El reto consiste en desarrollar la economía sin alterar el bienestar y la satisfacción social.

La propuesta del decrecimiento no es nueva ni novedosa, en México despertó interés desde 2007, con un coloquio que incluyó a países aparentemente contrapuestos que coincidieron en un punto: solo el decrecimiento es anticapitalista y antiproductivista; el productivismo es indefendible, ningún crecimiento, en las actuales condiciones,  puede disminuir, con resultados a mediano plazo, el consumo de combustibles fósiles, contaminación química de los suelos y la acidificación de los océanos y al mismo tiempo sanear el medio ambiente y conservar los recursos naturales.

Muchos han sido los trabajadores científicos que han sostenido teorías decrecentistas: Iván Ilich, Andre Gorz, John Ruskin, Serge Latouche, Nicholas Georgescu-Roegen, Arturo Escobar, los ya citados Kohei Osaito, Rockstrom y muchos otros. Todos coinciden en que el decrecimiento es la mejor opción ante el fracaso de la economía del crecimiento capitalista; se trata en esencia de la reducir la producción y consumo para lograr una mayor sostenibilidad y equidad y, al mismo tiempo, priorizar la calidad de vida de las personas sin dañar el medio ambiente; la propuesta es factible si ponemos énfasis en la satisfacción de las necesidades humanas fundamentales sin privilegios para nadie y, al mismo tiempo.

Iván Illich (La convencionalidad. Obras reunidas. Editorial digital: Titivillus. 2006), por ejemplo, estaba convencido, en los años 70, que la sociedad industrial se mantenía en pie gracias al embrutecimiento de sus miembros y el cinismo de sus dirigentes. Solo la convencionalidad es lo inverso del estilo de vida burgués, que aquí hemos descrito como imperial; la convencionalidad es la idea de que las herramientas, las máquinas, la ciencia y la tecnología deben estar al servicio de las personas y de la colectividad no de un puño de particulares; la convencionalidad se materializa en la autonomía y libertad de los usuarios de los recursos disponibles que, puestos al servicio de la comunidad, permitirán a los pueblos alcanzar un nuevo estado de conciencia (continuará).

Melvin Cantarell Gamboa

Melvin Cantarell Gamboa

Nació en Campeche, Campeche, en 1940. Estudió Filosofía en la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM). Es excatedrático universitario (Universidad Iberoamericana y Universidad Autónoma de Sinaloa). También es autor de dos textos sobre Ética. Es exdirector de Programas de Radio y TV. Actualmente radica en Mazatlán, Sinaloa.

Lo dice el reportero