
Por una sociedad poscapitalista
Las revoluciones son transformaciones históricas en las relaciones de producción, en las formas de propiedad de los medios de producción y en las relaciones entre clases; en toda sociedad dividida en clases se dan conflictos entre los propietarios de los medios de producción y la fuerza de trabajo que las opera, tensiones que a lo largo de la historia ha llevado a cambios sociales y políticos importantes; se producen cuando las contradicciones alcanzan extremos que hacen imposible mantener las relaciones cotidianas, situación insuperable que desemboca en lucha abierta entre las clases conflictuadas y culmina, hasta hoy, con un vencedor que se apropia el poder político. Entender este conflicto y su dinámica es fundamental para el análisis de la transformación radical y el cambio profundo que suplirá al capitalismo.
Los movimientos históricos muestran que para el estallido de una revolución es necesario que existan condiciones materiales, económicas y sociales que se gestan con el tiempo y que alcanzan un punto en que es imposible mantener el estatus quo. Normalmente es la creación de nuevas fuerzas productivas que convierten al sistema en un obstáculo para el libre desarrollo social. El capitalismo es hoy, por ejemplo, un obstáculo para superar la actual crisis planetaria; la gestión misma de la producción, en su afán de crecer indefinidamente, han puesto en peligro la existencia misma de los seres vivos.
Una constante en las revoluciones conocidas es que todas han desembocado y culminado en la toma del poder político por una nueva clase, normalmente los dueños de los medios de producción que, una vez en el poder, se separaron de la colectividad y exterminaron al movimiento insurgente. De ahí, que hasta hoy sólo hayamos conocido regímenes opresivos que eliminan a la clase dominante ya rebasada por la historia para colocar en su lugar otra peor, dejando intacta la separación de Estado-sociedad y dirigentes-pueblo. Este escapar por otra puerta no ha permitido la superación de las relaciones de explotación que caracteriza a los modos de producción conocidos.
En el actual contexto, no es posible una revolución sin la abolición y superación del modo de producción capitalista fundamentado en la propiedad privada de los medios de producción y sin arrebatar a los CEO´s la gestión, control y organización de las fuerzas productivas para ponerla en manos de los auténticos productores: los trabajadores. La perfidia vigente, dadas las anteriores experiencias, nos obliga a ir más allá de las revoluciones históricas a fin de que la próxima sea algo más que un evento histórico-social en que una nueva clase substituye a la anterior mientras sacrifica a la multitud que los llevó al poder y se rebeló con la esperanza de salir de su miseria y fueron traicionados fácilmente por desconocer los sucios juegos de la política; la historia de estos fracasos son incontables, y debieran servir de aprendizaje y ser la fuente que nutra la próxima revolución.
Para continuar, definamos en principio que es el Estado moderno, y por qué el objetivo principal es la gestión y el control de los medios de producción. Durante los siglos XVII y XVIII se delinearon los dogmas conceptuales que dieron contenido y forma al modo de producción capitalista que se caracterizó en sus inicios en poner énfasis en el uso de la razón, la ciencia y la crítica como herramientas fundamentales para liberar a la humanidad de la superstición, la ignorancia y la opresión, desde esta perspectiva, Kant concibe al Estado como un concepto que da forma a todas las instituciones que regulan a la sociedad moderna. Sin embargo, el Estado guiado por la razón pronto se constituyó en instrumento de opresión al servicio del capitalista; en la definición de sus funciones y como producto originario de la Revolución Francesa, adoptó la forma republicana de Gobierno que se basa en el principio del bien común y se sustenta en valores como la igualdad ante la ley, la soberanía popular en los asuntos públicos y la apertura a una sociedad democrática; esta ventana abierta ha educado a los pueblos durante más de dos siglos para la defensa de sus derechos, pero, lo más importante, como ha señalado Cornelio Castoriadis, esa apertura permitirá al imaginario social, consumada la revolución, recuperar las representaciones colectivas y simbólicas que moldeará la constitución de la sociedad poscapitalista en el proceso de construir una realidad diferente a partir de las necesidades materiales de miles de millones de seres humanos.
El capitalismo, como hemos repetido más de una vez, tiene como cimiento la propiedad privada de los medios de producción, el control del proceso productivo y el consumo y la capacidad para gestionar la totalidad del proceso, lo que permite al capitalista mantener y conservar su dominio sobre el conjunto social; los medios de producción generan bienes y servicios que son consumidos socialmente; el consumo, a su vez, impulsa el crecimiento de la producción en una relación simbiótica alimenta la avidez del capitalista de mayores ganancias y beneficios, círculo vicioso que nos tiene metidos en un callejón sin salida.
Desde su aparición en la historia, la burguesía encontró la manera de ser mejor que su antecesora la nobleza que arrogante y ociosa se ufanaba de saberse privilegiada, de poseer una educación refinada y se jactaba de sus honores nobiliarios, pero que era corrupta hasta el tuétano; la burguesía, orgullosa de haber adquirido experiencia en su relación directa con el trabajo, preocupada por el rendimiento económico y su pragmatismo en los negocios se caracterizó por promover políticas demenciales: inventó los nacionalismos y el patriotismo extremo, programaciones que dieron lugar al orgullo del Yo burgués y le permitieron crear su propio movimiento emancipador: la Ilustración, un movimiento cultural adoptó el uso de la razón como base del pensamiento e inspiración de sus instituciones; instauró una República de ciudadanos dividida en poderes independientes (Ejecutivo, Legislativo y Judicial, inventó la idea de progreso, una moral de clase y se dio el lujo de tener sus propios genios musicales, poetas, científicos, por último, satisfecha con su sentimiento empresarial despreció por inculta a la plebe, al pueblo llano. A esto no se llegó espontáneamente, la relación producción-consumo, riqueza-explotación de la fuerza de trabajo, la transferencia de recursos del sur al norte, las relaciones desiguales, la concentración inimaginable de riqueza, la destrucción de la naturaleza, la centralización de dinero y poder en los países centrales no sucedió porque sí, es producto de un largo periodo histórico que es necesario considerar para entender el impacto destructivo que nos ha puesto a la puerta del colapso planetario y a la desaparición como especie. Describiré el proceso desde la perspectiva de la relación producción-consumo y de las diferentes formas de propiedad, control y gestión que los modos de producción han experimentado a lo largo de la historia de la humanidad.
Después del nomadismo y vivir un proceso social caracterizado por la cooperación y el entendimiento, pero dominado por la violencia y la brutalidad en la resolución de los conflictos a causa de la ausencia de civilización, la historia de las formaciones sociales arranca con el modo de producción esclavista. En él, los medios de producción, la tierra, las herramientas y el esclavo como herramienta parlante (Cicerón) eran propiedad del esclavista que controlaba la totalidad del proceso productivo; el esclavo se encargaba de cultivar la tierra o se ocupaba en la construcción; los productos agrícolas eran destinados principalmente al consumo del amo, su familia y los sirvientes, no existían prácticamente excedentes y eran pocos los bienes destinados al mercado. El descontento de los esclavos se manifestó en fugas y rebeliones ocasionales, como la de Espartaco.
En el feudalismo, la propiedad y el control de los medios de producción estaba en manos del señor feudal que era propietario de la tierra que los siervos trabajaban a cambio de protección contra bandoleros y ladrones que asediaban los poblados. En la alta Edad Media los campesinos sembraban las tierras del señor a cambio de un pedazo de terreno prestado en el que cultivaba alimentos para su consumo; el poder político se fragmentaba en reinos y señoríos feudales. En la baja Edad Media, se fortaleció el poder de los reyes, se formaron monarquías, surgieron los parlamentos, se produjo una mayor movilidad social, se fortaleció el comercio, surgieron grandes ciudades, se produjeron importantes cambios culturales y la relaciones en el campo se transformaron, los campesinos sembraban las tierras feudales y realizaban los productos en los mercados, entregaban a cambio un tributo en dinero al señor. Pese a que los excedentes eran exiguos, según Leo Huberman (Los bienes terrenales del hombre. Editorial Nuestro Tiempo), los campesinos de esa época trabajaban menos de cien días al año, en contra parte, en el capitalismo, el obrero y el empleado han de trabajar todos los días para sobrevivir apenas, un día sin ingresos es una amenaza para su supervivencia y la de su familia. Las luchas contra el sistema tuvieron como objetivo a la iglesia católica por corrupta; vale la pena citar dos grandes movimientos: los husitas en Alemania, un movimiento reformador, y revolucionario surgido en Bohemia contra el clero católico y la nobleza que fracasó debido a la traición de Lutero y los niveladores movimiento libertario, también del siglo XVII que luchó contra el absolutismo monárquico y en favor del parlamentarismo y los derechos naturales. Ambos fueron masacrados.
En el capitalismo, el propietario de los medios de producción contrata la fuerza de trabajo de un individuo libre, lo que le permite gestionar y controlar individualmente o encargar a sus gerentes el proceso productivo e, incluso, como sucede, induce artificialmente a una mayor demanda de sus productos gracias a la conversión de la información en propaganda, a la generación constante de nuevas necesidades y el deseo imperioso de un público deseoso de nuevas experiencias, fenómeno que ha llevado al capitalismo a excesos y un ciclo expansivo que desembocó en la actual crisis medio ambiental.
Ahora bien, de continuar con esta relación producción-consumo, el proceso de producción capitalista cancelará toda posible restauración da una relación equilibrada entre los humanos y la naturaleza; una biopolítica de cohabitación y respeto mutuo como proponen Bruno Lataur y Dusan Kazic, según Claudia Vaca en su artículo Las relaciones entre el ser humano y la naturaleza, Una aproximación a través de Bruno Lataur y Dusan Kasic. (Revista Nómadas. El tiempo se nos agota). Lataur pide cancelar la separación entre naturaleza y sociedad que practica el capitalismo y propone una red compleja de actores donde seres humanos, animales, plantas y las tecnologías actúen en igualdad de condiciones; por su parte, Kazic sugiere un vínculo entre agricultores y plantas en una relación de cohabitación y afectividad, más allá de la lógica productiva vigente (continuará).





