Melvin Cantarell Gamboa

Lo ético en un mundo envilecido

"Hay momentos, como el presente, en que estamos obligados a actuar solidariamente en nombre de nuestros derechos fundamentales para frenar el extermino, la culpa de la desaparición de Gaza caerá sobre sus agresores, pero, el remordimiento perdurará en nuestras consciencias por omisos".

Melvin Cantarell Gamboa

01/10/2025 - 12:05 am

Lo ético en un mundo envilecido
Personas participan en una marcha propalestina. Foto: Xinhua

A Manuel Sánchez Icaza
Cabo San Lucas, BCS

“¿Son motivos éticos los que
impulsan a los hombres
en la realización de sus actos?”.
F Nietzsche. Aurora

La relatora de la ONU sobre los derechos de los palestinos, Francesca Albanese informó el pasado 17 de septiembre (La Jornada) que el número de muertos en la Franja de Gaza podría ser de 680 mil, diez veces lo estimado de 65 mil, el 83 por ciento de ellos, civiles no combatientes, mujeres y niños a quienes los soldados israelíes toman como blanco disparándoles a la cabeza, pecho y abdomen, según el día de la semana. Estos crímenes de lesa humanidad debieran turbarnos y avergonzarnos como seres humanos porque nos deshonran; la destrucción sistemática y continua de un territorio con la intención de exterminar a sus pobladores rebasa toda posible tolerancia, ya que cualquier punto de vista que apunte a la comprensión y necesario entendimiento entre las partes en conflicto ha de fundamentarse en el respeto a la vida de los civiles, en especial de mujeres y niños; sí la intensión, como parece ser, es el asesinato gratuito para infligir daño, terror y miedo los medios utilizados nulifican la legitimidad de las pretensiones de Israel sobre Gaza y sus actos, carentes de sentido, resultan absurdos e irracionales y, al negar el derecho a la existencia a un grupo humano, con justa razón merecen el calificativo de genocidio; además, humillar, degradar, envilecer, asesinar con fines de exterminio niega valor intrínseco a sus reclamaciones. Consentir lo que ocurre en Gaza abre camino a la arbitrariedad del más fuerte, hoy es Palestina, mañana puede ser cualquiera otro país o nosotros mismos; en el pasado reciente también vivimos genocidios que nunca se persiguieron como tales: el asesinato y la violencia sexual generalizada contra más de 800 mil tutsis ejecutados por el gobierno y la población católica hutu en Ruanda (1994); el bombardeo de la OTAN sobre la antigua Yugoslavia en 1999 que llevó a la balcanización y desaparición de ese país, la agresión fue ordenada por Bill Clinton para distraer a la opinión pública norteamericana del escandaló que provocó su afair con Mónica Lewinsky, la agresión provocó 200 mil muertes, 43.7 por ciento bosnios, 31.3 serbios, 17.3 por ciento croatas y 5.5 yugoeslavos; sumo a este caso la invasión a Irak ordenada por George W. Bush, considerada una de las más grandes violaciones a los derechos humanos pues se cometieron incontables actos de lesa humanidad, sin embargo, nadie ha juzgado a los responsables y el Gobierno norteamericano, hasta la fecha, no ha probado la acusación de que el país árabe poseía armas de destrucción masiva como origen de la invasión, en cinco años Estados Unidos asesinó a un millón doscientas mil personas, expulsó de su país a cinco millones de iraquíes (hoy refugiados en Jordania, Líbano, Turquía, Siria, Irán y Egipto), dejó 400 mil presos, al 70 por ciento de la población desempleada y condenó a vivir con un dólar al 43 por ciento de la población. A estos sucesos podríamos sumar actos parecidos en Afganistán, Myanmar, Sudán del Sur, Siria (2014-2015) y República Centroafricana (2013), en esos países se dieron detenciones arbitrarias, asesinatos, torturas, desapariciones y esclavitud, como las perpetradas en Libia por orden de Hilary Clinton durante la Presidencia de Barak Obama desde 2016. Hoy penden como Espada de Damocles actos criminales de la misma calaña que amenazan la estabilidad y la democracia en Latinoamérica: Colombia, Venezuela, Bolivia, Brasil y México; sin omitir el ignominioso y execrable embargo a Cuba decretado por Dwight Eisenhower, Presidente de los Estados Unidos hace 65 años (19 de octubre de 1960, consecuencia de la decisión cubana de nacionalización de 166 empresas norteamericanas, entre ellas casinos y hoteles de la mafia italiana; en represalia Estados Unidos se propuso destruir a un pequeño país de 10 millones de habitantes con todo el poder del imperio más poderoso de la historia obligando a los países del resto del mundo a no usar el dólar en sus transacciones con la isla, a los bancos a no permitir cuentas bancarias cubanas en terceros países como intermediarios, no comprar productos cubanos, no venderle combustibles, alimentos, medicinas ni equipos médico, no precisamente por la declaración del socialismo por Fidel Castro, sino desde un punto de vista ético, por desprecio, odio, venganza y castigo a un pueblo por no dejarse colonizar.

Estos ataques sistemáticos contra la humanidad en su conjunto han envilecido y conducido al mundo en un estado de violencia generalizada, masiva e injustificada que transgrede los límites de la condición humana, han roto el orden y la armonía del mundo, lesionado la dignidad de las personas, los fundamentos de la libertad, los derechos humanos y, por su carácter extremo, conducido a crímenes de lesa humanidad, lo grave es que se han cometido en nombre de fines no basados en el derecho, sino en la ambición, la codicia e intereses para castigar, apropiarse territorios, saquear recursos naturales a través de medios ilegítimos, injustificables y por razones mezquinas mediante narrativas y circunstancias creadas artificialmente.

En la búsqueda de lo que les es provechoso y conveniente esos países justifican sus agresiones recurriendo designios de origen sagrado, históricos o ideales; es cierto, los que tomaron las decisiones fueron sus gobernantes aduciendo haber actuado así para salvar al mundo de la barbarie y lo hicieron autoproclamándose civilizados; equivocación, actuar civilizadamente y proceder conforme a la ética y la razón moral empieza por el reconocimiento previo la humanidad del otro, aceptar que son portadores de la misma humanidad que la suya y agotar las posibilidades de entendimiento y diálogo; en cambio la agresividad en todas sus formas, constituye, se quiera o no, un acto ilegítimo ajeno a la civilidad y contrario a lo que pregona Occidente cuando habla de relaciones entre los pueblos; de ajustarse a su legado cultural, otras serían los caminos en la solución de conflictos, no la vergonzante destrucción que provocan; si Israel y Estados Unidos se nutrieran de la ética como guía de “su moral civilizada” hace mucho que hubieran creado las condiciones para un buen entendimiento, les bastaba con orientarse (de acuerdo con su filósofo I. Kant, fundador de la razón ilustrada), por principios universalizables por así convenir a la armonía entre los individuos como entre la naciones (Juárez), no hacerlo es actuar contra la humanidad, la moral y la ética y descalifica todos sus argumentos para hacer la guerra. La política de una nación civilizada debiera expresar con mayor rigor la necesidad de no ofender a la humanidad, la validez de esta condición exige, de manera directa y sin ambages, que los gobernantes la llevan a la práctica para no destruir la convivencia civilizada que impulsa a refrenar los impulsos en favor de la vida pacífica; la violencia, en cambio, atentará siempre contra la tranquilidad y la seguridad de los seres humanos y la libertad de los pueblos.

Lamentablemente, en el actual contexto la mayoría de los países y los individuos han optado por la indiferencia, la inacción y la pasividad ante la vulnerabilidad de los derechos fundamentales de la especie humana; no prestar atención a la “pulsión de muerte” (Freud) que anima los impulsos hacia la agresión y la destrucción; esta es la razón por la que podemos negarnos a oponer algún tipo de resistencia a quienes están trastocando irresponsablemente; es el momento de salir de nuestro confort y oponer nuestra minúscula fuerza para obstaculizar las ambiciones del poderoso y frenar lo que lo acompaña, violencia, brutalidad, desprecio, odio, venganza y castigo contra los pueblos, no solo en Gaza, también en la migración, los defensores de derechos humanos, de recursos naturales, sin pasar por alto que también son violencia la pobreza, la enfermedad, la marginación, la explotación y la discriminación. Étiene de La Boétie (Discurso de la servidumbre voluntaria. Tusquets, editores) nos adelantó un sencillo consejo: “La fuerza del tirano o del poder autoritario proviene de la multitud indolente y servil, su fuerza proviene del consentimiento de los oprimidos, estos debieran saber que para derrotarlos basta con no obedecer”.

Los seres humanos y los pueblos quieren paz y tranquilidad, ningún bien nacido desea el exterminio del otro. Sólo el malvado, el poderoso que quiere acrecentar su poder y dominar sobre los demás actúa brutalmente contra sus semejantes.

Por eso pregunto: ¿Por qué la Liga Árabe y sus 22 miembros y la Organización de Cooperación Islámica (OIC) y sus 57 países islamitas no forman un frente para frenar los crímenes en Gaza? Como puede deducirse de la cita del gran amigo de Montaigne (de La Boétie), puedo afirmar: todo grupo humano que quiera subsistir, seguir siendo y vivir de forma segura, armónica y plena debe asegurarse los medios necesarios y suficientes para su perduración, ofrecer resistencia a la opresión y la maldad, defender y luchar por su existencia, no hacerlo es atentar contra sí mismo, hacerlo es proceder de acuerdo a principios éticos, legales y de modo correcto. Lo ético, en este contexto, abre el camino, da sentido y guía a las acciones que deben emprenderse con la finalidad de alcanzar la paz y coexistir con el enemigo sin distingos de raza, creencias y costumbres.

Hay momentos, como el presente, en que estamos obligados a actuar solidariamente en nombre de nuestros derechos fundamentales para frenar el extermino, la culpa de la desaparición de Gaza caerá sobre sus agresores, pero, el remordimiento perdurará en nuestras consciencias por omisos; actuar en su defensa a tiempo es obrar moralmente en favor de la justicia, como ponerse en favor del débil reduce la posibilidad de equivocarnos en el compromiso que tenemos con el otro en tanto seres humanos; no hay que perder de vista, repito, que el poderoso cuando no encuentra resistencia, experimenta mayor atracción por la maldad, se apasiona con su fuerza al sentir que controla la situación y cree tener autoridad sobre el espacio en que actúa; sentir que ha obtenido lo que su voluntad le dicta le proporciona placer y satisfacción, como el sentimiento de saberse superior hace crecer en él la ambición de querer más.

Sí aceptamos que lo ético guía la conducta humana y da consistencia a los programas neuronales de carácter moral que alimentan en nuestra manera de hacer y actuar, es importante saber que el conocimiento de nosotros mismos es lo que nos hace ser conscientes y reflexivos respecto a nuestra condición de seres humanos. Según Spinoza y Nietzsche, estamos dominados por los instintos, esa fuerza vital que impulsa a los hombres a realizar sus deseos, al mismo tiempo que les permite perseverar en su ser; pero para tener una vida potente, exenta de odio, deseos de venganza y castigo, los seres humanos han de dominar sus instintos, aprender a pensar y reflexionar con sabiduría para actuar en consonancia con lo que piensan y conforme a la voluntad moral del hombre bueno, posibilidad sólo al alcance de los que han sometido sus instintos naturales para optar por bondad y benevolencia; en cambio, el hombre malvado, como el ciego que no puede ser afectado por la luz, a causa de su voluntad de poder y dominio, no ve la realidad, la encubre, miente, engaña y a esto suele llamarle estrategia, astucia o talento y sirve a los tiranos y a los ambiciosos para tomar a los otros como medio para alcanzar sus fines; los humanos no nacen buenos, como creyó Rousseau, sino que pueden llegar a serlo si aprende a seleccionar sus encuentros, desarrollan una acertada manera de percibir lo real y construyen neuronalmente sentimientos que los inclinen a actuar éticamente.

El mundo en sí, dice Nietzsche, no es ni bueno ni malo, ni el mejor ni el peor, porque ninguna cosa tiene sentido, sino en relación con los demás seres humanos y cuanto más consideremos a los otros más profundos serán nuestros sentimientos, más alta la autoestima, más completa nuestra humanización y comprensión sobre la esencia del mundo. No se daña por ignorancia, las acciones perversas y crueles se hacen en interés propio, codicia o negocios. Sólo el sabio, no el filósofo que aspira a la sabiduría, se satisface con una vida tranquila y serena. Los irresponsables respecto a sus actos (como Trump y Netanyahu), basan sus apreciaciones y acciones en designios, inclinaciones o interés y actúan por placer, desprecio, odio, venganza, perfidia o vanidad.

Melvin Cantarell Gamboa

Melvin Cantarell Gamboa

Nació en Campeche, Campeche, en 1940. Estudió Filosofía en la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM). Es excatedrático universitario (Universidad Iberoamericana y Universidad Autónoma de Sinaloa). También es autor de dos textos sobre Ética. Es exdirector de Programas de Radio y TV. Actualmente radica en Mazatlán, Sinaloa.

Lo dice el reportero