Este texto está escrito como presentación del libro Conversación sobre Arte y Arquitectura de la editorial Semillero en el Seminario de Cultura Mexicana.
La buena conversación es algo que en estos tiempos de polarización y discusiones vacías, que no van a ningún lado, se agradece. Y más aún, el diálogo rebosante de ideas, salpicado de sagacidad, que nos deja merodear por la memoria, que utiliza las palabras adecuadas para nombrar los acontecimientos y saber que fueron habitados. Un encuentro con preguntas que, al responderse, invitan a otros cuestionamientos. Así es la conversación infinita: un desafío a la inteligencia. En el caso de Arnaldo Coen y Felipe Leal la muestra de una verdadera amistad.
Es fácil, a partir de la lectura de Conversación sobre arte y arquitectura, imaginarlos debatiendo por el placer de la palabra y entregarse, y entregarnos ese otro espacio en el que el diálogo construye edificios, pinta cuadros, esculpe, danza y compone música.
¿Quién tiene la fortuna de sentarse al lado de estos dos conversadores? No todos. Pero debo decir que las veces que he sido “convidado de piedra” suyo, me he sentido delante de dos estrategas de la palabra. Un desafío que respeta las reglas clásicas del buen interlocutor.
En este breve encuentro de muchos otros, el pintor y el arquitecto, los dos artistas, colocan los temas pivote para hablar de la memoria, de un pasado que se actualiza gracias a que es sometido al diálogo, una mayéutica a la manera socrática. Anécdotas que pueden ser contadas una y otra vez porque siempre serán novedosas. Incluso si ya las hemos escuchado, son distintas ya que se dejan salpicar de pequeños olvidos que cobran vida. Una urdimbre de acontecimientos que, en boca de Arnaldo, se actualizan gracias a la provocación de Felipe. Parte de esos momentos quedan en este libro, y me atrevo a decir que darían material para una colección completa. Sin embargo, el privilegio de concentrarlas y su brevedad, les dota de una sustancia distinta a lo que podríamos considerar meramente información.
Hoy aquí, sentada al lado de Coen y Leal, no dejo de pensar en cómo podrían ser atrapadas al vuelo estas dos mentes. Tal vez en un cuadro de Arnaldo, entre cubos y geometrías que disparan nuevos horizontes, con el poder de mentes sagaces que viajan en el espacio y en el tiempo. Y este es un logro del Seminario de Cultura: capturar y atesorar en este pequeño libro sin alterar el ritmo y la cadencia que van gestando.
Para quien no haya tenido la inmensa suerte de encontrar a Arnaldo y a Felipe en medio de una tertulia, o enlazados en un debate de ideas, este testimonio es una pequeña caja que guarda sus voces y que nos permite sumergirnos en mundos insospechados; en un ir y venir de historias, relatos, anécdotas que brotan de una forma espontánea y natural. Gracias a las preguntas de Felipe, Arnaldo nos lleva a la liquidez del tiempo. Lo podemos escuchar parafraseando a Paolo Ucello con su Batalla de San Remo a la que volvió punto de inflexión en su propia obra. Como lo dice Felipe, entender la necesidad del artista de representar formas tridimensionales en un espacio bidimensional sin restarles su aura y no robarles el aliento. Y así lo hace el libro, guarda las voces vivas entre sus páginas sin apagarlas.
La conversación entre dos amigos es un don; tiene la virtud de revisitar el pasado y actualizarlo. Gracias a este libro, puedo caminar a lo largo de la plaza de Kassel, durante la Documenta de 1972 con los jóvenes e irreverentes artistas: Arnaldo Coen, Gelsen Gas y Juan José Gurrola, mientras cranean una pieza que sigue siendo innovadora, Robarte el arte. Los imagino interviniendo piezas de artistas consagrados y resignificándolas. Agradezco a Arnaldo que, relatando ese momento me permita estar lo más cerca posible de mi héroe, el legendario Harald Szeemann, curador de aquella Documenta 5.
Pero también gracias a la mención del legado que Coen representa, me vienen a la mente dos momentos entrañables de mi infancia. El primero, la admiración de mis abuelos y mi madre por la gran mezzo Fany Anitúa, abuela de Arnaldo, de una voz que alcanzaba registros alucinantes. En realidad, contralto; decía mi abuelo que debía cantar Wagner, pero cuya técnica podía volverla una heroína de Rossini. Y no menos memorable, su hijo Arrigo, padre de Arnaldo, que cada sábado aparecía en Sopa de Letras del provocador Jorge Saldaña. Arrigo tenía la inteligencia del tamaño de la voz de su madre y con enorme talento, solía ironizar sobre las pretensiones intelectualoides de algunos invitados. Jamás solemne, siempre sabio. Algo que Arnaldo heredó.
Y así el viaje, pasa por la pintura sonora de Paul Klee, y por las novedosas espacialidades de Cezanne. Luego nos topamos con Juan O´Gorman y su monumental obra. O aquél también ya legendario viaje de Coen a Tanzania para fundar una nueva capital. Y luego como si el tiempo apremiara, realizar el proyecto de escultura pública en Tabasco. También llama nuestra atención sobre El Eco como un ejemplo de fusión entre las artes o, en dos renglones, define la genialidad de Chillida que “buscó capturar el vacío y el espacio negativo al integrar sus obras de forma armoniosa con el paisaje natural”. Definición que da para un tomo completo sobre la escultura y su posible metafísica y que es contextualizada con maestría por Felipe.
Son muchos los ejemplos de grandes momentos y los nombres de personajes mencionados en este libro. En él es posible constatar lo mucho que hay que rescatar en materia editorial, que no importa el tamaño de una edición sino su contenido. Con esta iniciativa el Seminario de Cultura desborda los márgenes de la arquitectura en el tiempo, rompe la línea establecida por los muros y abre puertas hacia otras realidades.
El arte de la conversación fluye, transmuta en nuevas ideas, se renueva en su propio acontecer, abre puertas invisibles generando otros espacios y otros tiempos en los que pasillos inexplorados se enuncian para nuevamente ser desbordados; como se desbordan los cuerpos y la sensualidad en las obras de Arnaldo, y como se intuyen ámbitos en los diseños arquitectónicos de Felipe.
Este libro con su diseño impecable, su título, su formato, es una pequeña joya que alberga múltiples posibilidades. Me hace pensar en que Arnaldo y Felipe son dos personajes renacentistas de cepa, en el mejor de los sentidos. Han sabido viajar en el tiempo y en los espacios que el arte ofrece; no se han quedado en sus especialidades, sino que, con enorme curiosidad, saben inmiscuirse en todos los terrenos, gozarlos y compartirlos con nosotros.
Fernando García Ponce decía que “el arte es como una fuente de agua viva. Su gran valor consiste en que permite la introspección y nos salva un poco de ser devorados por el sistema atroz y absurdo en que vivimos”. Decía que “es la única posibilidad de sacar todo lo bello y grande que hay en el ser humano”; eso es el regalo que nos da Conversación sobre Arte y Arquitectura. @Suscrowley





