Susan Crowley

La hermanastra fea, la belleza inesperada

"La hermanastra fea ha logrado todo lo que el género de terror anhela y que por desgracia se ha abaratado al usar fórmulas efectistas. Es en la mejor de las formas un cine manierista, pastiche visual que transforma fantasías y metáforas de otros tiempos en una modernización".

Susan Crowley

20/12/2025 - 12:03 am

https://www.youtube.com/watch?v=G7kpNLprRXo

Ópera prima de la directora noruega Emilie Blichfeldt La hermanastra fea (The Ugly Step Sister), es una comedia negra, gore. Atrevida actualización del clásico de los hermanos Grimm y del francés Giambattista Perrault, Cenicienta, es mucho más cruda y oscura que la popular adaptación llena de clichés y edulcorada de Walt Disney. Es lo que La Sustancia de Coralie Fargeat, tendría que haber sido, pero que a pesar de su arranque espectacular terminó en efectismos y lugares comunes repetitivos. O lo que no consiguió Del Toro, tan genial en sus primeras películas como Hellboy o el Laberinto del Fauno, pero que seducido por los altos presupuestos y criterios hollywoodenses termina en la sosa adaptación de Frankenstein.

Y es que La hermanastra fea no busca complacer al público. Llena de claroscuros, en una refinada atmósfera neo-barroca y posmoderna, retrata los cuentos de terror y del Romanticismo alemán del siglo XIX, manifestación del espíritu del pueblo, de sus tradiciones y leyendas populares con personajes fantásticos pero humanos. Arquetipos que plasman las pulsiones de lo que somos.

La hermanastra fea ha logrado todo lo que el género de terror anhela y que por desgracia se ha abaratado al usar fórmulas efectistas. Es en la mejor de las formas un cine manierista, pastiche visual que transforma fantasías y metáforas de otros tiempos en una modernización que expone las conductas actuales: la eterna lucha entre el bien y el mal, la muerte, la pobreza, la tristeza, la amargura, la ambición. Como un claro ejemplo de la era del espectáculo, como lo diría Debord, la belleza convertida en don maldito, por el que se es capaz de arriesgarlo todo, incluso la vida. La obsesión cosmética que debería empezar a preocuparnos.

La protagonista no es Cenicienta, sino Elvira, la hermanastra fea de la bella e insulsa Agnes. Usa braquets, tiene una nariz espantosa, es gorda. Ella y su hermana son hijas de una ambiciosa y sensual mujer, la madrastra, que se casa con el padre de Agnes creyendo que es rico. Al morir éste, quedan en la miseria. La madrastra somete a Elvira a todo tipo de torturas para volverla bella y casarla con el bobo pero guapo príncipe. La lucha por conseguirlo se convierte en un infierno que parece no terminar.

Un proceso que tiene un exquisito gusto dionisiaco, el regodeo en la sangre, en la putrefacción, nos lleva a revisitar a los Grimm, que fueron quienes decidieron cortar los pies de las hermanastras para que les quedaran las zapatillas. Antes de vivir ese último suplicio, Elvira sufrirá cuando le arranquen los braquets, le martillean la nariz para dejarla respingada y le cosan las pestañas postizas en los párpados. Y no sólo eso, Elvira, en homenaje a la legendaria María Callas, se traga el huevo de una solitaria para poder bajar de peso.

Desesperada al no lograr la perfección, la fatalidad se le viene encima. Al perder el pelo le es colocada una peluca rubia. El hambre la lleva a consumir cantidades absurdas de comida que alimentan al monstruo que ha engendrado. Todo este espanto, se convierte en una estampa perfecta que podría haber sido pintada por un genio barroco. Son pliegues visuales de artistas como Archimboldo o El Bosco.

Escenas de una fotografía espectacular, con un diseño de vestuario bellísimo. Flores y brocados forman los hermosos atuendos. Decorados exultantes en los que hasta lo podrido y tumefacto tiene un reducto de belleza. Un logro a la altura de Visconti o Bergman en su Fanny y Alexander. La obra de Blichfeldt no es sólo una película de asombrosa estética que habla de una fea. Es, además, inteligente, aguda y voraz, elegante, decadente. Se necesita valor y mucha inteligencia para verla porque es un cine exigente en todos los sentidos.

Y la moraleja, que me parece lo más importante en una audiencia actual. La cosmética siempre ha sido una tortura. Aunque cada vez se sofistica más. Someterse a una sesión de inyecciones de bótox, exponerse a los rellenos que engrosan los labios, permitir que hilos de oro penetren nuestra dermis para estirarla y las muchas y variadas intervenciones para cambiar nuestro físico, ser más bellas y recuperar la juventud. Un negocio millonario. Cada vez más mujeres se someten sin darse cuenta de que las están convirtiendo en monstruos de bocas gigantes, ojos empequeñecidos, pieles reventadas de tanto estirarlas y sin lozanía, expresiones duras y lo peor, idénticas unas a otras.

Es la otra lectura de la película: el vicio consumista de una sociedad que se aterra con la vejez y la muerte y lo único que muestra es la absoluta negación de valores. Olvidar que ser más viejo es ser más consciente, negar la vejez es querer detener el tiempo, con un deseo imposible que sólo provoca ansiedad y vacío.

La belleza es un concepto que cambia con el tiempo. En el pasado se prolongaba por épocas completas con un mismo estilo. Con la vertiginosidad de nuestros días, cambia incesantemente. Las redes sociales atienden el ego de quien sigue el patrón de moda; al promotor cosmético le interesa que los cambios sean pasajeros y superficiales para que el consumo no se detenga. Por eso la frustración y los intentos fallidos son cada vez más dolorosos y costosos, caducan en tres meses. Lo que podríamos intentar que dure más es la belleza interior que podría contribuir a que cierta luz de experiencia, de aprendizaje y sabiduría se refleje en el rostro. No puede haber una verdadera belleza si carece de esencia. El atractivo auténtico emana de las personas, es el valor que crece o no, al paso del tiempo. Es la luz a un rostro, el encanto de las arrugas cuando la sonrisa sale de adentro. Pero si no dejamos que esto aflore sólo quedan máscaras vacías circulando. Al final, a pesar de que se cumple el designio de que gane la buena y bonita, me parece que lo que nos propone Blichfeldt es que, lejos de conseguir la belleza de Agnes, en realidad todos somos Elvira.

@Suscrowley

Susan Crowley

Susan Crowley

Nació en México el 5 de marzo de 1965 y estudió Historia del Arte con especialidad en Arte Ruso, Medieval y Contemporáneo. Ha coordinado y curado exposiciones de arte y es investigadora independiente. Ha asesorado y catalogado colecciones privadas de arte contemporáneo y emergente y es conferencista y profesora de grupos privados y universitarios. Ha publicado diversos ensayos y de crítica en diversas publicaciones especializadas. Conductora del programa Gabinete en TV UNAM de 2014 a 2016.

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