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Óscar de la Borbolla

01/01/2024 - 12:03 am

El Oasis de la Insignificancia

“Uno, por patrañas, cree que la felicidad se conquista, que es el saldo de una vida virtuosa o bienaventurada, cuando la verdad, es asunto más simple, pues está en el mero hecho de estar vivo y de sentirse vivo”.

“Un hecho que por lo general olvidamos por estar atareados, empeñados en alcanzar algún propósito, o en quedar bien, o en que todo salga inmaculadamente perfecto”. Foto: Graciela López, Cuartoscuro

Un consejo para el Año Nuevo

Sé que no existen recetas generales, que lo que le resulta a uno es contraproducente para otro y, por eso, también sé que no pueden darse consejos; pero hoy, con la bobalicona esperanza que suele tenerse cuando comienza un año, quisiera hacer, como si fuera universalmente válida, una apología de la sencillez y presentarla como la gran clave de la felicidad, esa meta que se ha convertido en el sentido más popular de la vida.

Y por ello me referiré a la felicidad que se encuentra en la transparencia de una sonrisa que dos desconocidos se ofrecen al cruzarse en el Metro, o la que surge en el ágil bullicio de un gato que se enreda en una bola de estambre o en el aroma de las galletas que impregna el espacio de ciertos almacenes. La felicidad no como el resultado de un tenaz esfuerzo, no como meta o finalidad, sino a la que destella en los detalles del camino, como el regalo más sencillo que la vida nos brinda a cada instante y que sólo hace falta saber ver para detenernos y disfrutarla.

Porque la dichosa felicidad está, literalmente, en la vida; no en el fruto que la culmina cuando las cosas se hacen bien o salen bien, sino en la grata sensación de respirar profundamente y exhalar, o cuando uno despierta y se estira y por los ojos entra la primeriza luz del amanecer con la mera noticia de que uno sigue aquí vivo y coleando; la que nos otorga la ventana cuando uno capta el día radiante o nublado y sabe que hace frío y uno toca la cama tibia y tiene el impulso de volver a ella y vuelve y se arropa, o igual si se levanta y las piernas le obedecen y uno camina y no pasa más que eso, nada más: nada más pero tampoco nada menos.

Porque uno, por patrañas, cree que la felicidad se conquista, que es el saldo de una vida virtuosa o bienaventurada, cuando la verdad, es asunto más simple, pues está en el mero hecho de estar vivo y de sentirse vivo. Un hecho que por lo general olvidamos por estar atareados, empeñados en alcanzar algún propósito, o en quedar bien, o en que todo salga inmaculadamente perfecto. Esa felicidad no existe, pues depende de una diversidad de factores que, en su mayoría, no podemos controlar. En cambio, la felicidad del aroma del cafe o del verde del pasto o del viento que mece las hojas de un árbol que tirita en el frío o tantas cosas así de elementales y plenas.

Hoy mi consejo es: abrirse francamente al mundo esquivando sus aristas y sus pantanos y apreciar lo que siempre está ahí, lo que siempre ha estado ahí oculto por nuestra prisa y esa necia sed de felicidad que nos inculcaron. Me pasaré este día, y los que pueda, contemplando la transparencia del agua y la luz que hace posible el contorno de los objetos y sus formas variadas, caprichosas y únicas. Contemplando la irrepetible fortuna de estar en el cauce del tiempo.

Twitter @oscardelaborbol

Óscar de la Borbolla
Escritor y filósofo, es originario de la Ciudad de México, aunque, como dijo el poeta Fargue: ha soñado tanto, ha soñado tanto que ya no es de aquí. Entre sus libros destacan: Las vocales malditas, Filosofía para inconformes, La libertad de ser distinto, El futuro no será de nadie, La rebeldía de pensar, Instrucciones para destruir la realidad, La vida de un muerto, Asalto al infierno, Nada es para tanto y Todo está permitido. Ha sido profesor de Ontología en la FES Acatlán por décadas y, eventualmente, se le puede ver en programas culturales de televisión en los que arma divertidas polémicas. Su frase emblemática es: "Los locos no somos lo morboso, solo somos lo no ortodoxo... Los locos somos otro cosmos."

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