Poder y cambio

04/07/2015 - 12:00 am

Las sociedades “no desarrolladas” (habría que ver en qué sentido) coordinan sus esfuerzos a través de una persona o un pequeño equipo, en pos del bien de todos los integrantes del grupo. Todavía es posible encontrar esta estructura social en las comunidades indígenas de México. Pero el desarrollo, como lo conocemos, ha modificado este esquema.

En nuestra sociedad, la figura de los coordinadores se deforma cuando ejercen su encargo para mandar sobre la conducta de los individuos. Favorecen a quienes les apoyan y oprimen a quienes se les oponen, todo con el fin de permanecer en su puesto de privilegio. Este vicio se da en todos los ámbitos que han sido deteriorados por el afán de poder, que abre la posibilidad de riqueza, de imponer la voluntad personal hasta llegar al capricho, etc.

Una de las armas para controlar a la sociedad es esconder información. Otra, distorsionarla para generar una errónea conciencia colectiva. Los usos y costumbres, que son un referente natural para el grupo social, son distorsionados y promovidos en la colectividad hasta que ésta los toma como verdaderos, incluso cuando se oponen a la dinámica natural del cuerpo social.

Podemos encontrar muchos ejemplos de lo anterior, sobre todo en las creencias surgidas de la alianza entre las religiones y los gobiernos. Es lógico, dada la influencia a gran escala de ambas instituciones. Los efectivos instrumentos para convencernos de que ya no creemos lo que antes creíamos, sino que ahora creemos lo que nos ordenan, son el miedo al castigo y el miedo al aislamiento: a ser entes diferentes ante los ojos de “los demás”. Y cuando sucumbimos a estas maquinaciones nos convertimos en agentes multiplicadores de la inmovilidad social, incluso del retroceso.

Pero lo único permanente es el cambio.

Un ejemplo de sometimiento histórico lo tenemos en la mujer. Centro de la familia, dadora de vida, llena de capacidades y virtudes netamente femeninas, históricamente ha sido reducida hasta la deshonrosa postura de ser para el hombre. En la tradición judío cristiana, Eva fue creada sólo para hacerle compañía al hombre. Y se le señala como culpable de provocar el pecado original. Una vez convencidos de esto –y de muchos inventos más–, es natural que hombres y mujeres aceptaran como ley el papel dependiente de la mujer.

Sor Juana, Rosario Castellanos, María Zambrano y Simone de Beauvoir, entre otras brillantes mentes, se cuestionaron el lugar de la mujer en el mundo: su destino, su cultura, su posibilidad de ofrecer respuestas desde esa filosofía en la que convergen magia, mito, vida cotidiana, arte y más, su papel como “seres-para-otro” y su historia, determinada por las decisiones masculinas. Así, queda perpetuada la cultura patriarcal.

En México, la costumbre manda que “la mujer al hogar y el hombre al trabajo”. Así, el papel de compañera deriva en sumisión. Queda lejos de los altos puestos laborales, de los grandes negocios y de la política. La “equidad” de género, que supone igualdad, termina en una presencia femenina raquítica en las cámaras legislativas: 159 diputadas y 30 senadoras, 31.8 y 34 por ciento respectivamente, en la presente legislatura. La doctora Graciela Hierro (1928-2003) planteaba la necesidad de que en las aulas mexicanas se imparta educación dirigida a las mujeres y los hombres, y no una domesticación de las mujeres.

No encuentra una justificación moral para la condición vivida por las mujeres. Considera que la exclusión de las mujeres no promueve el crecimiento personal ni su participación activa para colaborar en el desarrollo de una sociedad como la nuestra. Hace notar que el tránsito del “no-ser-femenino” al “ser-femenino” implica una liberación que dé poder al género.

Para terminar, un ejemplo. Nuestro idioma nos obliga utilizar el masculino (LOS habitantes, LOS ciudadanos, LOS trabajadores) porque no ofrece una opción que abarque a los dos géneros. El extremo es, por ejemplo, que las graduadas de ingeniería se titulen como la “Ingeniero”; igual le pasa a una “Médico”, a una “Arquitecto”, a una “Catedrático” o a una “Contador”. Se salvan las economistas, terapistas y…​ (me cuesta trabajo encontrar más excepciones).

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