La prisa tortuosa

09/02/2013 - 12:00 am

La prisa es una granada que se pasa de mano en mano como la papa caliente, siempre torturando al que se deja disparar por las balas de los minutos que nos anuncian que comienza una jornada más de producción, inactividad o ausencias marcadas por la distancia del olvido.

El sistema solar del cuerpo pide que no cese la traslación del sueño, pero los deberes obligan a que la rotación se dé. Unos descansan, otros siguen. Ni un minuto más. Hay una erupción de furia y ansiedad que aumenta el ritmo de las almas que siempre tienen prisa. Se cierra la llave y la cascada de caricias mojadas termina su romance con el baño como centro de convenciones individuales para la toma de decisiones.

Siempre hay un culpable externo a quien señalar, aunque ni por bien enterado este. Casi nunca es uno mismo el que incita esa tardanza, siempre somos inocentes. Si no es el choque de astros móviles, es la invasión de los baches o el exceso de afluencia vehicular y peatonal fungiendo como obstáculos para llegar a un destino a veces absurdo o determinante en el modus vivendi de la gente.

Ella es una dinamita de las rutinas que entre cada paso lleva la cuenta regresiva, causante de infartos a punto de colapsarse en la paz o en el capullo del estrés generado por un encuentro o perdida en las lagunas callejeras. Siempre hay un tesoro sobre las arterias de la ciudad, pero casi nadie lo ve. Una acuarela dibujada por las circunstancias inesperadas es opacada por el miedo a que los minutos nos coman y se burlen de nosotros.

Somos una fracción del tiempo. Una esencia sobre otra esencia de diferente naturaleza. Somos numeradores andantes y poco parlantes. Los denominadores suplican que escuchemos a ese niño o adolescente interior que nos pide comer helado, caminar bajo la lluvia o reírnos de un tropiezo ajeno, gritar lo que pensamos en conversaciones ajenas o incluso conversar indiscretamente con nuestro yo sin temor a que otras miradas nos señalen como locos.

El cociente pide una tregua y que haya una suspensión del tiempo, un efecto congelado de las horas que Roberto Cantoral le solicitó al reloj no marcar. Un respiro al fin que nos permita aprehender lo que esos momentos relámpagos nos quieren decir.

Basta ya de esos números puntiagudos rojos y verdes que a media noche nos recuerdan cuan somnolientos andaremos al día siguiente, basta ya de esa flama lanzada con palabras altisonantes al conductor vecino o a quien logró lanzarse al transporte público antes que nosotros, basta ya de dejarnos dominar por esta ilusión transitoria que busca encadenarnos hacia un abismo finito.

La granada explota, celebremos la anarquía de los minutos.

@taciturnafeliz

en Sinembargo al Aire

Opinión

Opinión en video