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Tomás Calvillo Unna

10/05/2023 - 12:05 am

El lado oscuro del resplandor

“Somos un solo cuerpo en la inmensidad, que palpita en nuestros poros: polvo de luz, la caravana de la humanidad en el camino llamado universo”.

“Tu despedida Conchita fue una celebración, una fiesta de convicciones y emociones, de abrazos guardados, de lágrimas contenidas, de interrogantes que perduran y nos motivan a seguir tus huellas…”. Foto: Tomás Calvillo Unna.

Rendija: en memoria de Concepción Calvillo Alonso:

Cuando alguien parte, se desprende su mundo y el nuestro, reconocemos que esta soledad es también una compañía, estamos juntos de una u otra manera y el afecto tiene el poder de perdurar aún en la ausencia.

Es el amor, la fuerza innata de la vida que permite la presencia. Somos un solo cuerpo en la inmensidad, que palpita en nuestros poros: polvo de luz, la caravana de la humanidad en el camino llamado universo.

Te extrañamos de ya, Conchita. La misa, que presidía la urna de tus cenizas, fue también una asamblea amorosa. De todas las edades te despedimos y el sacerdote con sus palabras, estuvo a la altura, de ser el guía de tu Adiós.

Pablo Alderete cantó el Nabuco, como en 1991 en La Plaza de los Fundadores en San Luis Potosí, cuando la ciudadanía encendió el fuego de la democracia en el país.

Tu despedida Conchita fue una celebración, una fiesta de convicciones y emociones, de abrazos guardados, de lágrimas contenidas, de interrogantes que perduran y nos motivan a seguir tus huellas..

I

Atrapados en las afamadas redes,
el universo se acorta
y en nuestro devenir
perdemos su proporción.
La historia se reduce a un estruendo,
impedida para asentarse,
nos resta su lejano eco.

Nos convertimos
en nuestros propios dobles,
esa inteligencia artificial rudimentaria
que ya somos,
amenaza en desplazarnos
del mundo que impusimos.

Perdimos la distancia interior
y no calculamos
el perímetro del abismo.

Sí, creemos conquistar la velocidad
y aunque sea una falacia
nuestras vidas ya son el vértigo.

La consistencia de las cosas y sus días
se deshacen en nuestras manos;
abandonamos lo sagrado,
extraviamos su sentido,
lo reducimos al ejercicio del poder;
esa obsesión que enceguece por doquier;
y lo encasillamos en una compleja superstición.

Cedimos la parcela de territorio del alma
que llamamos mente,
y nos retiramos sin haber comprendido
el sentido profundo de la existencia.

II

El ego que se dilata
y en su monstruosidad
adquiere carta de naturalización
ejerce toda clase de violencia y dolor…

La vida está convertida
en un entuerto tecnológico
reprogramable una y otra vez.

Los remolinos de los segundos,
anudan los días y las noches
son ya precipitados minutos
que condensan las vacuas imágenes
que se superponen sin descanso alguno.

Perdimos las huellas más remotas
y las sustituimos por el diseño
de los pasos de un mañana
que se extingue cada amanecer.

Recuperar los cien centímetros
de la circunferencia,
y conseguir un vetusto reloj de arena,
no estaría nada mal,
para otear en otras latitudes del ser,
que trasciendan la atmósfera rancia
de una cultura que todo lo puede
y así, se alquila y vende.

La imposición reina
camuflajeada por una supuesta libertad
que distribuye la posesión de lo efímero,
en la congestión de los sentidos;
nadie escapa a este reino de poseer
y posicionarse;
el naufragio devastador de la conciencia.

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