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Jenaro Villamil

14/03/2014 - 12:00 am

#HellandHeaven, Retorno a Díaz Ordaz

“Música, droga y sexo: el Frenesí de Avándaro”. Así tituló su nota principal el periódico Alerta, al día siguiente del famoso festival jipiteca que reunió a más de 250 mil jóvenes a las orillas del lago de Valle de Bravo el 11 y 12 de septiembre de 1971. Estaban recientes las heridas de la matanza […]

“Música, droga y sexo: el Frenesí de Avándaro”. Así tituló su nota principal el periódico Alerta, al día siguiente del famoso festival jipiteca que reunió a más de 250 mil jóvenes a las orillas del lago de Valle de Bravo el 11 y 12 de septiembre de 1971.

Estaban recientes las heridas de la matanza de Tlatelolco en octubre de 1968. El fantasma de Gustavo Díaz Ordaz, autócrata que odiaba a los jóvenes, aún rondaba entre las autoridades mexiquenses y federales.

A pesar de la oposición de la jerarquía católica, de las “buenas conciencias”, de las autoridades del Estado de México y de Televisa –quien mantiene celosamente guardados las imágenes de aquel concierto- el festival de Avándaro se realizó. Mucha mota, amor y paz, música de rock, sexo libre y antimperialismo fluyó en esta reunión conocida como el Woodstock mexicano.

En esa época Eruviel Ávila era apenas un niño. Quizá era monaguillo en alguna parroquia de Ecatepec. Quizá algunos de sus parientes estuvo en esa “reunión satánica”, pero también recordará que no hubo muertos, ni se armó la revolución tan temida por los dinosaurios morales.

Todo eso se le olvidó frente a su cruzada contra el concierto de música metalera denominado Hell and Heaven, organizado por la agrupación noruega Combichrist y los promotores mexicanos Juan Carlos Guerrero y Javier Castañeda.

Por supuesto, la hipocresía estuvo presente en toda la polémica en torno al Hell and Heaven cuya cancelación provocará pérdidas por más de 130 millones de pesos para los organizadores, 25 millones de pesos menos para el gobierno municipal de Texcoco y un amargo sinsabor de retorno a los miedos del diazordacismo.

Eruviel Ávila dijo ante los medios de comunicación que era fan de la música metalera, de Gun’s and Roses, de Kiss y de otros grupos que se iban a presentar, pero no mostró ninguna expresión de generosidad para resolver los supuestos problemas de protección civil en la organización del festival. Insistió que no eran razones morales sino de seguridad pública lo que orillaban a su gobierno a negar el permiso. Para muchos, resultó un Believer, quizá un insulto peor que “fresa” o “mocho” en el lenguaje musical.

Las huestes de troles, bots y cuentas automáticas en redes sociales se lanzaron a escribir defensas al señor Ávila, como no se ha visto en los últimos años. Ni siquiera la oleada de matanzas en los municipios mexiquenses conurbados al Distrito Federal provocaron tanta insistencia del gobernador priista y sus seguidores en redes.

La alcaldesa de Texcoco, Delfina Gómez Álvarez, quien venció al PRI en 2012 y llegó al gobierno municipal apoyada por el Movimiento Ciudadano y el Partido del Trabajo, fue citada por la procuraduría estatal y la secretaría general de Gobierno en Toluca para que explicara por qué habían autorizado tal festival.

Un inevitable tufo de venganza política y de revanchas partidistas estaban en el trasfondo de la cancelación del Hell and Heaven.

Pero ahora ya sabemos que no fue sólo por razones de cálculo político sino por un profundo temor a los miles de jóvenes metaleros, darketos y de otras tribus urbanas que de tiempo atrás han expresado su descrédito a la política ruca.

Muchos gobernadores ofrecieron sus instalaciones, pero “la orden vino de muy arriba” para que el festival ya no se realizara. El gobierno del Distrito Federal negó la posibilidad de organizar el festival en el Zócalo capitalino. Los mismos temores se expresaron cuando Manu Chao llevó a más de 100 mil jóvenes al corazón de la Ciudad de México. No pasó nada que lamentar.

La música no comete delitos, la música no corrompe, la música no mata. Son los miedos autoritarios y la corrupción vinculada a las grandes empresas que controlan el mundo del espectáculo en México los que se aliaron en este retorno de las sombras diazordacistas.

PD. Un daño colateral o uno de los intereses ocultos es el siguiente: el festival de música electrónica organizado en el Centro Pegaso de Toluca pinta para ser un gran fracaso. De los 100 mil boletos que esperaban vender apenas y el 10 por ciento han sido vendidos.

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Jenaro Villamil
Reportero de Proceso, especialista en medios, editor de Homozapping.

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