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Catalina Ruiz-Navarro

18/06/2015 - 12:00 am

Una raza inventada

Recorre Internet la historia de Rachel Dolezal, profesora de estudios africanos en la Universidad de Eastern Washington y activista por los derechos de la población afroamericana que se había “hecho pasar por” negra hasta que sus padres, ambos blanquísimos, le dijeron al mundo que su hija “es blanca”. Dolezal porta un bronceado casi anaranjado y una […]

Foto: Gawker
Foto: Gawker

Recorre Internet la historia de Rachel Dolezal, profesora de estudios africanos en la Universidad de Eastern Washington y activista por los derechos de la población afroamericana que se había “hecho pasar por” negra hasta que sus padres, ambos blanquísimos, le dijeron al mundo que su hija “es blanca”. Dolezal porta un bronceado casi anaranjado y una mata de pelo negra rizada que recuerda a Bob Patiño. Sus ojos son claros. En la foto de niña, que mostraron sus padres, su cabello es liso y rubio y su piel casi igual de pálida. Tras el escándalo, un periodista le preguntó en cámara si era afroamericana y Dolezal contestó “no entiendo la pregunta”.

Hoy en Internet rondan múltiples anécdotas de cómo le dijo a alguna alumna que no era “suficientemente latina”, de cómo demandó a la universidad por “discriminarla por ser blanca” (cuando aún se asumía blanca), de cómo consiguió una beca alegando que era negra, y de cómo en una entrevista en video describe los crímenes de odio de los que ha sido objeto por “ser negra” o “de raza mixta” y critica a las personas blancas que afirman que entienden a la comunidad negra por tener una pareja o algún amigo negro: “lo usas para justificar algo pero no significa que entiendas o puedas identificarte con las luchas y liberación de esa comunidad.”

“Los crímenes” de Dolezal, si es que los hay, si acaso alcanzarán a ser fraude. Pero la gente está muy molesta. Para lidiar con el escándalo, Dolezal ha renunciado a su cargo como presidente de Spokane, el capítulo en Washington de la Organización de Derechos Civiles de los Afroamericanos y hace poco dio una entrevista en la que dice que eso de la raza es algo muy complicado y que ella, firmemente se identifica como negra pues tiene “una conexión profunda” con la afroamericanidad.

El periódico The Guardian señaló que hay una gran diferencia entre raza y etnicidad. “Un panel de expertos entrevistados sobre este tema por PBS señaló una diferencia importante: la raza es algo que la gente asocia con la biología. En Estados Unidos, es una construcción social basada en ciertos marcadores físicos sobre las que no tenemos control (color de la piel, ciertos tipos de rasgos faciales y la textura del cabello). La etnicidad, en cambio, a menudo tiene que ver con la cultura, la nacionalidad y la geografía. Dolezal nació con la piel blanca, por lo que que es considerada blanca incluso aunque se asocie con lo negro. Sus padres han dicho que su etnicidad es sobre todo del centro y este de Europa.” Es decir, Dolezal no es ni racial ni culturalmente negra. Pero este razonamiento tiene un problema:

No se puede decir que la “raza” es un asunto biológico, pues la raza es un una construcción que solo tiene asidero en la cultura. Igual que la etnicidad. El mismo periódico anunció el año pasado que genéticamente la raza no existe. Hoy se sabe que hablar de raza no tiene validez científica, es decir, no hay ninguna base genética que corresponda a ningún grupo de personas. Hoy en día no hay un científico serio capaz de clamar esencialismo negro en el ADN de la gente negra. No es un ideal hippie, es un hecho científico. “Las adaptaciones regionales son reales, pero lo que expresan son diferencias al interior de las mal llamadas razas, y no entre ellas. [..] Los tibetanos están genéticamente adaptados a la altura, haciendo que los residentes en Beijing sean genéticamente más similares a los europeos que a sus vecinos superficialmente parecidos. […] Ahora podemos afirmar a ciencia cierta que dicho prejuicios solo está basado en opiniones y que no tiene ninguna validez científica.” explica Adam Rutherford en un artículo para The Guardian. Sin embargo, la noticia es vieja. Ya en 1950 la UNESCO publicó una declaración afirmado que todos los humanos pertenecemos a la misma especie y que la raza no es una realidad biológica sino un mito. Esto basado en estudios de psicólogos, genetistas, antropólogos y sociólogos. Desde entonces la inexistencia de las razas está más que confirmada, pero parece que nadie se ha enterado.

En su libro, El mito de la raza, la problemática persistencia de una idea no-científica, Robert Wald Sussman explica que la jerarquía racial de nuestra sociedad no está basada en nada real. “No hay ninguna relación inherente entre inteligencia, cumplimiento de la ley, prácticas económicas, y raza, como tampoco están relacionadas el tamaño de la nariz, el color de piel, la altura o el tipo sanguíneo. Todo es una construcción cultural. […] Hace aproximadamente 100 años, al antropólogo Franz Boas se le ocurrió una explicación alternativa de por qué los pueblos de diferentes áreas o viven bajo ciertas condiciones se comportan de manera diferente el uno del otro. Las personas tienen historias de vida divergentes, diferentes experiencias compartidas con formas distintivas de relacionarse con estas diferencias. Todos tenemos una visión del mundo, y todos compartimos nuestra visión del mundo con otras personas con experiencias similares. Tenemos la cultura.”

Todas las características consideradas “raciales” en realidad se reparten de manera independiente y tiene que ver con contextos ambientales, y de comportamiento. Nuestros genes se han estado mezclando desde que somos homo sapiens sapiens, hace 200,000 años, debido a miles de complejas migraciones que no han sido lineales. “Con el tiempo, si poco o nada de apareamiento (o intercambio genético) se produce entre poblaciones distantes, las diferencias genéticas (y sus expresiones morfológicas) aumentarán. En última instancia, a lo largo de decenas de miles de años de separación, si poco o nada de apareamiento tiene lugar entre poblaciones separadas, las distinciones genéticas pueden llegar a ser tan grandes que los individuos de las diferentes poblaciones ya no podían aparearse y producir descendencia viable. Entonces ambas poblaciones serán consideradas especies diferentes.” Pero los humanos somos todos parte una misma especie. “En comparación con otros grandes mamíferos con distribuciones geográficas amplias, las poblaciones humanas no alcanzan este umbral. De hecho, a pesar de que los seres humanos tienen la distribución más amplia, la medida de la diversidad genética humana (basada en el contraste de poblaciones de Europa, África, Asia, las Américas y la región de Australia y el Pacífico) cae muy por debajo del umbral utilizado para reconocer carreras por otra especies y se encuentra entre el valor más bajo conocido para las grandes especies de mamíferos. Esto es cierto incluso si comparamos los seres humanos a los chimpancés.” Por eso algo como “las razas humanas” genéticamente no existe.

En su defensa Dolezal dijo que ella era “transracial”, y algunos la compararon con Caitlyn Jenner. Esto es incorrecto y ofensivo porque las personas trans no están “engañando a los demás”, “fingiendo” ser de otro sexo. También hay personas que se identifican como transraciales, son personas adoptadas por padres de otra “raza” (usualmente blancos) que asimilan el lugar social de la raza de sus padres pero sin que nadie les diera a escoger. Aunque la raza es algo cultural, no podemos elegir nuestro fenotipo. Por ejemplo, Lisa Marie Rollings (transracial y de raza mixta negra y filipina) cuenta que aunque sus padres adoptivos fueran blancos y ella “viviera como” blanca y con oportunidades de blanca, la policía igual le preguntaba “qué estaba haciendo en ese barrio” cuando se paraba frente a su propia casa.

Como esto de las “razas mixtas” es relativamente nuevo en Estados Unidos, allá el “racial profiling” (perfilar según la raza) funciona. Pero en Latinoamérica las diferencias son más sutiles pues -en algunos lugares más que en otros- nos estamos mezclando desde la llegada de los españoles a América. Entonces, visto desde Latinoamérica, el caso de Dolezal cobra gran importancia porque aquí las cosas no son blanco y negro. Literalmente. En el sistema Latinoamericano, lleno de abuelas de todos los colores que coinciden en odiar a los negros, con señoras que aspiran a mejorar la raza con “un nietecito con los cabellos rubios, con los ojos rubios, como Troy Donahue”, revela una especie de “síndrome de Estocolmo” por nuestros antiguos “amos”. En la lógica latinoamericana sale más fácil blanquear a la familia que subvertir la estructura de poder. Desde el discurso de la raza se ha construido todo un esquema de poder en el que la “belleza” consiste en tener rasgos blancos. Como todas las disertaciones sobre lo bello, esta también es un discurso de poder. Sin duda, en Latinoamérica, la fealdad es negra e indígena. Dependiendo de qué tanto se parezca el fenotipo a estas “razas” seremos bonitos o feos. Pero la raza, paradójicamente, no se determina por el color de piel, sino por el grosor de la billetera. Como resultado, “los blancos” en Latinoamérica son de todos los colores.

Muchísimos gringos y europeos han llegado a Latinoamérica siguiendo los pasos de Robinson Crusoe, y han adoptado nuestras costumbres, ropa, acentos… “nos han asimilado”. Pero esto parece menos incómodo que el performance de Dolezal porque nos cuentan “la verdad” de “sus orígenes”. El “engaño” de Dolezal es lo que resulta visiblemente incómodo. Pero, ¿acaso ella está obligada a contarnos “la verdad” sobre “sus orígenes”? Para algunos, Dolezal está negando los privilegios que tuvo al haber crecido blanca, que son muchos y muy importantes frente miles de niñas negras que viven en la pobreza y el rechazo, que quizá abandonen sus estudios por un embarazo adolescente, niños que son arrestados (o muertos) por su color de piel. Para Dolezal, su performance reconoce que los blancos ha sido opresores y por eso se desidentifica.

Quizás el problema no es que se diga negra, y que viva como negra. Quizás el problema está en que ha usurpado unos beneficios que no le correspondían. Las acciones afirmativas son una forma de discriminación positiva inventada para emparejar desigualdades históricas. Cuando una persona que “viene del privilegio” usa estas acciones pervierte la intención del sistema. Por ejemplo: en Colombia, los representantes al congreso que ocupan los dos puestos destinados a negritudes son visiblemente mestizos (lo suficiente para ser considerados blancos en el país). Los dos personajes son tan corruptos que del detalle de su color de piel ni se alcanza a hablar. Sin embargo lo que esto significa es que no hay negros (o mejor dicho, no hay personas que se identifican como negros, se reconozcan como negros y hayan vivido como negros) en el congreso de Colombia (uno de los países con mayor población negra de Sudamérica). Ambos políticos juraron defender los intereses de la población negra aunque no pertenezcan a esa etnicidad pero aún si lo dijeran sin cinismo, la pregunta es, ¿cómo podrían hacerlo si solo conocen de segunda mano la experiencia de ser negro en Colombia? Todos podemos (y debemos) solidarizarnos y defender los derechos de los demás pero es imposible darle voz al otro si con la misma acción le negamos su posibilidad de participación política.

Si se logra probar que Dolezal cometió fraude, su discurso reivindicativo de la raza de queda desvirtuado por su uso fraudulento de las acciones afirmativas. Es como si un rico accediera a reducciones de impuestos dirigidas a los pobres. La discriminación positiva usa los mismos prejuicios que dan pie a la discriminación pero para intentar subertirla, no para aprovecharla. El problema no es la identificación sino el engaño. No hay problema en identificarse con una causa o una lucha. Decimos “Yo soy Ayotzinapa” o “Yo soy Charlie Hebdo” con la plena conciencia de que no somos ni Ayotzinapa ni Charlie Hebdo. Podemos solidarizarnos con la experiencia del otro, asimilarla, identificarnos, pero no podemos desechar ese lugar que involuntariamente nos tocó en el mundo. Aunque sea una mentira, seguimos diciendo que la raza existe porque es la única manera de sostener el sistema de poder de casi todas las sociedades. Y sí, ojalá la estúpida idea de “razas” un día desaparezca. Pero por ahora, sigue siendo necesaria: sin la idea de raza es imposible reivindicar a las víctimas del racismo. No se puede acabar con la desigualdad invisibilizando las diferencias.

Desde el discurso feminista y transgénero decimos “el género está en la mente” y “somos libres de autodeterminarnos, y la comunidad debe aceptar esta determinación”. Si la raza también es un invento de la cultura, ¿por qué no podemos aceptar que Dolezal sea de la raza que le venga en la gana? ¿Somos capaces de tolerar la autodeterminación con el género pero no con la raza? ¿Por qué Caitlyn Jenner sí pero Rachel Dolezal no? O más complicado: ¿Por qué Rachel Dolezal no y Michael Jackson sí?

Hay dos cosas puntos importantes. Primero, que mientras la identidad de género es subjetiva, la identidad racial es intersubjetiva. “Las mujeres” no somos una “comunidad” o un “grupo poblacional”, como sí lo es la población afroamericana estadounidense. No basta sentirse negro para ser negro, se necesita del aval de una comunidad. Michael Jackson, por ejemplo, nunca dijo que era “blanco” ni la comunidad blanca lo asumió como uno de los suyos. En el caso de Dolezal, la comunidad negra tiene la última palabra.

@Catalinapordios

Catalina Ruiz-Navarro
Feminista caribe-colombiana. Columnista semanal de El Espectador y El Heraldo. Co-conductora de (e)stereotipas (Estereotipas.com). Estudió Artes Visuales y Filosofía y tiene una maestría en Literatura; ejerce estas disciplinas como periodista.

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