ARTE FALSO, NEGOCIO REDONDO

19/08/2011 - 12:00 am

“Hemos sabido quiénes falsifican. Artistas no tan reconocidos y artistas reconocidos también.”

Guadalupe Rivera Marín sabe muy bien de lo que habla. Hija de Diego Rivera, uno de los artistas mexicanos más conocidos en todo el mundo, y también más falsificados, la presidenta de la fundación que lleva el nombre de su padre se ha topado con muchos falsos en su vida.

Doctora en derecho por la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM), mide muy bien sus palabras; sabe que no puede dar más datos cuando afirma que: “Aquí sabemos en dónde está el taller, y se conoce y todo. Pero todo el mundo se hace tonto.” Y va más allá: “Hay redes, desde el lugar en donde hacen los falsos, se sabe quienes los hacen, quienes los negocian de primera mano, quienes los llevan después a una galería para que tenga un sello de autentificación, etcétera.”

Guadalupe voltea a ver una foto en blanco y negro, casi sepia, que cuelga en la pared amarilla de la oficina de la Fundación Diego Rivera en Coyoacán. “Ahí estoy yo, con mi mamá y mi papá”. Los ojos le brillan, los labios se le tensan; está evidentemente emocionada: “Cuando nací, mi madre se iba al mercado y a esa edad me dejaba en las rodillas de mi papá… Y mi papá pintando y yo en las rodillas, ¿cree usted que yo no puedo distinguir el trazo de una obra de mi papá?”

Se hace el silencio. Lupe toma un trago del exquisito café que como buena anfitriona ha ofrecido a la reportera, hace una pausa y continúa: “En Cuernavaca, nada más, ya me han pedido que vea yo, y he visto tres obras falsas de mi papá. Cuadros, no dibujos, cuadros.”

Pero, ¿por qué nadie denuncia a los falsificadores?, ¿por qué siguen apareciendo casos escandalosos de falsificaciones, a veces demasiado obvias como para no notarse?

Vacío en la legislación mexicana

De agosto de 2000 al mismo mes de 2011, tan sólo una casa de subastas en la Ciudad de México, la de Rafael Matos Moctezuma, recibió un total de mil 683 obras falsas. De ellas, 239 eran de Diego Rivera.

La casa de subastas está en la Ciudad de México, en la calle de Leibniz, muy cerca de Mariano Escobedo, en Polanco. Detrás de la fachada pintada en azul claro, Rafael Matos Moctezuma, el perito valuador de arte más reconocido de México, guarda muchos originales y otros tantos falsos que, por diversos motivos, han llegado a sus manos: “Una, para pedirme mi opinión sobre su autenticidad; otra, para que nosotros lo pongamos a la venta, como casa subastadora que somos, y puede ser también el caso, y a veces se da, en que los traen para que yo los oriente porque se los están vendiendo”.

A pesar de ser toda una autoridad en el mundo del arte en México, Matos es un hombre alegre, bromista. Una de sus frases favoritas, cuando relata anécdotas de quienes le vienen a ofrecer falsos es: “No me chingues”.

Pero se pone muy serio cuando se le pregunta por qué prolifera con tanta impunidad la falsificación de arte en México: “El gran problema, desde el punto de vista legal, es que yo puedo, es mi derecho, copiar… si yo tengo aquí un cuadro de Diego Rivera es mi potestad ponerme a copiarlo. La bronca está en si yo hago una venta de esa pieza”.

Pero aún en este caso, el delito que se comete es el de fraude, coincide la crítica de arte e investigadora del Instituto de Investigaciones Estéticas de la UNAM, Teresa del Conde, y sólo se persigue si el afectado presenta una demanda, cosa que, según Guadalupe Rivera Marín, nunca, o casi nunca, sucede: “No conozco a nadie que después de comprar un falso quiera denunciar porque pasa por tonto. Si a usted le venden un falso, usted lo compra, lo cuelga en la pared de su casa, y luego le dicen: “Oye, este es un falso”. Y usted responderá: “No, no es falso. Es auténtico”. Y por nada del mundo va a aceptar que es falso. Es tanto como reconocer que le tomaron el pelo”.

Por si fuera poco, y a pesar de su reconocimiento como perito valuador de obras de arte, el mismo Rafael Matos Moctezuma admite que no se atreve a dictaminar que una obra es falsa: “Yo digo que no puedo avalar su autoría, nada más. Porque si no entonces viene la demanda porque “usted dijo que era falso y me hizo un mal patrimonial”… No, yo nada más digo que no lo puedo avalar”.

Si a esto le sumamos el hecho de que los costos de hacer un falso son mínimos, en comparación con la ganancia que se obtiene si éste se vende, la falsificación, en México, es un negocio redondo.

Cincuenta y tres obras de Anguiano por 40 mil dólares

En abril de 2006, la coleccionista y crítica de arte Reyna Henaine encontró seis obras falsas de Raúl Anguiano en una casa de subastas de la Ciudad de México. Los propietarios de la obra le mostraron a la viuda del artista, Brigita Anguiano, un grupo de 53 obras que habían comprado por 40 mil dólares. La señora Anguiano determinó que las obras eran falsas e informó de ello a la casa de subastas, a los propietarios y a la prensa.

Brigita Anguiano solicitó entonces a Reyna Henaine y a Lance Arón, también investigador y crítico de arte, experto en la obra de David Alfaro Siquieros, que presentaran a Sari Bermúdez, entonces presidenta del Consejo Nacional para la Cultura y las Artes (Conaculta), los casos recientes de falsificación de obras de Anguiano y de Siqueiros.

A partir de esta reunión se convocó a un grupo de trabajo que resumió sus conclusiones en el documento llamado: Manifiesto dirigido al pueblo de México para proteger el Patrimonio Artístico de la Nación contra la Falsificación de Obras de Arte y los Abusos en el Ejercicio de los Derechos de Autor.

En enero de 2007, el manifiesto fue firmado por Alí Chumacero, Andrés Henestrosa, Carlos Monsiváis, Carlos Montemayor, Alberto Ruy Sánchez, los pintores Arnaldo Coen y Jorge Marín, los coleccionistas Lance Aaron, Andrés Blaisten y Ricardo Pérez Escamilla, críticos como Juan Coronel Rivera, Olivier Debroise e Irene Herner, y directores de las casas subastadoras Luis C Morton, Rafael Matos Moctezuma y Juan Francisco Matos, entre otros.

El manifiesto se entregó al siguiente presidente de Conaculta, Sergio Vela.

A partir de entonces, en el sitio oficial de Raúl Anguiano (www.raulanguiano.org) hay un link titulado Lucha contra las falsificaciones, cuyo es objetivo prevenir a futuros compradores de caer en las garras de este tipo de fraude.

Según este sitio web, en el delito de falsificación intervienen artistas falsificadores, dealers, galerías, casas de subastas y hasta funcionarios que se hacen de la vista gorda a cambio de grandes beneficios económicos.

Sin embargo, los escándalos por falsificaciones son cada vez mayores.

 

Un carpintero con un baúl de 800 millones de dólares

El 4 de agosto de 2009, un grupo de galeristas, investigadores, coleccionistas y críticos, como Pedro Diego Alvarado, Teresa del Conde, Mariana Pérez Amor, James Oles, Hayden Herrera y Cristina Kahlo, publicó una carta abierta dirigida a las autoridades de Conaculta, el Instituto Nacional de Bellas Artes (INBA) y el Fideicomiso Museos Diego Rivera y Frida Kahlo, en la que manifestaba “enérgicamente nuestra protesta y denuncia en contra de los autores y los responsables de la publicación del catálogo titulado El Laberinto de Frida Kahlo. Muerte, dolor y ambivalencia. Cartas ilustradas, dibujos y notas íntimas, editada por el llamado Centro de Estudios del Arte Mexicano ubicado en San Miguel de Allende, Guanajuato, en el año 2008, y publicada en los Estados Unidos bajo el título de Finding Frida Kahlo: Diaries, Letters, Recipes, Notes, Sketches, Stuffed Birds, and Other Newly Discovered Keepsakes, escrita por Stephen Jaycox, editada recientemente por Princeton Architectural Press”.

Los firmantes afirmaban que: “Toda la documentación y obras reproducidas en dichas publicaciones ha sido considerada y determinada por los más experimentados y acuciosos investigadores de la obra de FRIDA KAHLO como FALSA”.

En septiembre de 2009, sólo un mes después de la carta abierta, el Fideicomiso de los Museos Diego Rivera y Frida Kahlo presentó una denuncia formal ante la PGR “en contra de quien o quienes resulten responsables por conductas que pudieran ser constitutivas de delitos del orden federal”.

Los miembros del Fideicomismo, que preside Carlos García Ponce, dirige Carlos Phillips Olmedo, y cuya secretaria vitalicia es Guadalupe Rivera Marín, sustentaban su demanda en que:

“Mediante decreto publicado en el Diario Oficial de la Federación el 18 de julio de 1984, se declaró monumento artístico toda la obra de la artista mexicana Frida Kahlo Calderón, por lo que quedó protegida por la Ley Federal Sobre Monumentos y Zonas Arqueológicos, Artísticos e Históricos, respecto de su conservación, restauración, comercialización, reproducción y exportación, lo cual se considera de utilidad pública, de acuerdo a lo dispuesto por la citada Ley”.

Según la nota periodística publicada en el portal web Terra el 10 de junio de 2011: “El Ministerio Público solicitó al INBA el 17 de marzo de 2010 que designara un perito en materia de arte para determinar si las obras relacionadas con la indagatoria PGR/DDF/SPE-XXVII/4396/09-09 eran auténticas.

El Instituto contestó el 8 de abril que no contaba ‘con personal calificado para realizar el dictamen’ y sugirió acudir a los peritos reconocidos por el Poder Judicial de la Federación, en particular, a Rafael Matos Moctezuma”.

Finalmente, la PGR resolvió el no ejercicio de la acción penal contra los Noyola Fernández, ya que, según su dictamen: “los delegados fiduciarios del Banco de México jamás nos han acreditado que las obras sean monumento histórico o artístico… por lo que resulta procedente el no ejercicio de la acción penal por hechos no constitutivos de delito”.

El origen de esta historia se sitúa en 2005, cuando la fortuna pareció sonreír a los galeristas Carlos Eduardo Noyola Fuentes y Leticia Fernández. A través de un intermediario, que llegó a su galería ubicada en la calzada de La Aurora S/N, en San Miguel de Allende, Guanajuato, el ebanista Abraham Jiménez López les ofreció un baúl que contenía mil 200 obras, entre dibujos, recados, cartas y bocetos, que según él, Frida Kahlo le había regalado como pago a sus servicios de carpintería.

Los Noyola Fernández le compraron la historia, y con ella el baúl. Con esta “colección” se editaron dos libros, uno en español y el otro en inglés, avalado

nada menos que por la Universidad de Princeton, una de las más prestigiosas de Estados Unidos y del mundo.

Cuando el grupo de conocedores del arte publicó su carta abierta, y después de que el Fideicomiso entabló su propia demanda, se logró retirar de circulación los libros impresos en Guanajuato, no así los de Princeton. En el portal de Amazon se ofrece todavía el libro a un precio reducido de 50 a 35.15 dólares.

Sin embargo, las obras no han sido destruidas y los Noyola Fernández insisten en su autenticidad, a pesar de que especialistas en la obra de Kahlo, como la misma Teresa del Conde, insisten en su falsedad: “Desde el principio se vio que es muy difícil, o imposible, autentificar esas obras como originales de Frida Kahlo porque no lo son,” dice, convencida, Del Conde.

La voz de Guadalupe Rivera Marín se torna más aguda cuando expone sus propios argumentos para asegurar que esas obras son falsas: “Mire, yo viví con mi papá y Frida en la Casa Azul. Viví con ellos una larga temporada, y le juro que ese señor que dice que es el carpintero jamás vivió en esa casa. El carpintero que vivía ahí era una persona humilde, como los que hay en todos los pueblitos y que todavía aquí los encuentra aquí en Coyoacán. Mi padre les dejó un cuartito que había por la calle de Allende, y en esos cuartitos vivían el carpintero y su esposa. ¿Por qué? Porque mi papá y Frida, sobre todo mi papá, trabajaba y le gustaba que sus telas se montaran inmediatamente. Le gustaba tener el material a la mano, no tener que ir a buscar a un carpintero que le hiciera los marcos. Bueno, cuando me enseñaron el libro (Finding Frida Kahlo) y la foto del que dijeron que era el carpintero al que Frida le había regalado toda esa obra les dije: “Bueno, pero están materialmente locos”. La gente que quiere hacer pasar a este individuo por el carpintero que vivía ahí. Es decir, es la prueba más fehaciente de la falsedad del asunto. Le ponen a un señor ahí muy elegante con cachucha española. ¿Cuál carpintero había en Coyoacán con esa pinta de español, de gachupín? Absurdo..”.

Una “duda razonable”

Pero, dado que en lo que respecta al arte hay mucho de subjetivo, ¿cómo saber, más allá de una simple apreciación visual, que una obra es falsa?

Teresa del Conde responde que hay métodos científicos para comprobarlo: “Elementos técnicos: edad de los pigmentos y del lienzo, caligrafía en el caso de escrituras, enunciados o leyendas; confirmar si la firma está integrada o no al soporte. Elementos estéticos: los artistas suelen tener lo que llamamos “estilo”, aunque éste fluctúa mucho a lo largo de sus trayectorias; sin embargo, hay algunas constantes que suelen mantenerse. Hay también en muchas de las falsificaciones rasgos aberrantes respecto al artista que se trató de falsificar, sea en cuanto a iconografía que en cuanto a manejo de materiales o rasgos secundarios. Sin embargo, hay ocasiones en que ni así puede determinarse con absoluta certeza la autenticidad o inautenticidad de una pieza. Conviene mucho leer los tratados sobre falsificación, los hay en varios idiomas”.

Rafael Matos Moctezuma insiste en que, cuando existe la duda, es indispensable convocar a un cuerpo colegiado de expertos: “muchas veces el órgano colegiado sugiere que se haga un estudio de pigmentos, que se haga un estudio de tela. Estos estudios de pigmentos y de tela los hacen en la UNAM, hay aparatos, algunas personas se dedican a hacerlos. Nada más van a establecer si esos pigmentos son de la época, en que se supone que se realizó la obra, no van a decir si la realizó fulanito, fulanita”.

El estudio de edad de pigmentos sólo es concluyente cuando arroja un resultado negativo; es decir, si la pintura que se utilizó no existía en la época en que vivió y trabajó el artista que supuestamente realizó la obra, porque entonces es imposible que la haya hecho. Pero si el resultado es positivo, se abre una posibilidad más: que sea una pieza contemporánea del artista a la que se le atribuye, aunque no necesariamente sea de su autoría.

Así que, para no apoyar todo el diagnóstico de autentificación en los elementos técnicos, Avelina Lésper, crítica de arte, sugiere tomar en cuenta otros aspectos: “Se hace una investigación histórica, se rastrea la vida de la pieza, de dónde viene, cómo la obtuvieron, en qué época del artista se realizó y si el tema y el estilo corresponden a ese momento”.

Y vuelve al tema de las obras apócrifas de la colección de los Noyola Fernández: “Por ejemplo, en el caso de Frida Kahlo hablar de mil 200 obras y objetos es más de una vida, son dos vidas, de una persona que a los seis años contrajo la polio, sufrió accidentes y siguió toda su existencia enferma, y murió a lo 47 años, por fuerza tuvo una producción muy limitada”.

Guadalupe Rivera Marín apunta un dato preciso: “Están catalogados, entre cartas, recados, letras, mensajes, lo que usted quiera y mande, y cuadros, 420 obras de Frida. En toda su vida. Es lo que está catalogado, por lo que se encontró en la Casa Azul, por lo que está en los museos, por lo que es absolutamente cierto que es obra de ella”.

La mezcla de elementos característicos de la obra del artista, dispuestos en un orden distinto o descontextualizado también es una “señal” de que una obra puede ser falsa. Dice Avelina Lésper:

“Si ves las piezas, están en el libro Finding Frida Kahlo de Barbara Levine, las pinturas son copias de elementos de Frida mezclados con otros, que es un método recurrente en la falsificación. Los otros objetos son memorabilia y souvenirs, postales y cartas que ella envío, y por una ilógica circunstancia, ella misma se supone que conserva”.

En conferencia de prensa del 9 de junio de este año, en la sede del Museo Frida Kahlo en Coyoacán, Juan Coronel Rivera, nieto de Diego Rivera, coleccionista e historiador de arte, afirmó que si la colección de los Noyola Fernández fuera auténtica valdría cerca de 800 millones de dólares.

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