El balance del gobierno de Felipe Calderón estaría incompleto sin la valoración sobre el desempeño del trabajo y la presencia pública de su esposa Margarita Zavala Gómez del Campo.
Lo primero que viene a la mente es que con la esposa del actual mandatario ocurre algo parecido a lo que pasa con los árbitros. Cuando el réferi (así lo pone la RAE) es malo, se vuelve tema, noticia, adquiere protagonismo, pernicioso, pero protagonismo al cabo. Cuando el árbitro es bueno, su labor pocas veces será destacada en los medios de comunicación.
Pareciera que la labor de Margarita Zavala ha sido vista como positiva sólo por contraste con su antecesora: nada pudo ser tan malo o competir con la polémica, e incluso negativa, imagen a la que nos acostumbró su Marta Sahagún, cuyo protagonismo fue consagrado en la frase aquella de “la pareja presidencial”.
Pero Margarita Zavala ha tenido agenda y personalidad propia en el sexenio. Hizo del tema de los niños migrantes un asunto en el que se involucraron a diversas agencias del gobierno y tomó como propias políticas sobre prevención de consumo de drogas y de combate a la trata de blancas.
Además, en momentos de crisis, Margarita Zavala mostró su propia personalidad. Es, creo, de lo poco rescatable de la respuesta del gobierno federal a la tragedia de la guardería ABC de Hermosillo (viajó a supervisar la atención de los heridos, por ejemplo). En otro caso, abrazó solidariamente a doña Luz María Dávila, la madre de dos muchachos asesinados en Villas de Salvárcar, quien personalmente reclamó al presidente Calderón el haber criminalizado a sus hijos.
Y en el diálogo con el Movimiento para la Paz con Justicia y Dignidad, Zavala supo ser empática con las víctimas presentes en el Castillo de Chapultepec, a diferencia de la totalidad del gabinete, que en esas jornadas se escudaron en legalismos para intentar argumentar la falta de justicia en cada uno de los casos ahí denunciados (los funcionarios confirmaron con creces el reclamo de indolencia reclamado por los deudos).
Finalmente, pero no menos importante, la labor de Margarita al lado de la Cruz Roja en la atención a víctimas de desastres quedará como un referente.
“Yo, al final, me siento satisfecha. Todavía falta y en esto ve una siempre la oportunidad de ayudar. Lo que yo decidí hacer fue trabajar sobre todo en el área social. Sí, había muchas cosas que yo había trabajado desde el lado político, de otra manera de ver las cosas, como diputada local, como diputada federal o como integrante de Acción Nacional, pero del lado como acompañante del titular del Ejecutivo, decidí trabajar sobre todo en el área social”, le dijo Margarita Zavala a Pascal Beltrán del Río, de Excelsior, en febrero pasado.
Sara Sefchovich, en La Suerte de la Consorte (Editorial Océano, 2010) apunta que “mientras que la señora Sahagún de Fox hizo lo que quiso y usó a su gusto los recursos públicos sin importarle la legalidad y el escándalo, la señora Zavala de Calderón nunca perdió de vista que ella no había sido electa y que por lo tanto tenía que medir y acotar sus actividades, su uso de los recursos y su uso del micrófono”. La especialista agrega: “Y lo hizo bien”.
Ya les tocará a los panistas juzgar a su correligionaria sobre la actividad al interior de la vida de ese partido en estos seis años.
Por lo pronto, se puede decir que Margarita Zavala, que siempre rechazó aquello de “la primera dama”, no fue ni figura de ornato ni tuvo un indebido protagonismo. Seis años sin provocar ni un escándalo mediático, sin una posición fuera de lugar, sin una declaración fuera de todo. Se dice fácil.




