Formación integral del estudiante: ¿mito genial?

Eduardo Suárez Díaz Barriga

07/09/2014 - 12:01 am

Para venderse, el modelo educativo imperante en la mayoría de nuestras escuelas utiliza a la formación integral como un argumento central de ventas. Es un concepto que suena a prueba de balas: para educar bien es necesario educar a la persona completa, no solo en lo intelectual sino también en lo físico, lo ético, lo emocional, lo estético… Uno de los aspectos de esta formación integral es la educación ciudadana. Y no hay ciudadanía que no deba ser democrática y comprometida. Hasta aquí, ningún problema. ¿Verdad que no?

Las dificultades comienzan cuando se considera con cuidado lo que en realidad se hace y no solo lo que se dice que se hace. Un examen de la oferta educativa y de los planes de estudio de la mayoría de las universidades despejará dudas: se educa para el trabajo productivo, para la inserción de la persona en el mundo económico. Y el resto del subsistema, de la primaria al bachillerato, está para fundamentar esta inserción. Esta idea recibe en el caló educativo el nombre de pertinencia socio-económica. La pertinencia es buena, ¿o no? Queremos que los estudiantes tengan un buen trabajo, ¿verdad que sí?

Las dudas aparecen cuando se ponen juntos estos dos conceptos: el de pertinencia y el de formación integral. Parece que se trata de una suma que da cero, esto es, lo que una parte de la ecuación gane la debe perder la otra. Una hora de clases, ¿de planeación estratégica o de desarrollo musical? Es necesario hacer un recorte presupuestal, ¿en el laboratorio de resistencia de materiales o en las canchas deportivas?

Como la estancia en la escuela es necesariamente limitada, ¿cuál de las dos intenciones tendrá más poder? Adivinó: lo que lo económico gana lo pierde la formación integral. Necesariamente. Si no, habría que ir aumentando horas y recursos para la educación de nuestros hijos e hijas. Y ni modo que pasen todo el tiempo en la escuela, deben ir a trabajar y ser productivos, ¿o no? Como se puede ver, aquí hay un mandamás muy evidente.

La cosa se pone muy bronca cuando leemos cualquier periódico. Inseguridad por el crimen organizado, problemas de salud pública como la obesidad y la diabetes, adicciones desbocadas y destructivas, suicidios juveniles e infantiles, corrupción generalizada y pertinaz. Es entonces cuando se da el grito: ¿qué demonios pasa con nuestra educación? Este rugido está dirigido a la formación integral, que tiene pocas probabilidades de competir contra el poder de lo económico y lo profesional.

La tensión en esta suma es muy interesante: ahora a lo económico también le interesa la formación integral. La razón es muy sencilla: los problemas de nuestra sociedad están afectando enormemente al mundo financiero, a empresas y corporaciones. Se están convirtiendo en obstáculos insalvables. Es por esta razón que encontramos tanto énfasis en la formación integral. Cada que se escucha este grito que exige el desarrollo cabal de los estudiantes, una de las voces más fuerte es la del cosmos del dinero. Y esto resulta muy paradójico: es una contradicción prescribir el desarrollo completo y equilibrado de la persona pero (pero que da la vuelta al ruedo, como decía Monsiváis) al servicio de lo productivo. Si está a su servicio, ya no es equilibrado ni completo.

La suma sigue siendo muy dispareja. Pensemos en la democracia, valor esencial para educar integralmente ciudadanos y ciudadanas responsables y comprometidas, quienes a su vez son un requisito de nuestros tiempos y contextos para economías sanas y globalizadas. ¿En realidad se educa para que nuestros estudiantes conviertan a la democracia en una forma de vida? Claro que no. Si así sucediera, inmediatamente nos echarían en cara lo dictatorial de su escuela, lo autoritario del mundo sindical de sus profesores y lo despótico de una vida familiar dominada por el machismo. Y al ingresar al mundo del trabajo y recordar sus lecciones sobre democracia les rechinarían los dientes y les crujirían los huesos al constatar que en las organizaciones donde laboran su opinión sobre las decisiones trascendentes simplemente no importa.

Por eso se tiene tanto énfasis en acotar la enseñanza de la democracia con el adjetivo de ciudadana. Lo que deben aprender es a votar, a identificar la separación de poderes, a entender conceptos como representatividad… Otra vez, ni equilibrado ni completo.

Lo que se requiere es abandonar la simulación. Si el desarrollo integral de los estudiantes como personas completas es tan evidentemente necesario, pues hagamos eso. Sin concesiones. Si la democracia importa, sus valores deben aplicarse a la vida del hogar, a las relaciones entre hombres y mujeres, a la escuela, al trabajo. Esto no perjudicará al mundo económico, para nada. Muy al revés, personas íntegras, relacionadas sin violencia y desarrolladas de forma equilibrada en todas sus potencialidades serán más capaces de aportar al mundo productivo que individuos neuróticos, temerosos, adictos, infelices… o muertos a balazos. Apostemos en las escuelas por los seres humanos y no por los entes económicos. Por el bien incluso de la economía. Así de sencillo.

Eduardo Suárez Díaz Barriga

Eduardo Suárez Díaz Barriga es biólogo y profesor universitario. Tiene maestrías en administración de instituciones educativas y en tecnología educativa. Además de la docencia y la investigación, se ha desempeñado en puestos administrativos en instituciones educativas públicas. Le gusta la comida, el mezcal, la música y el cine. Se la pasa muy bien con su familia.

Lo dice el reportero