Siempre he pensado que Vargas Llosa debiera leerse los libros que escribe, para evitar que la gente sensible tenga que decir: qué buen escritor y qué mal demócrata. Si Vargas Llosa se leyera sus libros quizá le pasara lo contrario que al doctor Jeckyll de la novela de Robert Louis Stevenson, que cuando probaba su propia receta médica, se convertía en el brutal Mr. Hide. Sería maravilloso que Vargas Llosa hubiera leído Conversación en la catedral y hubiera entendido que buena parte de los políticos que defendía iban camino de convertir sus países en algo parecido a la dictadura del general peruano Manuel Arturo Odría.
Si el escritor peruano y nacionalizado español Mario Vargas Llosa no hubiera fallecido el mismo día que tenían lugar las elecciones en Ecuador, sin duda, el Nobel de literatura habría salido a defender la victoria fraudulenta de Daniel Noboa. Al día siguiente, si no la misma noche, habría hecho declaraciones apoyando la limpieza de la elección y la justa victoria del candidato vinculado al narcotráfico; defendería al CNE ecuatoriano y habría dicho que lo soldados que estaban allí en la lectura de los resultados como si estuvieran deteniendo a narcotraficantes, eran guerreros de la libertad; habría disparado inclemente sus adjetivos demoníacos contra Luisa González y Rafael Correa por castro-chavistas; habría insultado a Pachakutik y a los indígenas ecuatorianos por pretender llevar al pasado y al comunismo a Ecuador; y, en las semanas siguientes, habría asistido a un congreso por la libertad en Quito donde también habrían asistido María Corina Machado, Edmundo González -éste, por cuestiones de salud, por vídeo, igual que Donald Trump y Benjamin Netanyahu, en este caso porque tienen guerras que atender-; estaría Bolsonaro y el que fue Presidente de Bolivia, Tuto Quiroga; no faltarían José María Aznar y Cayetana Álvarez de Toledo, ni Claudio X y Norma Piña por México, Vicky Dávila de Colombia, y estaría por confirmar lo que finalmente hiciera la cancillería chilena.
En fin, lo mejor de cada casa, donde no faltaría una delegación de fascistas ucranianos, reunidos con otras delegaciones de fascistas de Alemania, Italia, Hungría, Polonia, Suecia, Finlandia, España, Chile, Brasil e, incluso, de las deshabitadas islas Heard y McDonald, donde Trump quiere poner aranceles porque, vista la marcha del mundo, seguro que también hay ya algún que otro pingüino al que le han sacado carnet de algún partido fascista.
Después de haber dedicado unos días a disparar contra la izquierda ecuatoriana y de legitimar el fraude electoral en Ecuador, Vargas Llosa tendría una llamada vocacional y entonces comenzaría a escribir una nueva novela, en este caso, sobre Ecuador. Una novela ambientada en 1950-1960, donde, en medio de una crisis económica y social, una carismática candidata de izquierda, académica y madre, Ileana Paredes, emerge como favorita en las elecciones presidenciales. Hija de profesores rurales y defensora del "nuevo socialismo plurinacional", logra unir a una parte importante del movimiento indígena, a estudiantes y a trabajadores. Pero en las elecciones, su triunfo es arrebatado mediante un fraude sofisticado, disfrazado con encuestas manipuladas, apagones digitales y una campaña de miedo amplificada por los medios.
El poder lo mantiene Alcides Romero, un banquero reconvertido en Presidente, respaldado por las élites conservadoras, los militares y alianzas oscuras con cárteles mexicanos y colombianos. Recibe, por supuesto, el apoyo de otros dictadores o de políticos-empresarios del mundo. La trama estaba lista.
Vargas Llosa tenía la idea en la cabeza. Pero tendría que hacer antes un ejercicio complicado, porque el primer paso sería olvidar todo su apoyo real y concreto a Daniel Noboa. Tendría que olvidar que, en la primera vuelta, Noboa ganó a Luisa González por apenas 14 mil votos, y en la segunda vuelta, pese a todo lo que decían las encuestas previas, los resultados empatados de las encuestas a pie de urna, ahora le ganaba Noboa a Luisa por más de un millón de votos. Igualmente, y pese a ser amigo de la fantasía, tendría que dejar de lado que Pachakutik y la CONAIE, las más importantes referencias de los indígenas, apoyaron en la segunda vuelta a Luisa González. ¿Cómo explicar que tuviera con más apoyos menos votos?
Tendría que olvidar también que fue precisamente Noboa, al que días antes había estado defendiendo, el que incumplió la Ley siendo candidato y Presidente; que fue el que declaró el estado de excepción en Guayas, en Manabí y en Pichincha, es decir, donde tiene lugar el 80 por ciento de la votación y especialmente en los lugares donde sacó un mal resultado electoral; que cambiaron sorpresivamente, igual en donde le había ido mal a Noboa en la primera vuelta, el lugar de 18 casillas electorales y cerraron recintos electorales, como en Portoviejo, donde la mayoría del voto era de Luisa González; olvidar que los veedores independientes no pudieron desarrollar su trabajo para que no dejaran constancia de que los 45 mil militares desplegados impedían el voto de los ciudadanos de izquierda; que se usaron los medios públicos y privados para hacer campaña constantemente; que no se dejó votar a los ecuatorianos que estaban en otros países, como ha pasado con los ecuatorianos en Venezuela; que el CNE dio por válidas actas donde no había firmado conjuntamente, como dice la Ley, el Presidente y el Secretario de la junta, siempre votos a favor de Noboa…
El Vargas Llosa escritor tendría que olvidar que la campaña de Noboa utilizó bots para mentir contra Luisa González usando a fallecidos, a menores de edad o cuentas donde se usurpaban identidades. Tendría que olvidar que una buena parte de los líderes de la Revolución Ciudadana, entre ellos Rafael Correa o René Ramírez, están fuera del país, exiliados porque Noboa, Lasso y los políticos de la derecha usaron ilegal e ilegítimamente a los jueces para perseguir a los adversarios, como hacía el dictador Trujillo en República Dominicana y Vargas Llosa lo contó en su novela La fiesta del chivo.
Andaba dándole vueltas al hecho de que el CNE había anunciado en primer lugar un resultado muy estrecho y, sin embargo, el resultado final anunciado era de 12 puntos de distancia. En la novela tendría que colocar a algún personaje contradictorio como responsable de esa maldad. Ya lo resolvería. Podría ser alguien en el CNE a cambio de prebendas. Aunque Vargas Llosa había firmado una declaración, junto a María Corina Machado, exigiendo el respeto al CNE, su trabajo y la proclamación del candidato empresario. Y aunque al hermano de la Presidenta del CNE, Diana Atamaint, le hubiera nombrado Noboa un año antes Cónsul en EE.UU.
Liberado de la realidad, Vargas Llosa podría empezar a diseñar su novela sobre Ecuador. Ya veía los personajes. Ileana Paredes sería la protagonista. Una figura inspirada en Manuela Sáenz, pero contemporánea. Humanista, dura y sensible. El robo electoral la convierte en símbolo, pero también en blanco de una campaña judicial por "financiamiento ilegal" y "terrorismo". Su condición de mujer también sería usada para denigrarla. Leónidas Saá es un joven líder indígena de la Sierra Central, descendiente ficticio de resistentes a la colonia española. Su tarea es intentar reconciliar las facciones enfrentadas del movimiento indígena y se mueve entre contradicciones. "El Gato" Mejía es un joven narcotraficante costeño que, de adolescente, militó en colectivos de izquierda. Ahora es uno de los financiadores ocultos del régimen de derecha y trabaja con el Presidente narco y corrupto. Tiene conflictos internos, pues admira a Ileana en secreto, y desprecia a los militares y políticos corruptos con los que negocia.
El General Rodrigo Carrión es un militar retirado, héroe de la “guerra contra el narco” en la frontera. Es ahora el operador del terror estatal, experto en torturas, chantajes, y desaparecidos. Tiene negocios en puertos, minería ilegal y protección a cargamentos de cocaína. También está la Jueza María Belén Loor, descendiente de Eloy Alfaro, ascendida gracias a su lealtad política. Es la encargada de armar casos judiciales contra la oposición usando testimonios falsos, informes manipulados y presiones desde la prensa. Vive un conflicto interno cuando su hermano, un activista, es detenido por el mismo sistema que ella representa. Y, por supuesto, está el pueblo, que de manera coral representa la dignidad y la lucha contra la opresión. Ya casi tiene la novela.
Mientras tanto, y aprovechando un receso, Vargas Llosa asiste a un acto en Nueva York, donde tiene su apartamento frente a Central Park, para apoyar a Donald Trump y a Elon Musk en el desmantelamiento del Estado social norteamericano. Allí le condecoran, aunque con retraso, por haber apoyado la invasión de Irak y haber defendido, aunque fuera mentira, que Sadam Hussein tenía armas de destrucción masiva. También por haber defendido el golpe en Honduras contra Mel Zelaya, por haber defendido el golpe contra el libio Muammar Gadafi, por haber colaborado en los intentos de desestabilización de Chávez y Maduro en Venezuela, por ser un firme opositor del Gobierno cubano. En la concesión de la medalla le alaban por apoyar la dictadura de Dina Boluarte, como hizo con Keiko Fujimori, contra candidatos de izquierda en Perú.
En los discursos no se dijo, pero el Gobierno de los EE.UU. estaba muy agradecido a Vargas Llosa por haber colaborado en los intentos de desestabilización de Andrés Manuel López Obrador y de Claudia Sheinbaum en México, por haber apoyado a Jeanine Áñez en el golpe contra Evo Morales, por apoyar a José Antonio Kast en Chile, por lanzar las siete maldiciones y sus plagas contra Colombia si ganaba Gustavo Petro, por apoyar a Macri contra el peronismo y por decir que los indígenas peruanos que apoyaban al Presidente Pedro Castillo, y él mismo, eran unos analfabetos.
Allí mismo, y aprovechando el viaje, el Gobierno de Netanyahu también le condecora por su apoyo al exterminio del pueblo palestino.
Meses después, el Ecuador está aún más en el pozo. Las bandas de narcotraficantes se han hecho con parte del país; los empresarios que rodean a Noboa, incluidos sus familiares, están saqueando lo que queda del país. Los militares reprimen a los seguidores de Luisa González que han hecho un plantón en la plaza de la Independencia, imitando a lo que hizo en 2006 Andrés Manuel López Obrador.
Las Islas Galápagos están teniendo problemas mediambientales por el uso militar norteamericano de la isla y en la Amazonía la deforestación y el petróleo está haciendo estragos. Los indígenas, incluidos los que apoyaron a Noboa, están siendo igualmente reprimidos. El control de los medios de comunicación es total y los jueces castigan cualquier disidencia. Ha crecido el desempleo y la inflación y decenas de miles de ecuatorianos tienen que salir del país. El Presidente Noboa ha autorizado que los que sean detenidos en EE.UU. sin papeles sean mandados a la cárcel de seguridad de El Salvador. Vargas Llosa sigue defendiendo a capa y espada a Noboa.
Por fin Ramdom House publica la última novela de Vargas Llosa. La Patria de los otros se titula. Un fresco contra la opresión en Ecuador en los años 50 y 60. El final es esperanzador. El Gobierno logra encarcelar a Ileana, tras una operación mediática y judicial. Sin embargo, Leónidas, con ayuda de un antiguo Vicepresidente llamado Satiño, convoca una marcha indígena y de trabajadores que paraliza al país durante semanas. El "Gato", tras descubrir que los militares han matado a un antiguo camarada suyo, revela pruebas del fraude electoral en un intento ambiguo de redención. La Jueza Loor, tras comunicarle que su hermano ha sido asesinado en prisión, filtra documentos secretos y huye del país llevándose un libro de Eloy Alfaro. Ileana, desde la cárcel, escribe un manifiesto titulado La Patria de los otros, en el que denuncia que la democracia fue vendida al mejor postor, pero que la historia, como siempre, aún no termina de escribirse.
Vargas Llosa da una fiesta, y la flor y nata de las élites latinoamericanas y europeas, celebran la última novela del escritor y aliado de los enemigos de la democracia. El diario El país le entrevista, igual que Clarín, Mercurio y la CNN. Todos los periodistas celebran su enorme compromiso democrático. Ni el Papa Francisco ni Pepe Mugica se han pronunciado. Algunos dicen que ya conocen esa novela y que no es sino eso, otra novela.





