Jorge Javier Romero Vadillo

Un algoritmo en defensa de los demagogos

"Pensar, hoy, parece en sí mismo un acto de resistencia, en tiempos en los que las nuevas inquisiciones brotan por todas partes en forma descarnada de dictado autoritario o en la manera pretendidamente noble de lo políticamente correcto."

Jorge Javier Romero Vadillo

10/07/2025 - 12:02 am

Foto: Europa Press

En las profundidades abismales de la galaxia algorítmica, donde las inteligencias artificiales vigilan nuestros movimientos, alguien —o más bien algo— decidió que yo promovía el extremismo violento. ¿Cuál fue mi acción subversiva, mi incitación al odio? Tan sólo explicar, con la parsimonia de un profesor de teoría política, los distintos tipos de demagogos que han colonizado la vida pública. Ni gritos, ni insultos, ni amenazas, tal vez el tono vehemente con el que suelo expresar mis puntos de vista y una idea bastante reiterada en estos tiempos: los demagogos llegan por la vía democrática y desmantelan la democracia desde dentro. Eso bastó para que TikTok eliminara un fragmento de una entrevista donde explico por qué lanzamos El Diluvio, un proyecto editorial multimedia que se rebela contra el naufragio global del sentido democrático.

Para los pruritos de la plataforma china, decir que los farsantes calculadores, los paranoicos del miedo o los iluminados de la fe ciega representan un peligro, no es una advertencia razonable, sino un llamado a la insurrección. No importa que en el mismo video aclare que identificarlos es una forma de defender la democracia. El algoritmo, ese oráculo programado en alguna oficina de Silicon Valley o en algún laboratorio de Shanghái por jóvenes que apenas pueden leer un párrafo sin pestañear, dictaminó que yo incitaba a la violencia. Y así, sin más, el video fue fulminado. No sorprende que el código creado en China considere subversivo el clamor democrático.

Estamos ante una nueva censura: la robótica. Una censura que no llega con botas ni con toletes, sino con un formulario automatizado que recomienda “revisar las normas de la comunidad” como quien te sugiere meditar y tomar una infusión de manzanilla. No hay comisarios con gafete, pero hay un código invisible que decide lo que se puede decir y lo que debe desaparecer. Y si algo ofende a la máquina, se evapora.

No deja de tener su ironía: hablar de los riesgos de la demagogia, y que te silencien por eso. Como advertir sobre un incendio y que te castiguen por alterar la paz. Pero el episodio sirve para algo. Nos recuerda que, incluso en las plataformas que presumen de abiertas y modernas, hoy el pensamiento crítico molesta. No hay lugar para matices. Todo debe encajar en categorías preestablecidas, digeribles, neutras como papilla de hospital. Si dices que la democracia está en peligro, la IA te confunde con el que la está atacando. Y si usas palabras complejas, mejor que te vayas despidiendo de la “viralidad”.

A estas alturas ya deberíamos tener claro que la “inteligencia artificial” no es tan inteligente como los apocalípticos proclaman. Tiene memoria de mosquito y sensibilidad de burócrata. No sabe leer ironías, ni distinguir la sátira del insulto. No entiende que llamar farsante a un demagogo no es violencia, sino higiene democrática. Y tampoco registra que hay diferencias entre incitar a un golpe de Estado y publicar una entrevista donde uno defiende la deliberación pública.

Este es el punto de partida de El Diluvio. Una plataforma que se asume como resistencia, no como eco de la moda. Un espacio para voces críticas, no para influencers de utilería. Un proyecto editorial que junta a mujeres y hombres con pensamiento propio, de México, España, Chile, Colombia, Canadá, Estados Unidos y más allá. Académicos, periodistas, analistas, ensayistas, todos con un común denominador: no están dispuestos a aceptar el triunfo del iliberalismo, ni la sepultura de la democracia.

Como bien dice Mauricio Merino en el texto que introduce el número cero del proyecto, El Diluvio no nace desde la nostalgia, sino desde la urgencia. Frente al autoritarismo que nos inunda, elegimos navegar. Frente a la banalidad programada, proponemos ideas. Frente a la censura algorítmica, ofrecemos pensamiento. No somos muchos, pero somos suficientes para decir que el emperador está desnudo, aunque el algoritmo prefiera cubrirlo con una mantita digital.

Nuestra inspiración no es mesiánica ni promete salvaciones milagrosas. No vendemos redención, sino lucidez. Homenajeamos a Ludolfo Paramio, quien escribió hace décadas Tras el diluvio, y alertó sobre los peligros que enfrentaba la izquierda democrática ante el cierre del siglo XX. Hoy, el problema ya no es sólo ideológico. Es estructural. Vivimos bajo un modelo político que combina vigilancia masiva, manipulación emocional, y una economía depredadora. Y cuando alguien lo dice, lo callan por extremismo violento o lo vapulean como enemigo del pueblo bueno.

No exageramos. Lo que está en juego no es sólo la calidad de nuestras democracias, sino la posibilidad misma de pensar y vivir con libertad. No hablamos de defender una forma de Gobierno, sino una forma de vida, aunque suene tópico. Y el idioma que elegimos es, en sí mismo, una toma de posición. El Diluvio se escribe en español, una lengua hablada por 600 millones de personas. Una lengua que no necesita pedirle permiso al inglés para existir ni para debatir. Aunque los amos de los algoritmos no lo sepan, también se puede pensar en castellano.

Lo que queremos es simple, pero no sencillo. Queremos deliberación, no propaganda. Queremos análisis, no slogans. Queremos debate, no espectáculos. Y eso, en tiempos de inteligencia artificial y gobernantes iluminados, dueños de la verdad, parece demasiado pedir. Pero por eso mismo lo intentamos. Porque no hacerlo sería entregarnos, aceptar la derrota.

TikTok podrá borrar un video. Meta podrá esconder una publicación. YouTube podrá desmonetizar una voz, los propagandistas pretenderán la descalificación en X. Pero el pensamiento no se cancela tan fácilmente. La crítica encuentra rutas, se filtra como el agua, desborda las fronteras que le imponen. Y aunque vivamos bajo el dominio de las redes “inteligentes”, siempre habrá una manera de decir lo que debe decirse.

A los nuevos censores no les hace falta ideología: les basta con una tabla de decisiones programadas. No distinguen entre una alerta y una amenaza, entre una denuncia y una agresión. Viven en la lógica del mínimo riesgo. Pero pensar no es seguro. Pensar incomoda. Pensar implica desafiar al algoritmo, al poder y al dogma. Por eso molesta tanto.

En El Diluvio, nos dedicaremos a eso: a pensar. Con humor, con datos, con estilo, con pasión. Desde la academia y desde el periodismo, desde el análisis político y desde la cultura. Vamos a hacerlo con palabras, con imágenes, con audio, con todo lo que esté a nuestro alcance. Porque el silencio no es opción. Y porque, si no nos dejan decirlo en TikTok, lo diremos en todas partes.

Jorge Javier Romero Vadillo

Jorge Javier Romero Vadillo

Politólogo. Profesor – investigador del departamento de Política y Cultura de la UAM Xochimilco.

Lo dice el reportero