Héctor Alejandro Quintanar

El nobel de la Paz para Donald Trump

"Con estos precedentes, no sorprende que en días recientes el señor Benjamín Mileikowsky, alias Netanyahu, criminal de guerra que gobierna Israel, regaló al perdulario estadunidense Donald Trump la carta que emitió para nominar al Premio Nobel de la Paz al ogro estadunidense, presuntamente por su labor en la tregua entre el enclave israelí e Irán."

Héctor Alejandro Quintanar

11/07/2025 - 12:05 am

Más que un signo de indudable prestigio, el Premio Nobel tiene entre sus galardonados y nominados a una lista considerable de gente que le resta lustre y le exhibe una madeja enorme de contraluces. Esto no es ningún descubrimiento del agua tibia ni menos aún un secreto, es ya un saber común que, sin embargo, por su relevancia, merece ser nombrado sin ambages.

Los ejemplos son contundentes. En 1973, verbigracia, el Premio Nobel de la paz lo recibió Henry Kissinger, Secretario de Estado de Richard Nixon, presuntamente por su rol pacificador en Vietnam. La Academia sueca pasó por alto el criminal rol que jugó este guerrerista en la política exterior estadunidense de la Guerra Fría, donde destaca, entre varias canalladas, el respaldo al golpe de Estado chileno del carnicero sanguinario Augusto Pinochet, en ese mismo año que recibía el galardón. Los adjetivos no son gratuitos: a la Secretaría de Estado norteamericana se le atribuye la frase para definir el crimen cometido al apoyar al dictador chileno: “con Pinochet buscábamos a un cirujano y contratamos a un carnicero”.

En 2009 recibió el mismo premio Barack Obama, Presidente estadunidense que no tuvo demasiadas diferencias con sus antecesores, los halcones republicanos que invadieron, sangraron y saquearon países de medio oriente. Supuestamente por contribuir con la pacificación nuclear, la recepción del nobel por parte de Obama se hizo con manos sucias de sangre inocente.

En el año de 2004, cuando se jugaba la Presidencia de la potencia norteamericana entre el demócrata John Kerry y el republicano George W. Bush, fue patente la memoria de que este sujeto había sido nominado en 2002 para el famoso Premio Nobel de la Paz, debido a su presunta lucha contra el terrorismo. El hombre que sin miramiento alguno recurrió a una táctica nazi de Joseph Goebbels, inventó que Saddam Hussein tenía armas de destrucción masiva para invadirlo y sangrarlo, aparecía entre republicanos como un paladín pacifista, mientras en Afganistán e Irak morían bajo sus armas centenas de miles de personas.

No está de sobra, sin embargo, exponer también a personajes que han ganado premios nobeles en disciplinas artísticas, pero que su papel como humanistas deja mucho que desear. Ahí está, por ejemplo, el noruego Knut Hamsun, premio nobel de Literatura en 1920, quien siempre fue un militante de las peores causas de la humanidad y era no sólo un facho convencido, sino también en 1943 le obsequió a la dictadura nazi en Alemania su medalla literaria.

Está también el caso del Premio Nobel peruano-español Mario Vargas Llosa, galardonado en 2010, y quien destacó en el Siglo XXI como un sempiterno respaldo a las atrocidades más dolientes del continente, donde destacan su apoyo a personajes impresentables del fascismo local -como Jair Bolsonaro o Antonio Kast- y, asimismo, su apoyo a la invasión de Bush a Irak en 2003. El diablo los hace y ellos se juntan.

En suma, pareciera que en la comisión que entrega los premios nobel ha habido poco interés en ver la biografía de sus galardonados con mirador panorámico y pasan por alto atrocidades que ningún comité humanista tendría que dejar pasar. No se aventurarán aquí las razones por las cuales se ha caído en ese sinsentido, pero siempre será necesario denunciarlo.

Con estos precedentes, no sorprende que en días recientes el señor Benjamín Mileikowsky, alias Netanyahu, criminal de guerra que gobierna Israel, regaló al perdulario estadunidense Donald Trump la carta que emitió para nominar al Premio Nobel de la Paz al ogro estadunidense, presuntamente por su labor en la tregua entre el enclave israelí e Irán.

El acto parecería una burla, una parodia o una cachetada con guante blanco, como cuando el cinco de junio pasado, el canciller alemán Friederich Merz obsequió a Trump un certificado de nacimiento en Alemania de su abuelo paterno, Friederick Trump, lo cual, disfrazado sabiamente de regalo amistoso, era en realidad una contundente y merecida exhibición de la contradicción del Presidente estadunidense, quien es un fanatizado racista anti-inmigración que, como serpiente que se muerde la cola, olvida que su familia es migrante. Nada nuevo bajo el sol: Hitler, el más alemán de los alemanes, era en realidad austriaco. Los líderes de la extrema derecha anti-inmigrante del movimiento PEGIDA en Alemania son algunos de origen turco, y el líder de la extrema derecha anti-inmigrante de la República Checa no es un eslavo rubio y acomplejado, sino peor, es un japonés de nombre Tomio Okamura. Como siempre, los fachos no son otra cosa que autodesprecio convertido en ideología.

Pero en la carta que Mileikowsky obsequió a Trump no había fina ironía sino una intención auténtica. Y eso hace pensar que lo importante no es el mensaje sino el emisor: a estas alturas, un criminal de Guerra como el Ministro israelí cuenta con un historial donde, justificándose con argumentos bíblicos y rodeado de bestias supremacistas en cargos clave del estado israelí, es el principal responsable de casi sesenta mil personas asesinadas en Palestina y 135 mil mutiladas, en un hecho que tendrá que pasar a la historia como un nuevo rostro del fascismo en el Siglo XXI, agravado por el hecho de que el carnicero Netanyahu usa de manera banal la memoria del genocidio cometido contra el pueblo judío a mediados del siglo pasado en Europa para justificar uno nuevo ahora.

Con este contexto, poco importa qué ocurra con la nominación de Netanyahu, lo relevante es que se haya emitido, porque eso pinta de cuerpo entero a su emisor y destinatario, hombres muy parecidos en sus dañinos defectos. Entender el gesto de Netanyahu es entender que detrás de la masacre en Palestina no hay ningún combate contra el terrorismo, sino un genocidio, perpetrado en vivo y en total impunidad, presuntamente cuando habíamos aprendido, después de 1945, que eso no debía pasar nunca más.

Héctor Alejandro Quintanar

Héctor Alejandro Quintanar

Héctor Alejandro Quintanar es académico de la Facultad de Ciencias Políticas y Sociales de la UNAM, doctorante y profesor en la Facultad de Filosofía de la Universidad de Hradec Králové en la República Checa, autor del libro Las Raíces del Movimiento Regeneración Naciona

Lo dice el reportero