El trabajo es una de esas realidades conflictivas que la gente comprende con claridad meridiana, basta un breve recorrido por frases anecdóticas que describen ese conflicto: "lo mejor del trabajo son las vacaciones", "¡por fin conseguí trabajo!", "necesito, me urge un trabajo" "qué bueno… me ha caído mucho trabajo", "el trabajo es tan malo que hasta pagan por hacerlo"… estas y otras mil expresiones por el estilo resultan tan frecuentes que todos las hemos escuchado o, incluso, las hemos dicho. Cada una revela una situación específica, por ejemplo: a quien lleva mucho tiempo desempleado difícilmente se le ocurrirá decir que "el trabajo es tan malo que hasta pagan por hacerlo" y, en cambio, quien lleva años en el mismo empleo seguramente pensará: "lo mejor del trabajo son las vacaciones".
A simple vista, y revisando esta clase de dichos, queda claro que nuestra relación con el trabajo es conflictiva. Quizás lo que mejor ilustra este conflicto es la fórmula "mal necesario". Sin embargo, si nos detenemos a revisar lo que ha reflexionado la filosofía sobre el asunto, se descubre un aspecto muy diferente: tomemos una sola de las muchas tesis que existen: la que aparece en Los manuscritos económico-filosóficos de 1844 de Marx. Este filósofo presenta al trabajo, y no sin razón, como el medio de la realización de la esencia humana, aunque, en su análisis de la sociedad capitalista, ese medio está enajenado y con ello el individuo también termina enajenado, o sea, con un ser que no es el suyo o, si se prefiere, el obrero no termina siendo él sino alguien ajeno a sí mismo. ¿En qué funda Marx este argumento? Las razones son varias: lo que un obrero produce mediante el trabajo no es lo que él desea, sino lo que el patrón le indica; lo que produce no es el el producto entero, sino solo una parte; las relaciones con los demás son relaciones de competencia y no de solidaridad y, finalmente, el objeto resultado del trabajo no es de quien lo produjo, sino del patrón que da al obrero un salario: lo necesario para que siga viviendo para trabajar.
La idea que está de fondo de este planteamiento es que el trabajo, o la praxis, es El medio por el cual los seres humanos hacen su ser: lo que se encuentra en la subjetividad del individuo pasa al plano de la realidad al ser objetivado o producido por el trabajo, y lo primero que aparece ante uno, gracias al trabajo es uno mismo, ya que el objeto es solo un residuo, pues lo preponderante es habernos hecho a nosotros mismos con la acción productiva.
Esta tesis es originaria de Hegel, quien, en su Filosofía de la historia, había afirmado años antes: "La praxis es el factor ontogenético" (idea a la que nos hemos referido muchas veces en la historia de esta columna). Pero, más allá, de quien la haya dicho primero, la idea resulta sumamente esclarecedora para entender el trabajo y la relación que guarda con la esencia de los seres humanos: literalmente somos lo que hacemos, pues no son nuestras características físicas, ni nuestras ideas, ni nuestros valores, ni lo que poseemos en exclusiva frente al resto de los animales lo que nos hace ser lo que somos, sino nuestros actos; nuestros actos son los que construyen lo que somos.
Este planteamiento —no me cansaré nunca de insistir en su importancia— es la clave para entendernos: somos lo que hacemos. ¿Qué hago yo? Pienso y escribo. Soy, en consecuencia, un pensador y un escritor. ¿Qué ha sido lo predominante a lo largo de nuestras vidas? Pues eso es lo que somos. Y dependiendo de lo que hayamos hecho podemos sentirnos felices o infelices, contentos o insatisfechos, en suma: la habremos hecho o no la habremos hecho.
¿Cuál es o ha sido el propósito de nuestra vida?, ¿cuál aquello a lo que hemos dedicado la parte sustantiva de nuestros actos? Pues eso es lo que somos, y si hemos conseguido o tenido los medios para sobrevivir satisfactoriamente, entonces no importará cuánto dinero o propiedades poseamos, ni cuánto aparentemos. Lo decisivo es lo que hayamos hecho, la actividad a la que nos hayamos consagrado para producir nuestro ser, y eso es lo que nos posibilita sentirnos felices o infelices.
Hay trabajos que, efectivamente, sólo nos dejan como beneficio dinero, no importa cuán espléndida o raquítica sea la cantidad, y hay trabajos que lo que dejan es lo que queremos ser y, por ello, tampoco importa si los ingresos son magros o abundantes. No sé si haya otras vidas, lo que sí sé es que estamos en esta y por ello entiendo la importancia del propósito real de la vida: aquello que hacemos: nuestra principal actividad: nuestro trabajo, pues, sea el que fuere, la meta es sin duda: lograr una vida buena, no una buena vida.





