
Por: Ángel Ruiz*
El pasado siempre está en disputa. Las formas de contarnos y contar el mundo siempre rememoran al ayer: quiénes fuimos y qué sucedió, como antesala de las personas que somos hoy y el mundo que nos acontece.
Durante muchos años, el Estado mexicano eligió contar un relato de un país que no existe. Intentó ocultar por todos los medios posibles que la construcción del país que habitamos se hizo sobre la base de eliminar no sólo cualquier disidencia política, sino también la base social que les apoyaba. Desde 1965 hasta la década de los 90, ejerció una política de terror estatal que sólo hasta el año pasado fue reconocida oficialmente. Durante muchos –demasiados– años se habló de México como el único país en Latinoamérica que no vivió los estragos del militarismo que el resto del continente. Frente al relato exterior de la construcción democrática de México, estaban cientos de personas que fueron desaparecidas o asesinadas por un Estado que buscaba –sin éxito– mostrarse como el poder absoluto.
El pasado siempre está en disputa. Porque el macrorrelato –la Historia con mayúscula– se enfrentó a la realidad de miles de sillas vacías, una en cada casa donde hace falta una persona desaparecida, desde hace más de 50 años. El discurso del Estado se ha negado a observar a todas las familias que han buscado incansablemente a sus seres queridos. Frente a la Historia (artificial, ficticia, violenta), la memoria siempre viva.
El 30 de agosto de 2024, se inauguró el Museo de la Memoria “La Silla Vacía” en Atoyac de Álvarez. Esta idea rondaba ya desde hace tiempo en la mente de Tita Radilla. "La Silla Vacía" no es un memorial creado desde una visión estatal para mostrar cómo ya no vivimos en tiempos de nuestros adversarios políticos. Es un espacio vivo donde podemos conocer a las personas protagonistas de las luchas frente a la injusticia. El Museo tiene hasta ahora cuatro exposiciones. Las dos principales – "Voces acalladas, vidas Truncadas" y "Montañas Invisibles"– son los rostros de todas las personas desaparecidas en Atoyac de Álvarez, uno de los municipios más afectados por la represión militar y política de la época, así como de quienes les buscaron incansablemente hasta que se les fue la vida. Nombrarles para hacerles presentes.
Las otras dos exposiciones acompañan a quien visita el lugar. En la Sala Audiovisual de la Memoria habitan camisas, guayaberas, tejidos, pañuelos, tijeras, arados y hachas, objetos de las personas desaparecidas, que junto con mantas bordadas con sus nombres atestiguan el paso del tiempo, de la búsqueda y de la lucha de AFADEM por encontrarles. En el pasillo que lleva a las salas, cuelgan las fichas de las personas desaparecidas del periodo de violencia que inició en el 2007, mostrando cómo un Manto de Impunidad cubre la injusticia que se mantiene desde el terrorismo de Estado hasta nuestros días.
¿Cómo un museo puede erigirse contra la injusticia y la impunidad? La respuesta no sería sencilla si antes no observamos cómo un museo se crea para hacer frente al olvido, al silencio, a la inacción. La memoria está viva porque requiere de personas que recuerden, y recordar siempre es un acto del presente. Tita y AFADEM no han dejado de hacerlo, ni de exigir saber dónde están las personas desaparecidas. Tampoco han dejado de señalar a quien se las llevó; fue el Estado, como recordatorio y como consigna, porque la desaparición –desde entonces y hasta ahora– es una apuesta por el olvido.
“La Silla Vacía que todos tenemos en casa”, dice Tita al nombrar el museo. Nombrar la ausencia es hacerles presentes. Disputar el pasado con la memoria de quiénes somos, quiénes fuimos, quiénes podremos ser.
* Ángel es investigador en el programa de Derechos Humanos y Lucha contra la Impunidad de @FundarMexico.





