Sandra Lorenzano

Me obsesiona la vida

"Como Lévinas, Arnoldo propuso dejar la filosofía, la escritura, como aquello que se cumple en tanto conocimiento de uno mismo, para pasar a ser apertura al otro".

Sandra Lorenzano

07/09/2025 - 12:02 am

No me obsesiona la muerte,
me obsesiona la vida.
Arnoldo Kraus

Abril es el mes más cruel: engendra / lilas de la tierra muerta, mezcla / recuerdos y anhelos, despierta / inertes raíces con lluvias primaverales [1], escribió T. S. Eliot en La tierra baldía. Pero para mí -y disculpen el tono confesional de mi artículo de hoy- desde hace diecinueve años el mes más cruel es agosto, porque es el mes en que murió mi madre, allá, al sur de todos los sures. Tenía sesenta y nueve años y las ganas de vivir a flor de piel. Fue el miércoles 30; un oscuro día del invierno porteño. Hace poco más de una semana, otro oscuro 30 de agosto, murió aquí, en México, el querido Arnoldo Kraus; tenía setenta y tres años y nos había enseñado mucho sobre la vida y la muerte. Permítanme que comparta con ustedes algunas líneas que escribí a propósito de la presentación de su libro Quizás en otro lugar [2], como íntimo homenaje a quien fuera mi médico, mi amigo, al que llamé siempre “mi gurú”.

*

¿Cómo se cuenta lo entrañable? ¿Cómo se cuentan el amor, los amigos, la escritura? ¿Cómo se dicen el cuerpo, el tiempo, los sueños, la enfermedad? ¿Con qué palabras se nombran la soledad y el miedo? ¿Con qué palabras se nombra la muerte? Cada una de las líneas escritas por Arnoldo –al que también llamaban Arnoldo Samuel, Mijael, Ángel o Anchul, dicho en esa lengua antigua que nunca le pedí a mi abuela que me enseñara, ¿hace falta decir que me arrepiento?-, cada una de las líneas, decía, cada uno de los párrafos, cada una de las páginas escritas por Kraus, parece partir de estas preguntas. ¿Cómo se cuenta lo entrañable? ¿Cómo se dicen el cuerpo, el tiempo, los sueños, la enfermedad? Y estas preguntas son a la vez los hilos que van tejiendo la escritura, y la red que la sostiene. Como cuando hablaba. Ir al consultorio del Dr. Kraus era como sumergirse en un libro profundo y cálido, del que una salía renovada, mejor persona de lo que era al entrar, más rica, más sensible, más reflexiva. Al mismo tiempo más fuerte y segura, y más frágil porque la finitud –con sus temores y pérdidas- está a la vuelta de la esquina.

¿No es acaso eso mismo lo que nos sucede después de leer un buen libro? ¿No nos pone la mejor poesía –y hablo de poesía como intención, no como género o forma literaria- en contacto con la muerte, con aquello que de sagrado tiene la muerte?

Recupero, para hablar de Quizás en otro lugar, una idea que he sentido siempre en el fondo de las palabras de Kraus, más que la de melancolía, que está presente también con enorme fuerza, es la idea de hospitalidad. Un término que quiero recuperar hoy, en estos tiempos aciagos, o tiempos de penurias, como decía Hölderlin. ¿Se acuerdan de aquellos versos? “Para qué poetas en tiempos de penurias”. No sé si alguna vez la humanidad sintió que NO vivía tiempos aciagos. Pero lo que sí sé es que hoy nos sentimos hundidos en la oscuridad. Y por eso necesitamos poetas, versos, palabras, ideas. Hölderlin sabía que su pregunta era retórica: que más que nunca hacen falta los poetas en tiempos de penurias; para recordar quiénes somos, para recordar la luz o la tibieza de la piel amada, para recordar la hospitalidad.

Hospitalidad entendida como una ética de la acogida, de recepción del otro, del “rostro” del otro, dice Emmanuel Lévinas. Y estoy convencida de que no puede ser distinto de éste el sentido último de la literatura: una creación ética. El conocimiento y aceptación del otro, de la otra, de las múltiples alteridades. El conocimiento y la aceptación que es también solidaridad, empatía, compasión. Todos términos que necesitan de otro ser para cumplirse. Como Lévinas, Arnoldo propuso dejar la filosofía, la escritura, como aquello que se cumple en tanto conocimiento de uno mismo, para pasar a ser apertura al otro. Del “conócete a ti mismo” de los griegos, al misterio de la alteridad, la huella del infinito en el rostro del otro, una huella –no un muro, no una garita, no un documento- una huella cuya traducción es siempre “no matarás”.

Buscando reflexiones afines a estos temas encuentro algo que se ajusta con increíble precisión a ese hogar hospitalario que Arnoldo Kraus construyó con sus palabras y con sus gestos, dentro y fuera del consultorio, dentro y fuera de sus libros. Se trata del hermoso concepto creado por Pedro Laín Entralgo: “amistad médica”. Así como lo oyen. Algo equivalente a la noción de hospitalidad levinasiana de la que venimos hablando; es decir la posibilidad de acoger en mi mundo al otro, al que es diferente a mí, y en un mismo movimiento nos fortalecemos ambos, y a la vez nos volvemos ambos vulnerables. Por eso habla también de “sanador herido”. ¿Se habrá sentido el querido Arnoldo un “sanador herido”? Quizás la escritura haya sido su modo de procesar o transformar esos dolores, esas heridas de los demás, en algo que va más allá, en algo que nos enriquece también a quienes lo leemos.

Me gustan estas ideas porque hablan de una ética del encuentro en posición de iguales. Ésa es la morada que construye la literatura. Ésa es la morada que construyó Arnoldo y en la que nos invitó a habitar.

Curiosamente el libro se llama “Quizás en otro lugar”. ¿Dónde? ¿Cuál es ese “otro lugar”? ¿Por qué no aquí? ¿Por qué la duda planteada por el “quizás”? ¿Por qué la duda que parece abrir una puerta a la esperanza? Esperanza, escribió Kraus, “es una palabra formidable. Enfermos y seres cercanos la repiten incontables veces, la necesitan. Algunos familiares de enfermos pobres, antes de sepultar sus esperanzas, empeñan sus vidas. Si a los enfermos se les amputan las ilusiones la muerte penetra antes. Barre con todo. No se inmuta. La esperanza no detiene el final, sólo lo aparca un momento. Un momento, en ocasiones suficiente, para decir adiós” (…) “Mientras corren los años, más me convenzo de la necesidad humana de tener esperanzas” (p. 168).   

La literatura como creación ética, entonces, conmueve y se conmueve, y sabe que las diferencias son bienvenidas, pero nunca las desigualdades. Las desigualdades económicas hieren al sanador. “El binomio más siniestro es patología y pobreza”.  Y pareciera que la esperanza tiene que ser mayor, tiene que ser más fuerte, cuando hablamos de pobreza. “No me obsesiona la muerte, me obsesiona la vida”, solía decir mi gurú, con la sabiduría y la sensibilidad que lo convirtieron en un referente fundamental de la bioética en México, fundador del Seminario Permanente de Bioética de la UNAM, entre otras cosas. Así, escribió, habló, amó, cuidó, escuchó, vivió, construyendo una ética de la vida que es, a la vez, la única ética que nos permite enfrentarnos a la muerte.

En Quizás en otro lugar están sus amigos, sus pacientes, sus padres, sus hermanos, sus amores, sus hijos, pero también los dolores, las frustraciones, el desasosiego y la fuerza increíble que lo empujaba cada día a salir a la vida.

¿Tengo que decirles que lloré como loca cuando leí por primera vez este libro, y que me reí también como loca con algunas de sus páginas? “Lágrimas y risas” -como nuestro más perdurable long seller- que, desde hace unos días, son sólo lágrimas. Y agradecimiento porque hubo un hombre, por lo menos uno, uno de los justos –no tengo dudas- que hizo cotidianamente que el universo no desapareciera, como cuenta la tradición talmúdica; un hombre que respondía a los nombres de Anchul, Arnoldo Samuel, Miajel, Ángel y tal vez algunos más. Ese hombre justo confesaba, con el humor y la ironía que lo caracterizaban, que medía 1.65, pero a veces 1.69 -cuando se ponía los mismos tacones con los que Sarkozy sedujo a Carla Bruni- aunque, si ustedes lo conocieron verdaderamente, saben que fue un gigante, un gigante generoso como aquel viejo protagonista de un cuento sueco, que plantó las pocas semillas que tenía para que la sombra de su manzano cobijara a todos para siempre.

Vuelvo al diccionario. Cobijar: “Amparar a alguien, dándole afecto y protección”.

Así nos cobijan y seguirán cobijándonos las palabras del entrañable y ya tan extrañado Doctor Kraus.

Descanse en paz.

[1] Traducción de Agustí Bartra.

[2] Texto leído en la presentación de Quizás en otro lugar, de Arnoldo Kraus, México, Sexto Piso, 2016, y cuya primera versión se publicó en la Revista de la Universidad de México.

Sandra Lorenzano

Sandra Lorenzano

Es "argen-mex" por destino y convicción (nació en Buenos Aires, pero vive en México desde 1976). Narradora, poeta y ensayista, sus libros más recientes son "Herida fecunda" (Premio Málaga de Ensayo, 2023), "Abismos, quise decir" (Premio Clemencia Isaura de Poesía, 2023), y la novela "El día que no fue" (Alfaguara). Académica de la UNAM, se desempeña como Directora del Centro de Estudios Mexicanos UNAM-Cuba. Es además, desde 2022, presidenta de la Asamblea Consultiva del Conapred (Consejo Nacional para Prevenir la Discriminación). sandralorenzano.net

Lo dice el reportero