
Dos imágenes de violencia radical recorrieron las redes sociales como pólvora la semana pasada. Las dos provinieron de Estados Unidos. La primera muestra el asesinato de una joven ucraniana en un tren en Charlotte, Carolina del Norte, mientras la segunda exhibe el homicidio del activista político, Charlie Kirk, ocurrida en una universidad del estado de Utah.
Más allá de aprovechar para condenar estos lamentables hechos, habría que decir que son el símbolo de lo que está sucediendo en varias sociedades del mundo, donde la polarización política está dividiendo comunidades, familias y amistades.
Cuando hablamos de polarización hay que aclarar a qué nos referimos. No se trata del intercambio de ideas y formas de pensar que incluso pueden ser apasionadas, pero que siempre son respetuosas de la legitimidad de los que las expresan. Esto último no sólo debe ser permitido sino promovido para que la sociedad no entre en el pasmo de un imposible consenso. Para Maquiavelo fueron las disputas políticas las que hicieron posible la grandeza de la república romana, hasta antes del advenimiento del cesarismo.
Pero hay de polarización a polarización. La que se caracteriza por la voluntad de destruir a quien se considera un enemigo con quien no se puede negociar es la polarización que daña a las sociedades. Se podría decir que por muchos años, Estados Unidos experimentó una polarización saludable, donde demócratas y republicanos competían por el voto ciudadano de manera civilizada y sin recurrir a descalificaciones absolutas, aunque a partir de verdaderas disputas sobre la implementación de políticas públicas.
Al llegar al poder, Barack Obama habló de la reconciliación necesaria entre la América Azul (los liberales) y la América Roja (los conservadores). Su Gobierno de ocho años no pudo impedir el recrudecimiento de discordias curables.
El final de la Administración Obama coincidió con la aparición, a lo largo y ancho del planeta, de regímenes populistas de izquierda y de derecha que se han deleitado en profundizar el tipo de polarización que daña a las sociedades.
Nuestro país no ha sido ajeno a esto. Desde hace años la polarización negativa ha sido el signo del tiempo mexicano. Pero hay que saber que no hay futuro para un país - como dijo Abraham Lincoln - con la Casa Dividida.
Hoy sabemos que no hay regreso a las épocas del PRI posrevolucionario, ni a las de la llamada transición a la democracia. Pero también sabemos que los gobiernos presentes no son una solución.
Quizás la verdadera concordia entre los mexicanos se encuentre en nuestra voluntad común para reinventarnos. Quizás estemos en un tiempo de refundación de México bajo nuevas bases donde el continente a conquistar sea el porvenir.
La tarea, a la vez urgente y fundamental, es trascender las razones y sinrazones de nuestra discordia, no para establecer una República del consenso, sino para, dentro de nuestra diversidad, proyectar el rumbo futuro. El objetivo es erigir una República del E Pluribus Unum.





