
I
Aretes de oro
que el viento agita
en las hojas del Pirul,
con su natural gracia
de poseer,
sin ostentación alguna.
Invaluable riqueza
de la contemplación:
tras la ventana
del atardecer.
II
Solo unos minutos
en la exaltación continua;
se escucha el cauce
del río del infinito
¿Cómo aproximarnos?
¿De qué lado estamos?
III
Sabemos,
que las palabras
ya no explican
lo que pasa.
Babel
fue solo un balbuceo
de lo que vendría.
IV
Ausente del alma,
cuyo compás
diseña el sentido,
la palabra divaga.
En esta mudanza,
la ignorancia retorna
triunfante y soberbia.
V
La orfandad de la lengua,
su ausencia
en rupturas de imágenes
que no cesan,
al pretender horadar
el silencio
que impregna,
en su tierra fértil
el devenir propio.
VI
La vibración del sonido
despojada de su creatividad,
ante su temporalidad secuestrada,
es la raíz del bautismo
en el manantial de los nombres,
que desaparece.
VII
Es un ajuste de cuentas
el olvido de la devoción en la montaña.
El mismo parto de la oración
en las entrañas,
de una pronunciación perdida.
VIII
Aun así,
en la mesa redonda,
las edades rescatan
el respeto y aprecio
de cada camino.
Se comparten
el vino y el pan,
las sonrisas de los años;
una suerte
de inesperada fiesta.
Sostener
este latido que hermana,
sortear el azar;
y tal vez
la libremos todavía
ante el destino.
Rendija
Sabemos lo que pasa y si lo decimos lo negamos: el dilema de una Nación que más temprano que tarde tendrá que asumir su Karma.





