Los teibols son sitios que asoman en la década de los ochenta y se han venido depurando en el tránsito de tres décadas, sin perder en ningún momento el motivo de su razón de ser y de su éxito: el morbo. Su oferta esencial es exhibir cuerpos femeninos en voluptuoso movimiento. Así nacieron. Las mujeres que trabajan en ellos son seleccionadas por sus cualidades físicas, y mientras más atrayentes sean, de más categoría será el sitio que las contrate.
Algunas se convierten en rutilantes estrellas de su oficio. Sus historias están hermanadas por factores comunes de tono melodramático: infancias sin infancia, desempeño de servidumbre, abandono familiar, violaciones a diestra y siniestra. Cualquier variante es excepción que confirma la regla.
Sinaloa es reconocido internacionalmente como cuna del narcotráfico y de mujeres bellas. Una sinaloense fue Primera Dama de México, otra paraba los trenes en La Cruz para que el Presidente pasara una noche con su amante oriunda, otra fue la Primera Dama de Televisa, varias Señoritas México, cantantes, artistas de cine, en fin, basta visitar cualquiera de nuestros poblados para constatar que la fama se ha forjado con empeño.
En 1834, según esto en Sinaloa de Leyva, nació una mujer que hasta después de muerta habría de impresionar al mundo con su físico: Julia Pastrana. También trabajó de sirvienta y nadie que la conociera se atrevería a imaginar y, menos, a apostar, que esa mujer recorrería Estados Unidos y Europa, aprendería tres idioma leería con fluidez en cada uno de ellos y acarrearía multitudes para ver su cuerpo y sus danzas, como pionera de los teibols. ¡Ah! Además tenía buena voz.
Fue descubierta a los veinte años por el empresario inglés Theodore Lent, que no concibió la idea de que una mujer con esas características pasara su vida como sirvienta. Merecía cosas mejores, recorrer el mundo y asombrarlo, recibir caudales de dinero, sobre todo él. Para Julia cualquier cosa era eso: cualquier cosa.
Como a la Tongolele, otra preteibol de prosapia, Lent le exigía a Julia que mostrara más en escena su aspecto salvaje, con el que lograba asombrar, hipnotizar, enardecer e, incluso intimidar, a todo aquél que asistía a sus presentaciones. Los llenos crecían en cada ciudad de Estados Unidos que visitaba. El dinero entraba a manos llenas, la derecha y la izquierda de Lent que juzgó que su descubrimiento ya estaba listo para enfrentar al exigente público europeo. En cierta forma, se lo había dicho el médico neoyorquino Alexander B. Mont, quien publicó, en un exceso de la ingenuidad científica reinante en la época, que Julia: “es uno de los más extraordinarios seres de los tiempos recientes, un híbrido entre humano y orangután”.
Medía 1:37, su cuerpo entero estaba cubierto de pelo, su mandíbula era prominente y en sus encías se apilaban dos hileras de dientes. Era considerada “la mujer más fea del mundo”, “la mujer simio”, “la mujer oso”, calificativos que provocaban largas filas en las ferias en que se presentaba. Europa entera se fascinó con la presencia de ese fenómeno auténtico, natural, irremediablemente espantoso, al que Lent le sacaba el mayor de los provechos. Era su monstruo más productivo, de manera que cuando percibió que otro podría quitarle la mina de oro, un inusitado arrebato de romanticismo lo movió a pedirle matrimonio.
La suma de viajes, más cultura, más presentaciones, más fama, más dinero, más galán –algo interesado– dio como resultado el dicho “la suerte de la fea, la bonita la desea”, que no sé si lo inauguró Julia Pastrana, pero bien lo merece.
Celebraron su boda a la manera que hoy lo hace Televisa: con un montón de gente con boleto pagado que iba a cerciorarse de que efectivamente el acto se realizaría. El codicioso Lent debió vender al espectáculo a precios de Superbowl y la novia, esa preteibol, no tendría por qué escuchar los gritos de “pelos” porque ya los tenía en demasía. En el acto, agachó la cabeza para decir que aceptaba a ese hombre como su compañero en las buenas, las malas y las peores. Recibió en sus prominentes quijadas, que albergaban una boca gorilesca, el beso fingido de su explotador ahora marido, y salió al escenario para mostrar su impresionante fealdad y sus pasos de baile, que debían ser bastante salvajes, como los de la Tongolele.
Tiempos son tiempos, y en aquel entonces la inseminación artificial ni siquiera era tema de la ciencia ficción, de modo que Lent preñó por la manera natural a esa cosa llena de pelos que seducía con su manifestación de la sensibilidad y el alma, sus lecturas de grandes maestros y su voz que buscaba perdón por su latente fealdad física. Esa sinaloense que había llegado a Europa para impresionarla, estaba embarazada.
Los meses pasaron y, al modo de los reality shows, Lent vendió boletos al por mayor para el parto de su mujer, que sería el 20 de marzo de 1860. Debió ser un agravio enorme para Julia Pastrana, que arrojó a un varón, idéntico a ella, ante una concurrencia morbosa. Era lo peor. El niño, idéntico a ella, no lo pudo soportar, murió a los tres días de nacido. Pinche humanidad. Julia falleció dos días después, ante una multitud con boleto pagado. Y su tierno esposo decidió momificar a los dos para seguir explotando a su esposa y al producto que surgió de los dos, hasta que enloqueció, luego de enamorarse y casarse con una mujer barbuda a la que anunciaba como la hermana de Julia Pastrana. Oslo se suponía el destino final de Julia. Pero…
Mario López Valdés, gobernador del estado de Sinaloa, que se precia de dotes para el baile, como lo hiciera Julia Pastrana en sus momentos más terribles –en este Carnaval de Mazatlán se presume que Malova bailará samba con la delegación carioca–, y fuera bautizado en su momento como el Hulk del beis bol, contagiado por el entusiasmo de María Luisa Miranda, Directora del ISIC, que a su vez fue contagiada por el de la investigadora Laura Anderson, inició en 2012 los trámites para retornar el cuerpo momificado de Julia Pastrana a Sinaloa de Leyva, lo cual ocurrirá este 12 de febrero. ¿La razón? Según Ramón Mimiaga, otro de los seguidores del caso, que Pastrana es más famosa que Pedro Infante y Lola Beltrán.
No cabe duda que es un elogiable acto de respeto a los derechos humanos, aunque se dé a 160 años del deceso de la infortunada sinaloense, detalle que no creo que llene de esperanza alguna a las tantas familias sinaloenses que cuentan con un desaparecido.
Para la Pastrana no habrá un teibol de regreso. Volverá blindada, en un ataúd sellado desde Oslo. Le harán una misa, le enterrarán con diferentes candados de seguridad para que su físico no sea nuevamente mal usado. Que no sea exhumada con propósitos malévolos.
El morbo es inevitable. Cuando esa momia hoy venerada descienda a su último destino ninguno de los presentes en el acto podrá soslayar que aún después de muerta, esa mujer sinaloense que mostró su cuerpo con una danza monstruosamente provocadora, una sonrisa que despertaba repugnancia, susto, espanto, asombro, que hablaba a la perfección tres idiomas, que sabía de poesía, de canto, de danza y del encanto y desencanto humano, vale la pena ser admirada. Muchos querrán ver el contenido de ese ataúd sellado, asegurarse que efectivamente llevará a su tumba un huipil mexicano, que solo Malova, Miranda y Laura Anderson, chanza Mimeaga, podrán hacer. Testigos de horror.
Eso es morbo.
Esperemos que venga después la justicia social en el estado de los teibols los sombrerudos, prepotentes, gandallas, de botas y cinto piteado, con la pistola al cinto, malencachados, adoradores de Malverde, y que la triste Julia Pastrana, la curiosa fundadora de ganar billete exhibiendo el físico, descanse verdaderamente en paz.




