Fue a principios de siglo. Dámaso Murúa había invitado a pasar unos días en Escuinapa y otros en Mazatlán a su amigo, el escritor y periodista uruguayo Eduardo Galeano, toda una celebridad en el mundo literario, traducido a más de 20 idiomas, alabado y criticado por su pensamiento y su postura social; desterrado y perseguido político en los años setenta por lo menos en tres países; autor de Las venas abiertas de América Latina y Memoria del fuego, por citar sus dos libros más conocidos.
En Escuinapa, imagino, se comieron un canasto de camarones secos, otro de cocidos, callos de hacha, tamales barbones, lisas tatemadas, y demás manjares de la región que incitan al delicioso pecado de la gula y a una cerveza bien fría, en casas de amigos del autor de El Güilo Mentiras, que acabaron como personajes de sus historias. Puedo apostar que los más viejos le hablarían de Susana Contreras, la tía del Dámaso que se gana la página 35 de El libro de los abrazos por varios motivos. Dice Galeano que si ella hubiera contado su historia a Gabriel García Márquez, la Crónica de una muerte anunciada quizá hubiera tenido otro final. La describe así: "tuvo en sus buenos tiempos el culo más incendiario de cuantos se hayan visto llamear en el pueblo de Escuinapa y en todas las comarcas del Golfo de California".
Pues que Susana se casa y que el marido descubre que su negra consentida no era virgen. Se separó de ella como si fuera la peste, y se marchó para siempre. El mismo caso de la Ángela Vicario de García Márquez, con la diferencia de que todo el pueblo sabía que Susana le ponía al asunto con furor, menos él, que se refugia en la cantina a gritar amenazas de muerte para la pécora, hasta provocar bostezos. Luego despedidas, gente que se iba a dormir, insensible a su dolor, con el que se queda solo, sentado en una banqueta, en la que lo descubre el amanecer. Luego a su casa de soltero, baño, café, buen desayuno, y el final lo dejo en términos textuales de Galeano, para que disfruten la luminosidad de la imagen y la música que la acompaña:
"Volvió desfilando, a paso de gran ceremonia, desde la otra punta de la calle principal. Iba cargando un enorme ramo de rosas, y encabezaba una larga procesión de amigos, parientes y público en general. La orquesta de serenatas cerraba la marcha. La orquesta sonaba a todo dar, tocando para Susana, a modo de desagravio, Negra Consentida y Vereda Tropical. Con esas musiquitas, tiempo atrás, él se le había declarado".
Esa noche debe permanecer en la memoria de Eduardo Galeano, pues a como son los escuinapenses, las historias debieron terminar condimentadas hasta el basta por su enorme capacidad para la exageración. Seguro que el culo de Susana acabó superando al de Sofía Loren y el marido agraviado resultó la viva imagen de un Marcelo Mastroniani víctima de la sumisión.
En su estancia en Mazatlán, Dámaso debió llevarlo, en primera escala, a las ruinas de la centenaria cantina El Avante, consumida por un incendio en 1985, como si visitaran la tumba de un viejo amigo. En sustitución de rezos y flores, miles de historias sobre el lugar contadas con la sal característica del Dámaso, cliente asiduo al templo, que tenía un rincón decorado con las portadas de sus libros y un original de Rogelio Naranjo sobre El Güilo Mentiras. De ahí, al 30-60-90 para presentarlo con los cuates y continuar con las interminables anécdotas, los platos de camarón, de estofado y escabeche de marlín, canciones al piano, jugadores de dominó que honran al invitado dejando la partida iniciada para saludarlo. Imposible un gesto de mayor desprendimiento.
Luego a la Plazuela Machado, a disfrutar de su belleza, de su ritmo sabatino, del candor perdido del Café Pacifico, que hoy ni se llama así y que con tantas vulgaridades que le cuelgan en su fachada hasta le han arrebatado su glamour original de joya arquitectónica. Pero entonces era otra cosa, un lugar en el que uno se podía encontrar a las mejores plumas del país participando en la Feria del Libro y las Artes (FELIART), y, por lo que luego me enteré, Dámaso llamó a la redacción del periódico de mayor circulación del puerto por el teléfono de tarjeta que se ubicaba a la salida de los baños, para que vinieran a entrevistar a Eduardo Galeano, incluso dio el nombre de la persona que, desde su punto de vista, merecía el honor.
Nadie del periódico de mayor circulación en el puerto acudió al llamado, menos la persona que Dámaso consideraba la indicada. Simplemente no sabían quién era ese tipo, algo normal en la prensa, no digo local, nacional, que se vuelcan sobre un telenovelero de segunda, un político de tercera o un bandero de cuarta. Frivolimex.
Me imagino que si Eduardo Galeano se hubiera enterado de ese desprecio se habría puesto como cuando Plinio Apuleyo Mendoza, Carlos Alberto Montaner y Álvaro Vargas Llosa, con prólogo de Mario Vargas Llosa –por si hacía falta–, publicaron, en 1996, el ensayo Manual del perfecto idiota Latinoamericano, refutando lo que él había planteado en Las venas abiertas de América Latina, es decir, se habría muerto de risa.
No me tocó conocerlo, andaba fuera de Mazatlán, cosa rara.
Eduardo Galeano festejó sus 73 años este martes 3 de septiembre. Sé que Dámaso pasa por problemas de salud, pero me encantaría imaginar, como lo he hecho a lo largo de este texto, que lo celebraron juntos, recordando sus días en Ejcui, los encantos voluptuosos de la tía Susana, la tarde en Mazatlán, con todo y todo.
Ese martes publiqué en Facebook un comentario de Eduardo Galeano que saqué de su libro Patas arriba, la escuela del mundo al revés: "... se incorporará a los códigos penales el delito de estupidez, que cometen quienes viven por tener o por ganar, en vez de vivir por vivir nomás, como canta el pájaro sin saber que canta y como juega el niño sin saber que juega".
Felicidades Galeano, gracias por mantener siempre viva la llama de la utopía.




