La economía mexicana espera atenta las definiciones, por no decir los caprichos, del infame “Día de la Liberación” de Donald Trump. En las próximas horas, el futuro del T-MEC y el crecimiento sexenal estarán en cancha de un Presidente propenso a mantener sus cartas ceñidas al pecho. Esa imprevisibilidad acaso refuerce su posición negociadora de corto plazo, pero desgasta en el largo y tensa un ambiente global en franco deterioro.
Analizar la coyuntura estadunidense se ha vuelto un acto de fe. La incertidumbre señorea. Trump ajusta su discurso como el viento en una tormenta y muestra un continuo menosprecio por el daño autoinfligido por su indecisión enmascarada como habilidad negociadora. A estas alturas, las exiguas concesiones obtenidas no lograrán compensar el ruido ensordecedor que congela planes de ahorro e inversión en buena parte del mundo, incluidos los Estados Unidos. Trump, creyéndose maestro de la negociación, subestima el tejido de globalización que recubre los órganos vitales de las naciones. Si el cansancio general perdura, cualquier curita que el Presidente obtenga a cambio será insuficiente para cerrar la profunda herida de un búmeran mal fildeado.
Trump es el máximo responsable de la incertidumbre que aflige a Norteamérica. Apenas el domingo 30 de marzo, el mayor banco de inversión del mundo, Goldman Sachs, elevó la probabilidad de recesión para los próximos 12 meses de 20 a 35 por ciento, advirtiendo que el riesgo de los aranceles del 2 de abril es más alto que el previsto por los mercados. Otros inversionistas y la propia Reserva Federal acompañan el pronóstico sombrío. Entretanto, la confianza del consumidor medida por las dos fuentes acreditadas (Conference Board y Michigan) cae sin encontrar piso. Cualquier sorpresa comercial negativa bastaría para pulverizar la confianza de los empresarios en Trump y el entorno macro.
En lo doméstico, la economía mexicana entró en desaceleración. La producción industrial cayó en tres de los últimos cuatro meses reportados. El consumo privado perdió fuelle y apenas crece. La inversión fija bruta acumula varios meses en declive. La caída de importaciones en bienes de consumo, intermedios y de capital refleja anemia. En general, el sistema de indicadores cíclicos del Inegi confirma debilidad presente y anticipa deterioro futuro. Amén del frente comercial, la consolidación fiscal del Gobierno federal y la política monetaria restrictiva del Banco de México son dos barreras mal sincronizadas que ahondan la fragilidad coyuntural.
México no está solo. La economía canadiense acumula varios trimestres de bajo crecimiento a pesar de una intensa migración que robustece la demanda agregada. La diferencia entre vecinos es que Ottawa y el Banco de Canadá implementaron políticas fiscales y monetarias expansivas para contrarrestar cualquier choque comercial. Aunque están metidos en el mismo embrollo no solicitado, una recuperación más rápida de Canadá podría afectar el atractivo relativo de México como destino de inversiones por relocalización, ya de por sí afectado por Trump y su retórica contra la Inversión Extranjera Directa (IED) china.
No todo está perdido. Es posible ver el vaso medio lleno, en particular al pensar horizontes prolongados. Un escenario no del todo remoto de la guerra comercial es que los aranceles recíprocos que afectarían en esencia a las economías asiáticas y europeas eleven el atractivo de Norteamérica en relación al resto del mundo, con la implicación probable de que México eleve su cuota de mercado en las importaciones estadunidenses. Pero como decía Keynes, en el largo plazo todos estamos muertos.
Los mercados juegan de contrapeso favorable a México. Si bien es cierto que la bolsa no es representativa de la economía real — aquella que excluye al sector financiero— y que suele castigar sin miramientos los programas redistributivos de los gobiernos progresistas, en este caso el enemigo del enemigo es nuestro amigo. Aunque Trump disimule desinterés en la reacción bursátil, resulta poco creíble en boca de un empresario que en el primer mandato presidencial fijó su propia vara en función de los rendimientos accionarios.
El cabildeo corporativo es otro aliado de México. En abierta contradicción a Trump, quien asegura que las automotrices prevén un futuro promisorio, los altos ejecutivos de Detroit protestan contra los aranceles. Las armadoras advierten futuros incrementos de precio y posible afectación financiera a su red de proveedores en caso de una escalada tarifaria. Sólo Tesla – ¡oh casualidad! – saldría en esencia ilesa.
En el reverso, cualquier otro Presidente estadunidense estaría alarmado por la erosión de legitimidad del poder blando y la política exterior. No es el caso de un ultranacionalista entusiasta del destino manifiesto y el mercado interno como pilares de autosuficiencia. Poco importa que Canadá rompa sus votos de fidelidad a Estados Unidos o que Japón, Corea y China superen diferencias históricas para hacer frente común. Ni el tablero geopolítico alterado ni la recomposición de alianzas ayer inhundibles por el dedo providencial incomodan a Trump.
En cambio, los déficits fiscales y comerciales parecen ser el diablito colgado al oído derecho. Trump prometió en campaña por un sesgo ideológico proempresarial balancear los ingresos y egresos federales mediante impuestos indirectos y recortes presupuestales. Las limitantes de la motosierra de Elon Musk, que afecta la actividad económica y la recaudación, obligaría arancelar para colmar el vacío entre la realidad y la promesa electoral. De entrar en vigor las tarifas recíprocas, la recaudación tributaria adicional permitiría a los republicanos recortar en un futuro la tasa corporativa: otra promesa de campaña de Trump.
Puesto todo en la balanza de las tensiones y contradicciones, Trump agota su margen temporal. Aunque la incertidumbre puede congelar las inversiones que las multinacionales preparaban en México y otros países, una demanda débil con inflación y dislocación de las cadenas regionales restaría atractivo a los Estados Unidos como destino sustituto. Si el Presidente prolonga la tensión desmedida, un colapso nervioso trasladaría a la economía estadunidense a cuidados intensivos. Y entonces sí, su cuatrienio político y económico estaría fulminado. Con ese escenario aún improbable toca hoy a México sacar el ábaco negociador.





