Hay una fórmula que hoy prácticamente está en desuso y que, sin embargo, fue en el pasado una frase corriente; me refiero a la expresión: "los ojos del entendimiento". Era más que una metáfora elegante, pues en ella se cifraban los intereses de la época: se refería a ese afán, literalmente, a ese deseo con ganas que tenían las personas por mejorar su "espíritu" (palabra que también hoy está en el exilio del lenguaje). En este primer cuarto del siglo XXI, el interés parece también estar orientado a los ojos, pero a los ojos de la cara. Por dondequiera se habla de una mejor resolución, o sea, de más nitidez y brillantez en las pantallas, de lograr una realidad virtual más convincente incluso que la realidad verdadera.
Los gastos no se escatiman, cada semestre o cada año aparecen nuevos modelos de pantallas y de cámaras con mayor potencia. La tecnología se empeña, día tras día, en saturar con más pixeles las pantallas, y los usuarios esperan un espectáculo visual que les provoque la sensación de estar ante una superrealidad. Todos (me incluyo) queremos ver más, queremos ver mejor; pero insisto, sólo parecen preocupar las mejoras para los ojos de la cara.
¿A qué se refería la vieja formula "ojos del entendimiento" cuando se instaba a las personas a mejorar la mirada de esos ojos? A un aumento de la condición humana que hoy, no sólo parece haber pasado a segundo plano, sino que es rechazado, pues vivimos en una sociedad en la que muchísimos se enorgullecen de no saber. Se refería al valor de la cultura para permitirnos observar no la realidad superficial, sino la superrealidad a la que ella abre.
Unos ejemplos aclararán el punto: ¿qué observa, escucha, paladea una persona cuando por primera vez ve una pintura de Picasso, oye una sinfonía de Schönberg o prueba un vino añejado durante veinte años? Ve monos dibujados por un niño de cinco años, oye un montón de ruidos, prueba un sabor desagradable. Observar, escuchar, paladear son verbos que no todo el mundo es capaz de experimentar. La primera impresión precisamente al carecer de referentes, al no estar documentada por experiencias y conocimientos, es incapaz de discernir la complejidad y las sutilezas de lo que tiene delante. No entiende que el cubismo es una geometría que desdobla la figura y nos muestra, en el frente, la parte posterior del objeto. No entiende que la música atonal es un desbordamiento que va más allá de las tonadas que pueden tararearse. No advierte el efecto que han logrado los años en el vino al impregnarlo del sabor de la fruta que se le añadió ni del sabor que dejan las barricas donde el vino pasó años reposando.
Cuando uno ve un rascacielos dice: ¡qué maravilla!, qué alto está; pero difícilmente, si no ha estudiado ingeniería, entiende lo que realmente está ante uno. Hace poco tuve la oportunidad de entender las dificultades para construir uno de los rascacielos que erizan Nueva York y quedé, literalmente, maravillado: se trata de la torre Citicorp Center cuyo ingeniero estructural fue Bill LeMeussurier. Sólo imagínese un edificio de 59 pisos que no se erige con las típicas columnas en las esquinas, sino que por distintas razones se decidió centrar las columnas. Con esto, obviamente, el edificio se volvía más inestable, pues esas construcciones no sólo han de resistir terremotos, sino cientos de toneladas de viento que intentan doblarlas como un junco. LeMeussurier, para darle una mayor estabilidad, colocó, además de las columnas, refuerzos diagonales que reparten la carga (hoy, en muchos edificios pueden verse estos refuerzos diagonales), y, todavía más: para evitar la oscilación del edificio instaló en el último piso un sistema, ideado por él, que se llama "Amortiguador de Masas Sincronizadas", un gran bloque de muchas toneladas que corre sobre rieles en la dirección contraria a la oscilación, con lo que se contrarresta el peligroso movimiento. Puedo decir con sinceridad absoluta que con los ojos de la cara no veía nada cuando me plantaba delante de la mencionada torre, y que ahora cuando miro ese rascacielos lo que observo es una verdadera superrealidad.
La información, el conocimiento y, en general, lo que se denomina cultura es lo que hace que los ojos del entendimiento capten no sólo la apariencia que nos brindan los ojos de la cara, sino la superrealidad que hay en todo lo que nos rodea, porque esta riqueza está lo mismo en el arte, cuando se es capaz de entenderlo, que en una simple piedra si uno la ve desde la perspectiva de la química o desde la física de partículas. La superrealidad está en todas partes, sólo que nuestro tiempo está más preocupado por afinar la vista de los ojos de la cara y, por ello, ahora vemos más nítida y más brillantemente pura infrarrealidad.
X @oscardelaborbol





