
En los últimos días se han discutido las razones que llevaron al supuesto fracaso de la así llamada "transición a la democracia". El resultado de las autopsias depende de quién esté haciendo el juicio, pero, en general, se reconocen las limitaciones de ese periodo.
Lo primero que hay que decir al respecto es que, comenzando en la década de los noventa del siglo pasado -aunque con avances en la de los ochenta- México decidió dejar atrás lo que Vargas Llosa llamó -no sin cierta inexactitud- la dictadura perfecta. Fue, sin duda, importantísimo garantizar que el sufragio se respetara o, lo que es lo mismo, que ganaran las fuerzas políticas que obtuvieran más votos en competencias abiertas y limpias. Qué esto se logró es indudable.
Otro gran éxito de la transición fue que robusteció, aunque no consolidó, las instituciones republicanas y, por lo tanto, la división de poderes. También diversificó -aunque no democratizó- los medios de comunicación. Fue positivo también que se hubiera promovido la pluralidad política y de puntos de vista. Un logro económico indiscutible fue la liberalización de nuestra economía, que tuvo su momento cumbre con la suscripción del TLCAN con Estados Unidos y Canadá. A estos grandes logros, el lector de esta columna puede agregar más.
Habiendo dicho todo esto, la autopsia no estaría completa si no mencionáramos graves problemas que la transición, o no solucionó o promovió.
En primer lugar, hay que mencionar la corrupción gigantesca, que durante los años del Gobierno de Peña Nieto fue demasiado obvia para no verla. En segundo lugar, el proyecto federalista fracasó, ya que se confundió con el establecimiento de cacicazgos en los estados. En tercer lugar, no sé atendió y, antes bien, se prohijó el problema de la seguridad y el del crimen organizado. En cuarto lugar, a pesar del TLCAN, nuestro país creció a tasas muy modestas, no mucho mayores al dos por ciento anual. Quizás esto, aunque no sólo esto, impidió que a los mexicanos -sobre todo a los más necesitados- se les dotara de servicios de calidad en salud y educación. Fue un error, sin duda, el que se haya constituido, en el nivel político, una "partitocrazia mexicana", que se convirtió en una barrera a una participación ciudadana más vasta.
Finalmente -aunque el lector puede agregar más cosas- no se combatieron los monopolios de todo tipo que se fueron consolidando a lo largo del tiempo. Esto impidió la competencia y el ascenso con base en méritos de muchos mexicanos de valía.
Esta columna se presenta como un ensayo preliminar y una invitación a repensar lo qué salió mal. Sólo con este conocimiento podemos ingresar a un momento constitutivo de un México Nuevo. Trascender la transición entraña trascender también el momento autoritario actual. El mayor reclamo al oficialismo gobernante es que su crítica a la democracia no fue leal a ésta, como muchos lo estamos atestiguando con pesar.





