Cuando en 2008 ganó la presidencia de Estados Unidos Barack Obama, una tesis rondó en el debate público, cuando se interpretó que la llegada del primer Presidente afroamericano significaba, ni más ni menos, que el fin del racismo. Esa premisa era producto más del entusiasmo ante el triunfo del demócrata que de una realidad verificable. Y poco después eso se notó, porque luego de la llegada al poder presidencial de un afroestadunidense, en 2016 llegó al poder un racista que aglutina a lo peor de ese país, que es Donald Trump.
Así, tal pareciera que, al menos en la arista pigmentocrática, la llegada de Obama a la presidencia fue más un paréntesis en la historia de Estados Unidos que el inicio de un nuevo ciclo, por dos razones: de entrada, Obama no significó una diferencia radical con sus predecesores republicanos, y, más que volver progresista al país, se observó un efecto pendular, donde se fueron fortaleciendo los vicios racistas de esa Nación en la candidatura de Donald Trump.
Luego de mirar ese precedente, vale la pena reflexionar sobre el caso mexicano, donde en días recientes dio el grito de Independencia la primera mujer Presidenta en la historia completa de Norte América, cuando el 15 de septiembre pasado, Claudia Sheinbaum reivindicó en su arenga histórica a las heroínas anónimas y blasonó con acierto por la soberanía del país.
¿Qué se puede esperar de la presidencia de Sheinbaum? ¿La llegada de una mujer al Poder Ejecutivo significa un avance progresista en el país, o generará un efecto reactivo que aglutinará a la misoginia y conservadurismo en una candidatura triunfante en 2030? La pregunta queda en el aire, porque en política hay imponderables, pero los hechos y la evidencia actual nos hacen pensar que el triunfo de Sheinbaum no es una causa sino una consecuencia de un país que, desde 2018 vive un momento progresista, reflejado, entre otras cuestiones, en la manera en cómo hoy se interpretan los programas de bienestar -antes vistos como dádivas y hoy, con acierto, como derechos- y en que se ve con mayor naturalidad que las mujeres, sea en gabinetes paritarios, gubernaturas o la propia presidencia, tomen las riendas de los encargos públicos.
México vive un momento especial de progresismo, donde pese a las taras conservadoras existentes y aún lacerantes, hoy hasta los partidos más rancios del sistema político se ven auto-forzados a abanderar como candidata presidencial a una mujer que jura con sangre mantener programas sociales, mientras en 2006, apenas 18 años atrás, el partido central que la postuló se refería a esos mismos programas como populismo que devendría en crisis o aconsejaba no dar pescado sino enseñar a pescar.
En ese sentido, una pregunta que viene al caso es la de si tendría algún grado de éxito una movilización de extrema derecha como la que planea un personaje como Ricardo Salinas Pliego, quien en días recientes, pese a su atuendo garboso, lanzó una soflama digna de agitador de atrio de Iglesia, al lanzarse contra los gobiernos comunistas y a favor de la vida, la propiedad y la libertad.
Como una anomalía pretérita, o como un rezago de 1947, Salinas Pliego expuso un discurso impropio ya no digamos del siglo que vive, sino de la realidad que pisa. Pero fue poca cosa esa agitada proclama acompañado de su esposa Laura Medina (hecho que, en la imaginación del oligarca, lo debe acreditar como un aliado en la equidad de género, aunque se refiera a otras mujeres como “marranas”, “zorras” o “putonas del bienestar”).
La imagen más reveladora del payaso del Ajusco fue la de él a la cabeza del supuesto Movimiento Anticrimen y Anticorrupción, una organización cuyo predecible objetivo de fachada es una movilización política y quizá electoral con miras a 2030, pero su fondo es una empresa mucho más simple: tratar de seguir en la evasión fiscal de un usurero cuyas empresas cojean y peligran, y por lo tanto busca como politicastro lo que no logró como empresario.
Así como el objetivo del fallido PRIAN encabezado por Claudio X. González -con todos sus membretes, mucho más numerosos que sus militantes- no era otro que el de reunir capos, de partidos o de la cultura, para buscar el regreso de los apapachos perdidos, tal cual lo confesaron Roger Bartra y Aguilar Camín el año pasado, el objetivo del Movimiento encabezado por Salinas Pliego no es otra cosa que mantenerle su condición de moroso.
Aunque en el camino, su labor de agitación pretende, como lo hace el postfascismo argentino con Javier Milei, hacer una “batalla cultural”, es decir, promover con estridencia digna de puberto tardío una contracultura reaccionaria para reivindicar la inequidad y misoginia disfrazados de postura “antiwoke”; reivindicar el elitismo y tráfico de influencias disfrazado de meritocracia; defender la mentira y la escatología y la puerilidad disfrazados de incorrección política y vanagloriar la corrupción y el delito fiscal disfrazados de libertarismo y antiestatismo; rodeado de una horda de garrapatas digitales y o de sus umpalumpas mediáticos.
Y ahí es donde la fotografía de Salinas Pliego en la que anuncia la génesis de su movimiento resulta reveladora. Ahí, aparece acompañado de entes que, en un ejercicio de fuera máscaras, no sienten ningún prurito ni asco de aparecer como respaldo intelectual a un hombre que en X se expresa con una vileza e indignidad que sonrojarían incluso a los vándalos grafiteros de los baños públicos.
Hagamos un ejercicio de imaginación documentada, que no tiene que ver con la mera especulación. Pensemos por un momento qué propondría la organización política que promueve Salinas Pliego, con base siempre en hechos ejercidos por su propio séquito, que sonriente lo acompaña en esa histórica fotografía.
¿Quién podría ser el encargado de Derechos Humanos del Movimiento neosalinista? Podría ser Francisco Martín Moreno, un jumento charlatán que, en octubre de 2020, confesó que si él fuera inquisidor, “quemaría vivos” a los morenistas en el Zócalo. Lapsus esclarecedor, porque no sólo exhibe la putrefacta crueldad de ese boquiflojo sociopático, sino que además expone, con su afán de inquisición religiosa, que está dispuesto a asesinar con sevicia a gente que, a diferencia de él, está en lo correcto, como cuando los inquisidores que creían en la tierra plana, mataban a los que sabían que era redonda.
¿Quién podría ser la persona encargada del área de Vigilancia Anticorrupción y democracia del movimiento neosalinista? Podría ser la señora María Amparo Casar, que no sólo ha dado cátedra de cómo abusar de recursos públicos mediante pensiones millonarias mal habidas y, literalmente, milenarias. Asimismo, es una golpista autoritaria que no cree en la democracia, al ser una de las asesoras de Santiago Creel cuando éste despachaba en la Secretaría de Gobernación y tramaba el desafuero de López Obrador en el bienio 2004-2005.
¿Quién podría ser el encargado del área de Investigación y Auditoría pública? Podría ser Sergio Sarmiento, muy orondo personaje retratado al lado de Salinas Pliego, y quien descuella por sus agudas suspicacias y deducciones en la televisión abierta, donde una vez, luego de ver a trabajadores del Senado repartiendo sobornos de Odebretch, espetó con una duda muy razonada que quizá eso era la nómina del Senado.
En fin. Salinas Pliego es una figura que debería mover únicamente a dos sensaciones: la náusea o la alarma. Sus dichos, hechos y objetivos nos revelan a una versión tropical de un Trump sin peluquín o un Milei de Norteamérica. Con engañifas y corruptelas incluidas (desde sus noticiarios que denuncian la existencia del chupacabras hasta golpes gangsteriles para adueñarse de Canal 40), el señor Salinas Pliego no es más que un intento de movilizar, mediante el discurso libertario y anticomunista trasnochado, el voto de los célibes involuntarios y chumelizar al país. Salinas Pliego representa, como Milei en Argentina, la prepotencia de los impotentes.
¿Qué decir de su claque acompañante, algunos de ellos autopercibidos como intelectuales de polendas, como Rafael Pérez Gay? Simplemente son personajes sin miedo al ridículo, capaces de respaldar a un hombre a quien la democracia y un sentido mínimo de la decencia deberían ver con resquemor. Y lo mismo atañe a sus aliados invisibles, esos que no se toman fotos con el evasor fiscal pero sí cooperan con sus muchos tentáculos, como Enrique Krauze, desde la Cátedra Letras Libres en la Universidad de la Libertad, propiedad de Salinas Pliego.
No se augura un futuro promisorio para la empresa de Salinas Pliego, porque no es de esperar que mucha gente se sienta identificada con sus bajezas y con su gente. Pero en las derechas más rancias, espectro al que, por su discurso agresivo, su intolerancia y su elitismo sin duda pertenece el Payaso del Ajusco, nadie es irrelevante aunque sea marginal, así que no está de más hacer con ellos lo que Wright Mills recomendaba hacer ante los politicastros autoritarios: burlarnos de ellos. Aquí una contribución, ya que además de faltos de escrúpulos son faltos de imaginación, esta videocolumna les obsequia algunas consignas o nombres que definan el real perfil del Movimiento que encabeza Salinas Pliego:
¡Viva la morosidad, carajo!
Fuerza y evasión por México.
Por el bien de todos, primero no me cobres.
Mexicanos al grito de Elektra
Juntos haremos histeria.





