Héctor Alejandro Quintanar

Los fascistas argentinos y sus fans feminicidas

"Los catequistas posfascistas estilo Laje, además de todo son cobardes. Por supuesto que nunca tendrán la autocrítica que los haga reflexionar que si bien las palabras no son balas sí pueden inspirar balazos".

Héctor Alejandro Quintanar

17/10/2025 - 12:05 am

Uno de los mantras y prácticas recurrentes más bobas de las derechas latinoamericanas siempre ha sido imputar a sus adversarios sus propios pecados. En las disputas globales del Siglo XX, por ejemplo, diversos actores del conservadurismo solían acusar a sus adversarios izquierdistas de ser títeres de alguna fuerza externa, cuando en realidad los respaldados por entes ajenos al interés nacional eran ellos.

Así, por ejemplo, revistas protofascistas como la llamada La Reacción (?), un panfleto germanófilo y pronazi donde escribían el Doctor Atl y fundadores del Partido Acción Nacional, no dudaba en acusar a Lázaro Cárdenas o a Lombardo Toledano de ser especie de agentes soviéticos o roosveltianos, cuando, en los hechos, esa publicación recibía financiamiento de la Embajada alemana del Tercer Reich en México.

No se trata sólo de una disputa ideológica donde las derechas vacíen de significado los grandes conceptos, y usen términos como “libertad” o “democracia” en un sentido orwelliano y pretendan con esas palabras imponer, a través de la simulación, sus antónimos. La cuestión es más profunda que eso y tiene que ver con que en las derechas más cerradas, su visión del mundo es organicista e inmovilista. Esto quiere decir que piensan que el mundo es una creación divina donde una deidad -o una naturaleza descarnada- ordena al mundo para que unos naturalmente manden y otros naturalmente obedezcan, o donde exista una jerarquía eterna con base en cuestiones de clase, etnia, nación o género.

Así, en la visión organicista de estas derechas, el blanco debe estar por encima de los demás; el hombre por encima de la mujer; el caucásico por encima del indígena o algo así, en una visión que se edulcora con añagazas paternalistas, como eso de que el hombre manda a la mujer pero también la protege y la provee, añagazas que tratan de ocultar no sólo la equivocación de esta visión sino también su perversidad.

No se extenderán mucho los argumentos que desmienten esta visión organicista. Desde tiempos de Mendel quedó demostrado que no hay razas humanas y que todas tienen el mismo potencial creativo y de inteligencia. Desde los estudios antropológicos y arqueológicos sabemos que en las tribus primitivas el 70 por ciento del consumo humano era producto de la recolección y que la caza, cuando la había, y los cuidados, eran hábitos de toda la tribu, lo cual tira por la borda la idea de que “naturalmente” el hombre se encarga de la cacería y manutención mientras que la mujer se limita a la crianza.

Volvamos por un momento a las derechas que suelen imputar sus vicios a sus adversarios. El 7 de abril de 2005, cuando se perpetró el desafuero de López Obrador, éste convocó a una manifestación en el zócalo y, para evitar encontronazos con el cerco policial, pidió a sus seguidores que no lo acompañaran a la Cámara de Diputados y llamó a que se evitara todo tipo de confrontación.

Mientras esa concentración pacífica ocurría, un irrelevante diputadillo local del PAN, un charlatán llamado Obdulio Ávila Mayo, acusaba en medios que, si se leía bien, “el discurso de López era un llamado a la violencia”. Sin embargo, ni ese día ni ningún otro hubo alguna acción violenta de parte de López Obrador ni de su entorno y seguidores. En cambio, el entonces Presidente panista y líder espiritual del señor Ávila Mayo, Vicente Fox, sí trató de usar al Ejército para reprimir las acciones antidesafuero, pero la institucionalidad y racionalidad del entonces Secretario de la Defensa, Ricardo Vega, lo impidieron. ¿Quiénes eran los violentos? La misma fórmula se aplica a partir de entonces, donde el movimiento obradorista comenzó a crecer mediante estrategias políticas y pacíficas mientras que Calderón, como Presidente espurio, inició un incendio de violencia en el país que aún no se extingue.

Esta antesala sirva para reflexionar sobre el actual postfascismo argentino, especialmente encarnado en un célibe involuntario de casi cuarenta años llamado Agustín Laje. Un youtuber cordobés y exestudiante de contrainsurgencia en Estados Unidos, que desde hace aproximadamente una década ha saltado a la fama en foros de reprimidos e impotentes prepotentes de la Argentina, a quienes radicaliza convenciéndolos de que sus vulnerabilidades, económicas o emocionales, son culpa de los zurdos; o con arengas parecidas a las de que su soltería no es culpa de su pésima actitud ante las mujeres, sino responsabilidad del feminismo, o algo así.

El tipo ha descollado no por su contenido, ya que repite la cháchara conspirativa y supremacista de la ultraderecha de siempre, sino por su plataforma. Medieval tardío en una época de internet, el tipo ha gozado de más impacto del que merece, cuando en medios expele, por ejemplo, loas a la “familia natural tradicional”, es decir, patriarcal, conservadora, necesariamente con linaje y homofóbica, a pesar de que el tipo a sus casi cuatro décadas de vida no tiene esposa, ni hijos, y el referente político del que es ideólogo, es decir el Presidente argentino Javier Milei, es un tipejo con evidente trastorno emocional, que no sólo nunca ha tenido pareja sino tampoco amigos, y sus únicas relaciones duraderas han sido con su hermana y con su perro. 

Del mismo modo en que los sacerdotes virginales se creen con autoridad moral para aleccionar sobre el buen sexo, esta runfla de anormales antisociales, que ni siquiera se soportan entre ellos, y que probablemente desconozcan los rudimentos básicos del trato con las mujeres, nos vienen a querer aleccionar de cómo gestar buenas familias y buenos hijos.

Viene a cuento este antecedente porque recientemente, tras el asesinato del influencer fascistoide Charles Kirk en Estados Unidos, el señor Laje salió a graznar a los cuatro vientos que ese crimen era algo así como una culpa masiva de la izquierda o el progresismo. Sin tener aún información del crimen, el 10 de septiembre el peón acomplejado escribió, literalmente, lo siguiente: “Atentado contra Charlie Kirk, conocido influencer de derecha norteamericano. Por enésima vez, la izquierda muestra su verdadero rostro. No son adversarios, son enemigos”.

Poco importó que la evidencia desmintiera a Laje. Se supo que el criminal que atentó contra el fanático trumpista fue otro fanático trumpista, religioso, republicano y pro-armas. Es decir, un espécimen estándar de la derecha más rupestre de los Estados Unidos, quien decidió asesinar, sin obstáculo legal de por medio en la adquisición de un arma de alto poder, a otro esperpento de derechas porque, en su visión, no era lo suficientemente de derechas.

Eso a Laje le dio igual. Mantuvo su aseveración inculpatoria de las izquierdas, que se añade a otras condenas en masa del sujeto, que suele culpar a todas las feministas cuando ocurre algo que a él no le gusta, o, en un tono conspirativo propio de un narcisista con delirio de persecución, acusa complots progres en Netflix o el marxismo cultural para volver a los niños homosexuales o a las niñas feministas.

Sin embargo, la realidad salió de nuevo a ser necia. El fin de semana pasado, se dio a conocer la noticia de que un personajillo llamado Pablo Laurta, uruguayo, cometió un doble feminicidio contra su pareja y su suegra, y secuestró a su hijo de cinco años. La atrocidad misógina es espeluznante en sí misma, pero se agrava por el hecho de que el asesino Laurta es también un intento de “influencer de derecha” que regenteaba un sitio llamado “varones unidos”, presuntamente para denunciar injusticias del feminismo o de las mujeres.

El criminal, de cuarenta años, como era de esperarse, es un fanático irredento de Agustín Laje y del otro ideólogo de Milei, un tal Nicolás Márquez, a quienes invitó a foros en su país en 2018 y con quienes viajó, convivió, conversó y se retrató muy a gusto después de llevarlos a conferencias, y después de dejar en claro a los cuatro vientos que son su inspiración ideológica.

El tipejo Laurta es el ejemplo nítido de cuál es la función de ciberpredicadores como Agustín Laje: su misión no es promover ideas sino traficar con los complejos pútridos del sector más nocivo de la sociedad. Como Mussolini reclutando malvivientes para formar sus camisas negras, Laje hace, con toda proporción guardada, un ejercicio parecido: se dedica a radicalizar a hombrecillos convencidos de que sus problemas no son culpa de un sistema social jerárquico e injusto sino que son culpa de conspiraciones femeninas y progres. Y los radicaliza no para que aprendan a exigir derechos sociales y colectivos que se les han negado, sino para hacerlos sentir que ellos también pueden ser depredadores sociales y que esa es la única manera de triunfar.

Como era de esperarse, el señor Laje, cobardemente, se deslindó de Laurta y pidió todo el peso de la ley contra él y hasta se situó en contra de la violencia contra la mujer. Demasiado tarde. Laurta jaló el gatillo pero muy probablemente al hacerlo sentía que Laje le hablaba al oído, confirmando sus peores y más misóginas creencias, donde seguramente sintió que la vida de esas mujeres que mató, de algún modo, le pertenecían y por ende podía disponer de ellas con violencia.

Se deja aquí en claro que en ningún momento se le da a Laurta un trato de “loco” o enfermo mental o algo así. Porque hay que dejarlo en claro: la locura es involuntaria y quien padece alguna enfermedad mental no puede o no sabe controlar sus actos. Y Laurta seguramente es un tipejo que sabía lo que hacía, y que decidió no poner límites a su misoginia feminicida. Está donde está no porque su mente enferma lo traicionó, sino porque él decidió hacer lo que hizo.

Los catequistas posfascistas estilo Laje, además de todo son cobardes. Por supuesto que nunca tendrán la autocrítica que los haga reflexionar que si bien las palabras no son balas sí pueden inspirar balazos. Y que esas palabras, y su contenido ponzoñoso y su plataforma masiva de internet, tiene impacto en miles de personas, cuya vulnerabilidad sólo espera la estridencia precisa de quienes buscan lucrar con sus neurosis y complejos.

Héctor Alejandro Quintanar

Héctor Alejandro Quintanar

Héctor Alejandro Quintanar es académico de la Facultad de Ciencias Políticas y Sociales de la UNAM, doctorante y profesor en la Facultad de Filosofía de la Universidad de Hradec Králové en la República Checa, autor del libro Las Raíces del Movimiento Regeneración Naciona

Lo dice el reportero