Rimbaud, pescador de estrellas (sexta parte)

01/08/2015 - 12:03 am

En 1872  Verlaine cae enfermo y Rimbaud no duda en regresar al lado de su amigo. Una vez restablecido  Jean Arthur Rimbaud  regresa a Roche, donde empieza a escribir su célebre obra póstuma: Una temporada en el infierno. Verlaine viaja a Jehonville, en las Ardenas belgas. Después de varias citas de su amigo, a las que no acudió, Rimbaud vuelve junto a él, y los dos parten, desde Amberes hacia Inglaterra. La amistad entre los dos cae en lo enfermizo, el ambiente es tenso, y a finales de Junio, Verlaine abandona a su protegido, y se embarca hacia Bruselas, con la esperanza de congraciares con su esposa, pero ya todo intento es inútil. Entonces suplica a Jean Arthur que regrese, pero ya la relación entre ambos es insoportable. Rimbaud decide regresar a París y Verlaine le dispara en el puño. El herido llama a la policía y el agresor es encarcelado dos años. De regreso a las Ardenas, en soledad, Jean Arthur Rimbaud culmina su devastadora Temporada en el Infierno, corrosiva desde el inicio, y que es, además, una suerte de poética personal y autobiografía espiritual:

Ayer, si mal no recuerdo, mi vida era un festín donde se abrían todos los corazones, donde corrían todos los vinos.

Una noche, senté a la Belleza en mis rodillas. Y la encontré amarga. Y la injurié.

Me armé contra la justicia.

Huí. Oh miseria, oh hechiceras, oh odio, a ustedes mi tesoro les confié.

Logré desvanecer  de mi espíritu toda la esperanza humana. A toda alegría, para

estrangularla, di el salto sordo de la bestia feroz.

Llamé a los verdugos para morder, agonizando, la culata de sus fusiles. Invoqué las plagas para ahogarme en la arena, la sangre. La desdicha fue mi dios. Me revolqué en el fango y me sequé con el aire del crimen. Y le jugué buenas trampas a la locura.

Y la primavera me trajo el horrible reír del idiota.

Y ahora, últimamente, encontrándome muy cerca de proferir el último ¡cuac!,

he pensado buscar la llave del festín antiguo, donde volvería tal vez a tomar apetito.

Esta llave es la caridad. ¡Esta inspiración demuestra que soñé!

“Será siempre hiena, etcétera¼”, exclama el demonio que me corono de dulces adormideras. “Gana la muerte con todos tus apetitos y tu egoísmo y los pecados capitales”.

Ah, estoy harto: pero amado Satán, conjuro para que se  me vea con menos irritación, y a la espera de pequeñas infamias retrasadas, a ustedes que aman en el escritor la ausencia de  facultades descriptivas o instructivas, desprendo estas hojas horribles de mi carnet de condenado.

La fantasmagoría, término forjado para designar un espectáculo muy popular en su tiempo, pero hoy completamente olvidado y que tuvo fortuna a todo lo largo del siglo XIX,  es el arte de hacer aparecer espectros o fantasmas por ilusiones ópticas. La palabra “fantasmagoría” pasó al lenguaje común; ya que es apta, como la palabra “fantástico” pero con connotaciones ópticas más marcadas, para evocar una actividad imaginaria.

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