Para nadie es noticia que la inseguridad de los mexicanos ha crecido desde el arribo del actual Gobierno. Los indicadores disponibles no mienten y sólo los defensores a ultranza del oficialismo se atreven a desmentirlos.

Pero la realidad es obstinada y hoy los mexicanos se siguen sintiendo desvalidos ante el crimen organizado.

Sin embargo, la violencia se está dejando sentir más en ciertas regiones del país. Uno de los Estados donde la intensidad del crimen ha ascendido a niveles más que preocupantes es Guerrero. Se trata de uno de las entidades tradicionalmente más pobres del país y, desgraciadamente, también víctima de gran violencia, provocada tanto por las guerrillas de los setenta como por, más recientemente, organizaciones criminales ligadas al narcotráfico.

Lo increíble es que, en los últimos años, la inseguridad en el Estado no ha disminuido, sino aumentado. Esto es muy claro en los recientes hechos de violencia que han, incluso, alcanzado a los propios gobernantes de esa entidad.

Aunque las razones que explican esto son variadas y complejas, hay cuando menos tres que dan cuenta de la espiral homicida que ha alcanzado a Guerrero recientemente.

En primer lugar, se encuenta el fracaso más que evidente de la política que el Presidente de la República bautizó como la de “Abrazos no Balazos”. En pocos lugares como en Guerrero es tan claro que las bandas criminales entendieron el discurso presidencial como un permiso para delinquir. La política de apaciguamiento, ante el mundo del hampa, en ningún lugar ha dado resultados. Por eso extraña que, contra el sentido común y la evidencia histórica y científica, el actual inquilino de Palacio Nacional se haya decidido por una estrategia condenada al fracaso, aún antes de iniciar.

Pero en Guerrero -y esta es la segunda explicación- hay condiciones de ingobernabilidad que agravan la situación. Cómo si se tratara de un feudo medieval, el Gobierno de la entidad lo detenta la hija de Félix Salgado Macedonio, un político en desgracia que no obstante se las ha arreglado para gobernar por interpósita persona. Esta forma radical de nepotismo no podía sino llevar al desgobierno.

Creyendo que nadie los fiscaliza y pensando que no existen mecanismos que limiten su poder, Félix Salgado y su camarilla decidieron colocar en puestos de autoridad a amigos y colaboradores cercanos sin tomar en cuenta sus capacidades para cumplir sus encargos. Esta corrupción espectacular es la tercera razón que explica el agravamiento de la violencia en la entidad.

El resultado no se ha hecho esperar. El Gobierno del Estado está prácticamente incapacitado para enfrentar eficazmente a las poderosas bandas del crimen organizado. Si los votantes creyeron encontrar una opción en el obradorismo seguramente ya deben estar desengañados.

Un Estado con gravísimas carencias ahora también tendrá que lidiar con una corrupción rampante. Y lo hace en un contexto económico adverso. El turismo, su principal fuente de ingreso, podría dejar de existir si el crimen continúa aumentando en los próximos meses y años. Acapulco, reconocido imán para viajeros de todo el mundo, ya ha sido asolado por el crimen desde hace tiempo.

Todo esto podría convocar, indudablemente, al desasosiego, pues en cierto sentido, el destino de Guerrero está ligado al de México. Por ello, nos conviene a todos, que ese Estado salga de su abatimiento. Pero el pronóstico es, por ahora, tiempo nublado.

Gustavo de Hoyos Walther

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Abogado y empresario. Ha encabezado diversas organizaciones empresariales, comunitarias, educativas y filantrópicas. Concentra su agenda pública en el desarrollo de líderes sociales (Alternativas por México), la participación ciudadana en política (Sí por México) y el fortalecimiento del estado de derecho (Consejo Nacional de Litigio Estratégico).

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