Unos cargan la ira, otros cargan las armas

10/01/2017 - 12:03 am
Hay muchas armas circulando en el país, entre la delincuencia o las autodefensas; y hay muchos mexicanos que hace tiempo decidieron que el momento de su muerte se había adelantado y que lo mejor para ellos era fallecer en el combate. Foto: Cuartoscuro.
Hay muchas armas circulando en el país, entre la delincuencia o las autodefensas; y hay muchos mexicanos que hace tiempo decidieron que el momento de su muerte se había adelantado y que lo mejor para ellos era fallecer en el combate. Foto: Cuartoscuro.

La ira social contra Peña Nieto y sus allegados, y la violencia armada del día a día nos tienen en una situación similar a la que se vivió durante los meses previos al estallido de la Revolución Mexicana.

Quien gusta de la lectura sabe que en 1910, en la Sierra de Chihuahua, se inició la Revolución cuando los mexicanos creyeron en las palabras de Francisco I. Madero, pero lo que no es del conocimiento popular es que los líderes de los alzamientos ya estaban levantados o eran prófugos de la ley. El mismo Madero huía de la justicia y Francisco Villa era el líder de una banda de asaltantes y cuatreros similar al cártel de Santa Isabel.

Es muy difícil para un ciudadano salir de su casa, conseguir un arma de fuego y unirse a un grupo que combate contra el poder establecido, normalmente es poco a poco que se va convenciendo de la necesidad de la violencia para cambiar de régimen.

Las revoluciones que derriban a los dictadores son el resultado de un cóctel que mezcla la enorme inconformidad del hombre común con un grupo amplio y extendido de individuos que ya optaron por las armas como un recurso para su supervivencia.

Hoy por hoy, las circunstancias en México son de alto riesgo para el cambio pacífico que preferimos los mexicanos que no queremos que la nación pague en sangre su futuro; la población se ha movilizado de manera increíble en contra del Gobierno federal, que decidió conseguir dinero para sus gastos sacándolos del bolsillo de los que consumen gasolina de forma cotidiana, al tiempo que se sufre una guerra armada que cumple una década activa.

Hay muchas armas circulando en el país, entre la delincuencia o las autodefensas; y hay muchos mexicanos que hace tiempo decidieron que el momento de su muerte se había adelantado y que lo mejor para ellos era fallecer en el combate.

El mismo enojo se vivió entre los ciudadanos libres del noroeste, cómo los identifica el historiador Víctor Orozco, en 1910 en la Sierra de Chihuahua, mientras un gran grupo de bandoleros y rebeldes tomaba la justicia por su propia mano. Sólo faltaba el llamado a la revolución.

Todos ellos vieron la oportunidad, ya fuera de tumbar a los caciques que los oprimían o de regresar a la legalidad aprovechando la coyuntura. Y en el aquí y hoy volvemos a encontrarnos con la tragedia de nuestros funcionarios corruptos y tramposos, que han perdido el hábito de la lectura y la reflexión sobre el pasado.

Si no saben de historia los que mandan, repetirán los errores de los otros que mal mandaron y carecieron de capacidad reflexiva.

¿Cómo se le ocurre a la élite gubernamental dar un golpe al bolsillo de los mexicanos después de un año tan malogrado como lo fue el 2016? ¡Hasta se murió Juan Gabriel!

No hallábamos manera de desear un feliz 2017 estando en plena cruda del fracaso de las reformas estructurales, la educativa la más sonada de todas; con todo mundo preocupado por el posible cierre de empresas ante el llamado amenazante de Donald Trump y el regreso de Videgaray al gabinete y su oda a la ignorancia retumbando en la ciudadanía.

¿Ninguno de ellos leyó sobre la ira acumulada durante el reinado de María Antonieta, antes de la Revolución francesa, del coraje popular antes del grito de dolores o sobre la furia que invadía el ambiente durante el último Gobierno de Santa Ana anterior a 1857?

Ignoran que la crisis de credibilidad del régimen de Echeverría, y a su vez del PRI, empezó cuando liberó el precio del azúcar y ni siquiera leyeron las noticias del verano ardiente de Oaxaca. No hubo quién de su Gabinete le dijera a Peña Nieto que el vaso estaba lleno y sólo faltaba una gota para derramarse.

Por eso se me escapa el sueño cuando veo las noticias de los indignados gritando “¡Fuera Peña Nieto!” y de los vándalos saqueadores, con los cárteles y autodefensas armados hasta los dientes al otro lado de la calle.

Gustavo De la Rosa
Es director del Despacho Obrero y Derechos Humanos desde 1974 y profesor investigador en educacion, de la UACJ en Ciudad Juárez.
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