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Catalina Ruiz-Navarro

12/09/2015 - 12:00 am

La ropa sucia de los desclosetados

Una discusión pública sobre la calidad y pertinencia de una exposición en el Museo del Chopo, en el marco de en marco del 28º Festival Internacional por la Diversidad Sexual ha terminado en acusaciones de discriminación y misoginia y hostigamiento por Internet contra las curadoras. La exposición Archivos desclosetados: espectros y poderes disidentes, curada por las […]

Una discusión pública sobre la calidad y pertinencia de una exposición en el Museo del Chopo, en el marco de en marco del 28º Festival Internacional por la Diversidad Sexual ha terminado en acusaciones de discriminación y misoginia y hostigamiento por Internet contra las curadoras.

La exposición Archivos desclosetados: espectros y poderes disidentes, curada por las artistas visuales Nina Hoechtl y Naomi Rincón-Gallardo recibió múltiples críticas de la comunidad LGBTTTIQ mexicana que no sintió representada ni su historia ni su experiencia en la muestra, al punto de considerarlo una falta de respeto. Además no fue claro cómo se realizó la elección de las curadoras, que montarían una exposición con fondos públicos. La exposición teníaproblemas de montaje que iban desde errores ortográficos hasta carteles amarrados con un cordel y un nudo aparatoso, y hasta un aviso de “Speed Money: New York- Londres – México, le presta de inmediato con o sin la garantía de su automóvil” que nadie entiende qué lugar tenía en dicha exposición.

Una de las personas que criticó más duramente la muestra fue Omar Feliciano, también conoce como Tipographo y como Franka Polari, nombre usado para referirse al performance permanente que Feliciano lleva años desarrollando de manera pública. Feliciano se quejó en redes sociales –específicamente en el evento que se había creado para la exposición en Facebook–, del cual fue bloqueado. y luego reaccionó ofendido al ver que habían borrado sus comentarios en Facebook criticando la exposición. Por esto, presentó una queja ante CONAPRED en la que exige que lo dejen publicar sus comentarios y que le ofrezcan una disculpa. La queja de Feliciano va en contra de las “decisiones fallidas por parte de las autoridades del Museo Universitario del Chopo, quienes invitaron por la cantidad de $ 60.000.00 (Sesenta mil pesos 00/100 M.N), de un total de $242,320.00  -asignados a nombre del FIDS (Notificación_Solicitud_F11207) de una manera discrecional y sin haberlo consultado ni comunicado en su momento a los organizadores-; a dos curadoras que desconocen la historia y a los protagonistas de nuestro movimiento”.  Como es apenas natural, a las curadoras no les gustó esta crítica, pero en vez de considerarla, acusaron a Feliciano por hostigamiento y discriminación basada en género.

Por transparencia con los y las lectoras y para ahorrarles la stalkeada en Facebook a las curadoras, quiero advertir que Omar Feliciano, y todas esas personas que coinciden en su cuerpo (Tipographo, Franka Polari, quizás muchas más) son mi amigos personales. Pero esto, de hecho nos va a servir para recorrer argumentativamente esa valla que separa lo privado de lo público, la falacia del argumento, distinciones siempre necesarias en todo debate sobre género y/o libertad de expresión. Si yo les digo que “Feliciano es buen amigo” eso no lo exime de tener un comportamiento machista o acosador con otra persona. Pero yo no les voy a decir si la Polari es buena amiga mía, voy a revisar si el acoso que denuncian las curadoras es tal, y si este es un caso de misoginia en internet y censura a la expresión de las mujeres, temas que he tratado de sobra en mis columnas y sobre los cuales tengo amplios conocimientos teórico-prácticos.

Un ataque misógino en Internet tiene ciertas características. La primera es que el ataque debe venir de alguien con más poder y ser hacia alguien más vulnerable. La segunda es que el ataque debe estar dirigido al género de la persona, y no ser un crítica válida al trabajo de la persona. Finalmente, un ataque misógino tenderá a demeritar las características femeninas del atacado o atacada, y se extiende, con mucha frecuencia, a la familia de la víctima o a su moral sexual. Por otro lado, el hostigamiento implica, entre otros, ataques sistemáticos, amenazas, y divulgación de imágenes o información personal como sucede con el doxxing.

Por un lado, Omar Feliciano es un bio-hombre y esto puede resultar intimidante frente a las curadoras que son bio-mujeres. Pero al margen hay que anotar que Feliciano no es un hombre cisgénero, y que por eso ha enfrentado las discriminaciones sistemáticas a las que se enfrenta toda la comunidad LGBTTTIQ. Finalmente, sería muy difícil demostrar que aquí hay amenazas a sus personas, y quizás lo único que podría tener una característica de género es que en un comentario les dice “bonitas” de manera condescendiente. Ahí sí, muy mal, Omar. Por otro lado, en sus comentarios no hay un ataque ad hominem a las personas y/o elecciones personales de las curadoras, como su vida sexual o sus parejas; todas las críticas de Feliciano se mantienen en el plano de un consistente ataque a su desempeño profesional. Él critica la exposición y el trabajo que ellas han realizado; que no es lo mismo que las critique a ellas, solo por criticarlas o, peor aún, atacando su género.

Aparte de eso, Lo primero que hay que evidenciar es que las críticas de Feliciano no se quedaron en las redes sociales, en las que usó a su persona Franka Polari para hablar. Las críticas de hecho están sustentadas en documentos, se dirigen a la exposición (no he visto insultos personales a las curadores) y siguen el conducto regular, tan regular que la queja está radicada en CONAPRED. Como si fuera poco, las críticas de Feliciano vienen acompañadas de un perito experto en museografía, Gerardo Islas, que básicamente dice que la exposición es una “no-exposición”, es decir, representa más una  “colocación desordenada e ilógica de objetos amontonados hasta la saturación absoluta del continente asignado, en un espacio museal, sin ninguna clasificación archivística, ni documental, ni de carácter científico social”. El perito también señala que las curadoras rechazaron informalmente la asesoría de un protagonista y experto en el tema del activismo LGBTTTI mexicano, avalado por su trabajo en instituciones tales como la Organización de Naciones Unidas, Rafael Manrique.

Las curadoras dicen que la exposición es resultado de una investigación histórica sobre el movimiento en México. Sin embargo, a juzgar por su propuesta curatorial se trata de una selección de objetos que estaban en los archivos de varias personas  vinculadas con el movimiento. La crítica de Feliciano es que no hay una conexión aparente o una narrativa que se derive de estos objetos, y eso es una crítica válida, más cuando se es miembro de la comunidad a la que va dirigida la exposición.

En respuesta a la queja de Feliciano en CONAPRED, las curadoras, Hoechtl y Rincón, piden que “se acredite legalmente la personalidad jurídica de Franka Polari” y acusan a Feliciano de intentar desprestigiar su trabajo a través de “varias cuentas”. Pero la intención expresa de cualquier crítica al trabajo de alguien es desprestigiar ese trabajo. Si hubiese intentado desprestigiar a las personas que realizaron dicho trabajo, ofendiendo su moral sexual (por ejemplo, llamándole putas) o con ataques de género (por ejemplo “en vez de hacer una curaduría vayan a su casa a hacer tortillas”) esto sería problemático. Pero cualquier persona está en derecho de criticar una exposición que no le gusta y que le parece mediocre. Realizar comentarios con seudónimos en Internet no es un crimen, si así fuera, las redes sociales no serían viables. En cambio, ampararse bajo la Ley general de acceso de las mujeres a una vida libre de violencia, para desentenderse de las críticas que hacen a su trabajo es banalizar argumentos feministas, tan necesarios para tantas mujeres, para no aceptar una crítica legítima al desempeño profesional. Este es un clásico debate de libertad de expresión, pero las curadoras están aprovechando su género para desviar el objeto de las críticas, y esa estrategia nos hace daño a todas las mujeres que intentamos ser valoradas por nuestro trabajo o que nos enfrentamos a diario a los obstáculos que se les nos presentan, por ser mujeres, para hablar.

Lo mínimo que debe esperarse cuando alguien realiza una exposición con dinero públicos es que la crítica sea pública también. Pareciera entonces que las curadoras argumentan que los funcionarios y contratistas el Estado no pueden ser criticados por su desempeño laboral, y si bien quizás este es un malentendido popular entre los funcionarios públicos que se creen con título nobiliario, es el peor escenario para una democracia.

Finalmente, lo que más me sorprende es el espanto de las curadoras ante las diversas identidades de Omar Feliciano. Sorprende porque se supone que están claras en los discursos de la diversidad sexual, que han legitimado ampliamente la posibilidad de existir bajo varias personas y nombres y segundo porque personas expertas en historia del arte sabrían de sobra que un artista puede tener una persona-performance y desde ahí realizar una crítica al mundo. Por ejemplo, por su inmensa popularidad e influencia en el arte del siglo XX, sería raro que las curadoras no conocieran el trabajo del artista Marcel Duchamp, y su obra-performance-alter-ego-pseudónimo, Rrose Sélavy.

A partir del siglo XX la definición del arte tiene una relación estrecha con la comunidad. El arte dejó de ser una expresión de lo divino, como en la Edad Media, o una genialidad solipsista como en el Romanticismo. Se convirtió en una crítica interactiva, si se quiere, un juego de roles. Desde que Duchamp, en ¡1904!, colgó esa pala en la pared de un museo, el arte es “lo que hagan los artistas” y los artistas son “quienes son reconocidos como tal por una comunidad”. Si la comunidad a la que va dirigida la exposición dice que eso “no es arte” los curadores pierden su poder de definición, pues su primera obligación como curadoras, a diferencia de los artistas, es con el público del museo, y es a ellos y ellas a quienes primero deben escuchar.

@Catalinapordios

Catalina Ruiz-Navarro
Feminista caribe-colombiana. Columnista semanal de El Espectador y El Heraldo. Co-conductora de (e)stereotipas (Estereotipas.com). Estudió Artes Visuales y Filosofía y tiene una maestría en Literatura; ejerce estas disciplinas como periodista.

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