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Jorge Alberto Gudiño Hernández

20/02/2016 - 12:00 am

Perseguir a un Papa

Uno de esos días nos enteramos de que Juan Pablo II estaba en México. No sé cómo, uno de mis amigos de aquella época, supo por dónde pasaría. Fuimos corriendo a la coordinación para pedir permiso. Era algo inusual: permitir a tres alumnos que no tomaran las últimas dos clases. Sin embargo, el argumento era bueno. Ni hablar.

Con la reciente visita del nuevo Papa opté por una estrategia opuesta: hice todo lo posible por no atravesarme en su camino ni en sus rutas. Lo conseguí. Estoy satisfecho. Foto: Cuartoscuro
Con la reciente visita del nuevo Papa opté por una estrategia opuesta: hice todo lo posible por no atravesarme en su camino ni en sus rutas. Lo conseguí. Estoy satisfecho. Foto: Cuartoscuro

Estudié la preparatoria en una escuela lasallista. Entré porque era la mejor de mis opciones al margen del asunto religioso. Pronto descubrí que, en realidad, nadie nos daba lata al respecto. Si acaso, lo que imperaba era el modelo educativo: se exigía de nosotros y se esperaba que cumpliéramos.

Si mal no recuerdo, nunca nos llevaron a misa ni nada parecido. Además, los primeros profesores que tuve daban para un gabinete de las maravillas. Nada que ver con la imagen de los padrecitos dando clase.

Uno de esos días nos enteramos de que Juan Pablo II estaba en México. No sé cómo, uno de mis amigos de aquella época, supo por dónde pasaría. Fuimos corriendo a la coordinación para pedir permiso. Era algo inusual: permitir a tres alumnos que no tomaran las últimas dos clases. Sin embargo, el argumento era bueno. Ni hablar.

En realidad, poco me interesaba ver al Papa pero sí salir de clases. Así que salimos raudos al coche de E, mi amigo. Nos subimos con la irresponsabilidad propia de nuestra edad. Eran los primeros meses que contábamos con la libertad que nos daba ese automóvil, apenas habíamos recorrido la ruta de la casa a la escuela, no conocíamos bien la lógica de la ciudad. Eso no impidió que nos detuviéramos a comprar una cámara fotográfica, convencidos como estábamos de que lograríamos fotos increíbles.

La recuerdo desechable, en medio de una neblina de nostalgia: existían las cámaras desechables. Si acaso, eran un rollo fotográfico montado en un dispositivo obturador. Sólo eso.

Equivocamos la ruta, claro está. E no se amilanó. Echó el coche en reversa y luego entró en sentido contrario a Viaducto. La ciudad estaba sospechosamente vacía.

Y cómo no. De golpe, sin tenerlo previsto, nos colamos a la comitiva papal. Fuimos el último de los vehículos en esa tortuosa hilera que iba de la Nunciatura a Campo Marte. El Papa iba en un coche cubierto pero sin los vidrios polarizados. Alcanzamos a ver su indumentaria blanca. Tal vez sólo lo imaginamos.

La prudencia pudo más que las ganas. Les dimos espacio, nos retrasamos. Cuando llegamos a las afueras del Campo Marte, ya se escuchaba el ruido inconfundible de un helicóptero pero no podíamos verlo. Al menos hasta que despegó.

—¡Ahí va! ¡Ahí va! —gritó uno de nosotros.

Disparamos las 32 fotos una tras otra.

En realidad, a mí me parece que nunca vimos al Papa. Eso sí, durante años conservé una secuencia de fotos con el despegue de un helicóptero. No se nota quién viaja adentro. Pese a ello, esas fotos bastaron para justificar nuestras faltas. Tal vez el coordinador de la prepa, quien sí era un hermano lasallista, supo ver en ellas algo que yo no. Bien por él.

Con la reciente visita del nuevo Papa opté por una estrategia opuesta: hice todo lo posible por no atravesarme en su camino ni en sus rutas. Lo conseguí. Estoy satisfecho.

Jorge Alberto Gudiño Hernández
Jorge Alberto Gudiño Hernández es escritor. Recientemente ha publicado la serie policiaca del excomandante Zuzunaga: “Tus dos muertos”, “Siete son tus razones” y “La velocidad de tu sombra”. Estas novelas se suman a “Los trenes nunca van hacia el este”, “Con amor, tu hija”, “Instrucciones para mudar un pueblo” y “Justo después del miedo”.

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