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María Rivera

22/03/2023 - 12:02 am

El monigote

“No importa que el motivo del incendio del cartoncillo no fuera su naturaleza femenina, sino su postura política como funcionaria pública, su función dentro de una institución que, de hecho, representa al poder patriarcal y misógino, no a las mujeres”.

Ministra Norma Lucía Piña Hernández.
“El comunicado del Poder Judicial publicado ante la quema del famoso monigote de la ministra presidenta, es doblemente insultante. Dicho poder se atrevió, en su conjunto, a reprochar categóricamente las manifestaciones de violencia y odio, ¿reprochan ‘categóricamente’ el asesinato de cinco mujeres en Celaya? ¿los asesinatos en Zacatecas? ¿la corrupción de sus jueces?”. Foto: Cuartoscuro.

Ahora resulta que los monigotes son personas, querido lector. Sí, también las piñatas, y en general las cosas. Hemos dado un paso civilizatorio en México: por fin las cosas están imantadas con el espíritu de los seres. La próxima vez que rompa una piñata, le pegue con todas sus fuerzas, usted estará dañando, vejando, insultando, masacrando, con lujo de violencia a lo que, o a quien represente. Por obra de la magia discursiva de opinadores y políticos indignados, ahora resulta que la quema de un monigote de cartón en el zócalo, cosa que ha sucedido en marchas y manifestaciones en variadas ocasiones, es un acto vandálico ejercido contra una persona, capaz de dañarlo. Así como lo oye. Vea si no las palabras de la exministra de la Corte, Olga Sánchez Cordero “es condenable e inadmisible las muestras de violencia sobre Norma Piña. No es correcto, es reprobable.” Así, tal cual: violencia “sobre Norma Piña”, como si se hubiera, de hecho, cometido alguna violencia sobre ella, es decir, sobre su persona y no sobre un objeto, un muñeco de cartón. Más ridículo, imposible. Parecen incapaces de distinguir entre un objeto y su representación simbólica o son capaces, pero encontraron, políticos de todo el espectro, una oportunidad para censurar las expresiones de repudio popular.

Otros, los opositores al gobierno, utilizaron el hecho para desplegar su clasisimo, faltaba más, y para atacar al presidente y blindar al poder judicial, representado por la ministra Piña, presidenta de la corte, adversa a los intereses del poder ejecutivo.

Y se sabe, los opositores no le dan ningún crédito a quienes defienden el proyecto de Morena: son los “atolizados”, los “pagados”, los “acarreados”, los “vehículos del odio” del presidente: una especie de masa informe, qué digo, un recipiente, una jicarita sin ninguna agencia, donde arde ya la chispota del “fascismo”. Sería cómico, si no evidenciara una fractura real en la sociedad mexicana que parece irremediable. Para la clase desplazada del poder, México está dividido entre ellos y los súbditos. Toda la retórica “ciudadana” que enarbolan, y que podría ser liberal, en realidad encubre que, como en la Grecia antigua, hay ciudadanos y no-ciudadanos. Sobra decir, que los súbditos no tienen ciudadanía: son pueblo sucio, ignorante, adoctrinado, cooptado por apoyos, no tienen ninguna autonomía: son pobres. Ellos, en cambio, se autoconciben libres, educados, limpios en medio del enorme punto ciego de su verdadera identidad: son los privilegiados por un orden político racista, clasista e injusto que los privilegió desde el poder a lo largo de la historia, hasta que López Obrador ganó las elecciones con un gran apoyo popular, ese “mesías tropical” “populista” que habla distinto, piensa, y hasta come distinto: garnachas y tamales de chipilín, que ha “desgraciado” las formas púdicas y correctas de hacer política, presentarse ante el mundo, etc.

Ante las próximas elecciones, naturalmente, están enardecidos; buscan y buscarán cualquier medio para regresar al poder; están convencidos de que el poder judicial es su último bastión y confían en que ese contrapeso frenará la “cuarta transformación” que lleva a cabo “la secta” ¿cómo es que no pueden ser rosas rosas rosas todas las marchas? se lamentan; nosotros no quemamos nada, salvo nuestra carne asada. Así, hablan en redes los y las indignadísimas periodistas, columnistas, medios, políticas y políticos. El pueblo no tiene derecho a representar su repudio, claro que no: el pueblo debe de abstenerse de manifestar su hostilidad, su desacuerdo, su rabia. En eso coinciden todos los que se han manifestado. No vaya a ser que hagan una ordalía con ellos en la plaza mayor, un día. Y qué feo, la verdad, tener el poder y que el pueblo no haga reverencias ante los funcionarios más poderosos del país.

Es irónico, querido lector, que estos seres animistas hayan decidido escenificar otra representación estos días, utilizando, sin vergüenza alguna, la causa de las mujeres asediadas por la violencia feminicida. Están convencidos de que pueden apropiarse del movimiento feminista, usarlo para sus fines políticos: seguramente alguna lumbrera opositora descubrió el hilo rosa: que la ministra Piña era mujer y que quemar un monigote que la representaba era de suyo misógino. No importa que el motivo del incendio del cartoncillo no fuera su naturaleza femenina, sino su postura política como funcionaria pública, su función dentro de una institución que, de hecho, representa al poder patriarcal y misógino, no a las mujeres. Sería un acto de justicia poética que el movimiento feminista quemara, en el zócalo, monigotes de toda la Suprema Corte, que no ha servido, como sabemos, para que las mujeres accedan a la justicia y puedan tener una vida libre de violencia. Pero es evidente que el tema no son las mujeres, sino los opositores que usan al tema.

Y así fue como los oportunistas rápidamente crearon la línea argumental: es un ataque misógino. Usaron esta charada para tratar de chantajear a la gente, y muchísimos opositores “ciudadanos” en redes se travistieron, oportunamente, de feministas para repetir el mensaje, usando, sin ninguna decencia, los feminicidios ¡y atacando mujeres!; tratando de convertir a la mujer más poderosa del país, en una víctima más de la violencia feminicida y brutal: “toca defender a Norma Piña, ninguna mujer merece ser quemada en la plaza pública, la violencia verbal del presidente salta a las calles; dice que no hay que quemar, pero provee los cerillos” respondió rauda, y exaltada, la académica derechista Denise Dresser. Claro, su declaración es obscena, por deshonesta, porque nadie “quemó a una mujer en la plaza pública”, ni vivimos en el medioevo, ni hay tribunales inquisitoriales, se sabe. No hubo ninguna mujer incinerada, sino un muñeco de cartón, como sí ha habido víctimas, de carne y hueso, en el país, ni el presidente dio cerillos a nadie para cometer un crimen inexistente. Así, en ese deshonesto carro retórico se fueron subiendo: “inaceptable e indefendible la violencia, las amenazas y actos vandálicos realizados contra la Ministra Presidenta” dijo la senadora Malú Micher en su cuenta de twitter. Suponemos que los “actos vandálicos” ahora se cometen por interpósita persona de papel maché… Animistas con causa y sin vergüenza, le digo.

El asunto no tendría más importancia que la chapucería de ocasión: el escándalo pasará con la misma rapidez con la que arde el cartón, si no fuera porque México sufre una crisis real de violencia feminicida, literal, no simbólica. La sufren, en su mayoría, mujeres sin recursos, víctimas de la injusticia de todas las instituciones del Estado patriarcal y de la inequidad aberrante, en la que jueces suelen liberar a agresores, y policías dejarlas sin seguridad, aún habiendo denunciado los hechos.

El poder judicial tiene una responsabilidad capital en esa violencia histórica: es y ha sido cómplice de los victimarios, no es una víctima, obviamente. Por eso, el comunicado del Poder Judicial publicado ante la quema del famoso monigote de la ministra presidenta, es doblemente insultante. Dicho poder se atrevió, en su conjunto, a “reprochar categóricamente las manifestaciones de violencia y odio” ¿reprochan “categóricamente” el asesinato de cinco mujeres en Celaya? ¿los asesinatos en Zacatecas? ¿la corrupción de sus jueces? ¿las sentencias injustas? No, reprochan la quema de un muñeco de cartón en la plaza, las manifestaciones cometidas contra “la Ministra Presidenta del PJF y de nuestra institución”. Así, claramente dicho y sin pudor: “de nuestra institución”, escúchelo bien, querido lector: suya, es decir, de los ministros, consejeros, magistrados, jueces: ellos son los dueños del Poder Judicial, no el Estado: no son servidores públicos, sino dueños. Yo no recuerdo un comunicado donde funcionarios hablen en posesivo sobre las instituciones, porque justamente, las instituciones no son de nadie, son de todos. Si el presidente López Obrador publicara un comunicado diciendo “mi poder ejecutivo”, ardería Troya, seguramente, y con razón, pero el poder judicial si puede exhibir su patrimonialismo, sin pudor. Tal vez, el presidente no haya estado tan equivocado, después de todo, cuando mandaba al diablo a “sus” instituciones.

El comunicado termina: “no más acciones de odio. No más violencia de género. México nos demanda más”. Su cinismo es total: las acciones de odio no son las que destruyen la vida de mexicanos, sino quemar un monigote, y las víctimas, no son miles de mujeres violadas y asesinadas, con la complicidad de ese poder, sino un muñeco inocuo que representa a la mujer más poderosa de México, a quien no se le infligió ningún tipo de violencia, como la que ha cercenado la vida de miles de mujeres pobres y sin poder. En algo sí tienen razón los jueces: México, la mujeres mexicanas, les demandamos más, mucho, mucho más.

María Rivera
María Rivera es poeta, ensayista, cocinera, polemista. Nació en la ciudad de México, en los años setenta, todavía bajo la dictadura perfecta. Defiende la causa feminista, la pacificación, y la libertad. También es promotora y maestra de poesía. Es autora de los libros de poesía Traslación de dominio (FETA 2000) Hay batallas (Joaquín Mortiz, 2005), Los muertos (Calygramma, 2011) Casa de los Heridos (Parentalia, 2017). Obtuvo en 2005 el Premio Nacional de Poesía Aguascalientes.

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