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Rubén Martín

23/08/2020 - 12:04 am

La utopía de combatir la corrupción

Y no sólo por los ataques de sus adversarios y posibles futuros videos con casos comprometedores. No, la razón por la que López Obrador no podrá evitar el daño es porque eliminar la corrupción, como ha meta central de la Cuarta Transformación, es una utopía.

La única manera de abolir la corrupción es cambiando el sistema. Y eso es otra discusión. Foto: Cuartoscuro.

La reciente difusión de videos en México con presuntos actos de corrupción se ha convertido en una lucha libre en lodo en la que todos los actores políticos tratan de ensuciar al adversario lo más que puedan, mientras presumen de estar limpios. Lo cierto es que nadie se salva.

Y el lodo ha manchado al impoluto Andrés Manuel López Obrador (AMLO) en los videos difundidos por sus adversarios a través del emisario Carlos Loret de Mola y su portal Latinus, que se está convirtiendo en canal preferido por el antilopezobradorismo.

A pesar de que AMLO quiere minimizar el video donde aparece su hermano Pío recibiendo un paquete con cientos de miles de pesos, y así evitar el daño a su imagen, difícilmente podrá impedirlo.

Y no sólo por los ataques de sus adversarios y posibles futuros videos con casos comprometedores. No, la razón por la que López Obrador no podrá evitar el daño es porque eliminar la corrupción, como ha meta central de la Cuarta Transformación, es una utopía.

Se asume que la corrupción en los sistemas políticos modernos es una anomalía del propio sistema y una práctica indebida de los actores políticos, cuando en realidad es norma y práctica intrínseca a la misma reproducción del sistema político y de la reproducción ampliada de las ganancias privadas.

La utópica idea de combatir la corrupción es añeja. Se sabe que Aristóteles criticó la corrupción de los gobernantes de la Atenas, tal como ocurrió bajo el Imperio romano; lo mismo ocurrió en la implantación del sistema colonial español en América. Y a pesar de todos los esfuerzos, jamás se le ha podido contener, mucho menos eliminar. Lo que la teoría crítica nos dice esta mirada histórica es que entonces la corrupción no es mera anomalía de actores del sistema que violan sus normas, sino una práctica consustancial a su reproducción.

El ejemplo mexicano es elocuente: durante décadas prácticamente se asoció corrupción con el PRI. Todas las oposiciones, desde la conservadora panista hasta las izquierdas, postulaban que cambiando al PRI, los males del país, entre ellos la corrupción, sanarían.

La mal llamada transición a la democracia nos demostró que no solo los priistas podían ser corruptos. Los casos de corruptelas de gobiernos del PAN, del PRD y otros partidos se cuentan por miles. La alternancia mostró que todos los partidos son corruptos, aunque haya excepciones entre algunos de sus militantes.

Conozco políticos del PRI, PAN, PRD, Morena y otros que son honestos, y sin embargo sus partidos no lo son.

Para el caso que nos ocupa, yo no dudaría de la honestidad de AMLO, en ello ha basado su imagen como político, pero tampoco no dudo de la corrupción en Morena, aunque en este momento no llegue a las dimensiones que alcanzó en el PRI, PAN y PRD.

¿Es entonces la corrupción un asunto cultural como pretendió justificarla Enrique Peña Nieto? No, porque él se refería a la idiosincrasia de los mexicanos y sin embargo la práctica de la corrupción es universal, si hablamos de la actual economía-mundo capitalista. Hay corrupción en países de América Latina, en China, en Francia, como en Estados Unidos. Por ejemplo, es un hecho histórico que el padre de John F. Kennedy se asoció con la mafia para ayudar a su hijo a ganar las elecciones frente a Richard Nixon en 1960 (como lo cuenta Anthony Summers en su libro Oficial y confidencial. La vida secreta de J. Edgar Hoover, Anagrama 1995).

A pesar de ser una práctica generalizada, el sistema liberal simula combatir la corrupción porque es una narrativa necesaria para la legitimación del sistema. Los gobernantes y clases dirigentes no pueden asumir que sus organizaciones y gobiernos practican actos de corrupción de modo habitual para cumplir sus objetivos de llegar y permanecer en el poder.

Por eso una falsa perspectiva liberal del deber ser de los sujetos y prácticas del sistema predica la necesidad de combatir la corrupción, sancionar a quienes cometen dichas prácticas y prometen saneamiento del sistema. Pero eso es imposible. La teoría crítica prueba que la corrupción es una práctica consustancial al sistema simple y sencillamente por los fines que persiguen sus actores e instituciones.

No es cierto que los políticos trabajen para favorece el bien común; con notables excepciones, los políticos profesionales trabajan para sus fines personales de fama, protagonismo y de enriquecimiento patrimonial. Muchas veces todo eso junto.

No es cierto que los partidos sean “entidades de interés público” con el fin de promover la democracia y el acceso de los ciudadanos al poder público. Los partidos, lo decía desde hace décadas Angelo Panebianco, son maquinarias electorales que buscan la consecución de sus propios fines, regularmente la de sus grupos dirigentes.

Y existe corrupción, porque finalmente los estados no son entidades creadas para la satisfacción de las necesidades de la mayoría de sus sociedades, sino aparatos que buscan reproducirse y permanecer mediante las exacciones a sus contribuyentes y que sirven para buscar la legitimidad de un sistema basado en la desigualdad, como es la moderna sociedad capitalista. El Estado en los actuales sociedades capitalistas trabaja para la reproducción del sistema.

Aterrizando estas ideas al actual debate político en México, podríamos resumir que ya que otros escándalos como los de Raúl Salinas de Gortari, Genaro García Luna, y Emilio Lozoya nos confirman los grados de extrema corrupción que existió en anteriores sexenios en México.

El video donde aparece Pío López Obrador recibiendo dinero en efectivo de un asesor político y destituido en un cargo del actual Gobierno es una muestra de los fines de los partidos: su acceso al poder sin importar los medios. AMLO dice que es una contribución económica del pueblo, pero igualmente puede que sus modos de recolección de fondos hayan violado las leyes electorales.

Por más honestidad que presuma, López Obrador no puede impedir que el resto de los dirigentes de Morena y el mismo partido en su funcionamiento reproduzcan las prácticas de corrupción que los hacen ganar adeptos, crecer, triunfar electoralmente y disfrutar el poder.

Probablemente AMLO logre disminuir la corrupción en ciertos ámbitos del Poder Ejecutivo, pero no es cierto que con su sólo ejemplo logre domar y menos eliminar la corrupción en México.

Porque, como asenté arriba, la corrupción es una práctica política consustancial al sistema. Coincido con Pablo González Casanova en esta perspectiva: “En tanto modo de dominación y acumulación, el capitalismo añade a sus relaciones constitutivas otras muy importantes de mediación y mediatización, de represión y negociación. En ellas la corrupción y la cooptación aparecen y reaparecen como formando parte fundamental del sistema” (Corrupción y capitalismo, UNAM enero 2007).

Por eso eliminar la corrupción en México es una utopía, aunque se lo proponga con buenas intenciones la Cuarta Transformación. La única manera de abolir la corrupción es cambiando el sistema. Y eso es otra discusión.

Rubén Martín
Periodista desde 1991. Fundador del diario Siglo 21 de Guadalajara y colaborador de media docena de diarios locales y nacionales. Su columna Antipolítica se publica en el diario El Informador. Conduce el programa Cosa Pública 2.0 en Radio Universidad de Guadalajara. Es doctor en Ciencias Sociales. Twitter: @rmartinmar Correo: [email protected]

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