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Jorge Alberto Gudiño Hernández

30/01/2016 - 12:02 am

Peppa pig

Durante esta semana varios padres de familia han alzado la voz en contra de Peppa pig.

Para quien no lo sabe, Peppa es el nombre de una cerdita. Foto: Tomada de Internet
Para quien no lo sabe, Peppa es el nombre de una cerdita. Foto: Tomada de Internet

Durante esta semana varios padres de familia han alzado la voz en contra de Peppa pig. Para quien no lo sabe, Peppa es el nombre de una cerdita. Ella protagoniza una de las caricaturas de moda. El clamor popular es que dicha emisión resulta nociva para los niños dado que promueve algunos hábitos nocivos, un lenguaje poco adecuado y, en cierto modo, valida a los berrinches como un recurso que tienen los niños para obtener lo que desean.

Yo tengo un par de hijos, de cinco y dos años. Al menor le sigue gustando mucho Peppa. Tanto, que llega a enojarse porque no está programada en el horario en que le tocó ver la tele. El mayor, tras haber visto la caricatura durante algún tiempo, ha terminado por aburrirse. Tiene razón: es repetitiva, los capítulos son demasiado cortos y la programan a toda hora, lo que aumenta las posibilidades de encontrarse con un episodio conocido.

A mí me cae mal la cerdita y el resto de los cerditos. No por las razones ya mencionadas sino porque viven en un mundo donde no suele haber consecuencias para sus actos. No las hay para los niños. Tampoco para los adultos. Además, me resulta un tanto aburrida y, cuando la comparo con la oferta televisiva para pequeños, poco tienen por hacer esos dibujos de trazos fáciles que no alcanzan a desarrollar las historias.

Dicho lo anterior, mi esposa y yo procuramos que los niños vean otros programas. Incluso en el mismo canal. Hay verdaderas joyas dentro de la oferta de caricaturas infantiles. Pese a ello, no somos ingenuos ni represores, también dejamos que consuman tanto a Peppa como a otros programas que son peores.

Me parece que el llamado de atención de varios padres sobre lo que “enseña” Peppa pig a los niños tiene su parte válida. El problema, sin embargo, va más allá. Y ese más allá radica en permitir que la televisión se apropie del derecho de educar a los pequeños.

En primer lugar, me parece poco deseable que ellos vean la tele en solitario. Así como con la lectura, con el cine o con programas más complejos, el hecho de ser un espectador en familia permite atajar conductas indeseables. Sé que es cómodo (vaya que lo sé), encender la tele para entretener a los niños mientras uno se dedica a otras cosas. De acuerdo, pero entonces no resulta válida la queja.

Da la impresión de que adultos y niños pertenecemos a mundos diferentes. He escuchado decir a algunos padres que ellos ya no ven caricaturas, que se aburren. No están hechas para ellos así como las series violentas no son para sus hijos. Comparto lo segundo, no lo primero. La formación de los espectadores, de los lectores, de los criterios de nuestros pequeños sí son responsabilidad nuestra. Así, aunque yo detesto a Bob Esponja, a Dora la Exploradora y a Peppa Pig, cuando los pequeños los ven, estoy a su lado, al acecho. Sobre todo, si alguna de sus conductas amenaza con instalarse en mis hijos.

Esa compañía que conseguimos en las noches de cansancio mi esposa y yo, ha rendido frutos. Hemos descubierto buenos programas para niños y hemos conseguido mudarnos a ellos.
Coincido, pues, Peppa pig no me parece un buen programa. De ahí a que alcemos la voz en protesta para que sea suspendido, hay una gran distancia. Sería mucho mejor apagar la tele, cambiar de canal, platicar un buen rato y, por supuesto (¿de qué otra forma podría llegar al lugar común?), leer un libro. Aunque eso signifique más trabajo.

Jorge Alberto Gudiño Hernández
Jorge Alberto Gudiño Hernández es escritor. Recientemente ha publicado la serie policiaca del excomandante Zuzunaga: “Tus dos muertos”, “Siete son tus razones” y “La velocidad de tu sombra”. Estas novelas se suman a “Los trenes nunca van hacia el este”, “Con amor, tu hija”, “Instrucciones para mudar un pueblo” y “Justo después del miedo”.

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