Y…¿qué quieren las mujeres?

Mario Zumaya

13/08/2012 - 12:00 am

A sus tiernos 74 años el gran misógino Sigmund Freud, padre del psicoanálisis, se lo preguntaba escribiendo a su estudiante María Bonaparte: “La gran cuestión... que no he sido capaz de responder, a pesar de mis treinta años de estudio del alma femenina, es ¿ qué quiere una mujer ?”

A lo largo de nuestra vida todos los varones más o menos desesperados, y también muchas mujeres en un arranque de sinceridad, nos lo hemos preguntado con urgente necesidad de encontrar una respuesta.

En particular me lo pregunto en mi condición de psiquiatra y terapeuta de parejas ante la “epidemia” de separaciones y divorcios que, dentro y fuera de mi consultorio, he atestiguado en lo que va de este año. Me lo pregunto porque en 27 años de práctica profesional no había observado tantas rupturas, siendo sus más frecuentes promotoras las mujeres.

Epidemia más llamativa por tratarse, en su mayoría, de hombres y mujeres de mi generación, la de los nacidos entre los años 1945 y 1955. Llamativa porque se trata matrimonios de más de 10 años, de personas que pudieran considerarse estables y maduras y porque comenzar de nuevo la vida en solitario a estas alturas de la vida no deja de ser atemorizante. Es sabido que los seres humanos preferimos la “seguridad” de un mal matrimonio o pareja, al esfuerzo que representa reconstruir una relación que ha sido amorosa, o la incertidumbre de una hipotética felicidad.

Y la respuesta, después de pensarlo detenidamente, es bastante obvia: lo que las mujeres quieren es… TODO.

Todo el amor, todo el poder, todo el control o la participación activa en la familia, en la vida de los hijos, las hijas, los nietos, las amigas, los padres, todo el erotismo a veces y todos los orgasmos cuando la rara ocasión llega, toda la juventud, toda la alegría y toda la sabiduría…

Me explico antes de que se me acuse de insinuar que las mujeres son seres ambiciosos e insaciables, lejos de mi tal idea, no, no es que quieran poseer todo lo anterior, más bien es que piensan en o se preocupan por todo eso al mismo tiempo, todo el tiempo.  Piensan en términos de cómo equilibrar y hacer encajar, o no, todas las partes de las diferentes áreas de sus vidas: corporal, social, laboral, familiar, amorosa…

Esto es, en un momento dado están haciendo el amor y, al mismo tiempo, piensan en la cita que tiene su hija con el ginecólogo mañana y en que la cocina necesita un cambio de cortinas y en el vestido que llevarán en la próxima boda más en lo que dijo la vecina acerca de su mejor amiga, y al revés y las incontables combinaciones de todo ello. Su pensamiento es integrativo, abarca la totalidad. No compartimentalizan, no dividen su mundo en diferentes porciones o compartimentos “cerrando la puerta” a pensamientos sobre otras áreas que estorban o confunden, a la manera de como lo hacemos los varones quienes somos notablemente más lentos para procesar una información compleja, sobretodo del tipo de las interacciones sociales y emocionales, y también poco capaces de abarcar un mundo de una sola mirada como ellas lo hacen. Lo logran porque su cerebro está más eficientemente conectado en sus diferentes partes para, entre otras cosas, hacer frente a la crianza y supervivencia de los hijos. Esa es su gloria y su desgracia: difícilmente están tranquilas, relajadas, tienen que cubrir muchos requisitos para estarlo y mantener el foco de atención de manera exclusiva durante un espacio largo de tiempo les es, a veces, imposible.  Esta característica femenina de pensar en todo todo el tiempo es la raíz de su infelicidad en la vida de pareja. No tener la capacidad de “cerrar la puerta” y dejar que algunas cosas tomen su debida medida. Valdría toda la pena “contagiarnos” unos a otras con nuestras habilidades complementarias y no, como está ocurriendo de manera muy aguda, enfrentadas y mutuamente excluyentes con la resultante cuota de cerrazón, resentimiento y amargura.

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Mario Zumaya

Psiquiatra y psicoterapeuta

Lo dice el reportero