¡Ay dolor… ya me volviste a dar!

Mario Zumaya

27/04/2013 - 12:00 am

Sudoroso y desparramado en la silla del endodoncista no me repongo de la terrible sorpresa, exquisita e inmensamente dolorosa, causada por la extracción de la pulpa dentaria, tejido nervioso y vascular, de una de mis leales y nunca antes dolorosas muelas. Es un impacto brutal que lo hace sentir a uno desvalido y totalmente dependiente de la competencia de quien lo atiende. La experiencia del dolor físico siempre lo hace a uno humilde…, en cero segundos cerrados.

El muy amable odontólogo se disculpa profusamente, lamenta causarme dolor. Bromea conmigo mientras me aplica más anestésico y me dice tener un profundo respeto, eso en verdad espero, por los psiquiatras: nos ocupamos de la mente y eso es muy serio, comenta.

Intuyo que le tiene más respeto o miedo al tratamiento del dolor psíquico que el del físico. Y tiene razón… aunque se trata de dos fenómenos muy diferentes, tanto en términos de su duración e intensidad como, sobre todo, en su “para qué” o finalidad.

Nada se compara con el torturante dolor de un cólico renal, causado por el intento de expulsión de un cálculo o piedra a través de los uréteres. O el dolor brutal de un infarto cardiaco, producido por la falta de aporte sanguíneo o isquemia en el territorio de una arteria coronaria obstruida por la ruptura de una placa de ateroma (mezcla de colesterol, ácido grasos y triglicéridos). En estos casos el súbito e intensísimo dolor hace que uno se paralice y, aquí está su “para qué” o finalidad, clame, ruegue, por ayuda y alivio inmediatos: aplicación de poderosos analgésicos y la remoción, habitualmente quirúrgica, de la causa del trastorno, el cálculo y la obstrucción, respectivamente.

El dolor psicológico es otra cosa. Y se vive como una realidad total por el que lo experimenta, independientemente de que los demás no lo entiendan y no vean “la razón” o “lógica” de sentirlo. No la tiene, su nombre lo dice: es psico-lógico.

El dolor psicológico se vive como un proceso afectivo: como una emoción súbita, como un sentimiento más duradero o como un estado de ánimo permanente.

Estos procesos afectivos, emociones, sentimientos y estados de ánimo, tienen la función o el “para qué” de in-formar (darnos forma desde dentro) a nosotros mismos y a los demás, acerca de cómo estamos, de cómo estamos viviendo y sintiendo, lo que vivimos o hemos vivido o esperamos vivir. Puedo estar en alguno de estos procesos por lo que me está pasando, por lo que ya me pasó o por lo que creo me pasará.

El dolor psicológico se experimenta principalmente como ansiedad, tristeza, enojo, vergüenza y culpa. Emociones que pueden vivirse aisladas o en conjunto dependiendo de él o los estímulos, circunstancias y contextos, que las hayan producido. Es muy raro que el sentimiento de tristeza profunda y duradera o depresión, no se acompañe de la emoción de ansiedad, y ésta no siempre se acompaña de tristeza/depresión. El sentimiento de vergüenza va acompañado siempre de enojo hacia uno mismo. La culpa es una compleja mezcla de ansiedad, enojo, vergüenza. Por supuesto existen también los celos, la envidia, el odio, el resentimiento…pero su descripción rebasa la extensión que le dedico a este escrito.

El dolor psicológico puede ser súbito o agudo, y muy intenso, como ocurre en una ataque de ansiedad o de pánico: la sensación de una amenaza de desastre inminente, de que algo “muy malo” nos va a ocurrir, acompañada la mayor parte de las veces por rápidas y fuertes palpitaciones, falta de aire, náuseas, mareo, dificultades para enfocar la visión, “mariposas” en el estómago, adormecimientos en cara y manos, entre otros síntomas, que nos “convencen” de que, en efecto, algo está muy mal y podríamos, incluso, morir o enloquecer. Se trata de un círculo vicioso: ansiedad aguda-síntomas alarmantes-más ansiedad-más síntomas…hasta que la ansiedad o el pánico se atenúan gradualmente con o sin ayuda o fármacos.

La vergüenza se experimenta también de manera súbita y es agudísima e intensa. Nos produce una especie de brutal impacto cognitivo o intelectual y reaccionamos de manera confusa y balbuceante, nos convertimos en cero segundos en “bobos lamentables” que bajo su dolorosísima influencia sólo quieren ser tragados por la tierra, desaparecer del planeta, pues.

El enojo es un abanico emocional que va de la ira o rabia súbita, habitualmente destructivas, en respuesta a una frustración o agresión, hasta esa especie de lento destilado emocional que conocemos como el enojo propiamente dicho. Este último tiene como razón de ser la defensa de los límites de la persona, de su intimidad y dignidad.

Finalmente la culpa es un proceso que tiene que ver con el hecho de hacer algo que nos lleva a experimentarnos como no creemos ser, o en franca contradicción con la idea que tenemos de nosotros mismos y que nos aleja del modelo de persona que la sociedad nos impone. Un ladrón se puede sentir igual de culpable por no aprovecharse del descuido del prójimo que una persona honrada obligada por las circunstancias a robar algo.

En cualquier caso el dolor psicológico, al igual que el físico, siempre nos lleva a buscar su alivio de la manera más rápida por medio de drogas ilegales o legales, como el alcohol o el tabaco. O por medio de psicofármacos prescritos, en el mejor de los casos, por algún psiquiatra. Y ahí está el problema más serio que confrontamos: queremos aliviarlo a la brevedad y no aprendemos a leerlo, a saber que nos dice de nosotros mismos. No somos preparados por nadie para la inevitable confrontación del dolor emocional. No sabemos qué es ni para qué.

Saber leerlo implica invertir tiempo y esfuerzo, experimentar quizá más dolor por algún periodo, para entenderlo y entendernos, y conseguir también que los más cercanos a nosotros nos entiendan. Esto nos coloca en el campo de la psicoterapia, aspecto del tratamiento del dolor psíquico que ha pasado en nuestros días a un segundo plano debido a la abrumadora y aplastante propaganda de los psicofármacos y por la prisa que tenemos todos, los sufrientes y los profesionales de la llamada salud mental, también sufrientes desde luego, en sentirnos bien y seguir disfrutando de una vida sin el menor atisbo de dolor. Sueño guajiro del que nos despierta bruscamente la vida misma… o la cuidadosa mano del endodoncista.

Mario Zumaya

Psiquiatra y psicoterapeuta

Lo dice el reportero