Parecidos y coincidencias

José Luis Franco

31/05/2013 - 12:00 am

"Yo no sé de parecidos,
Ni de coincidencias, es más: no veo periódicos",
el chofer al que le gustan los Beatles

Un tipo sube a un camión del que sale como bálsamo el "Yesterday" de los Beatles. No parece miembro de la fauna que ocupa el transporte colectivo. Es bajito, esmirriado, lentecillos, calva avanzada, ceño adusto, en apariencia inofensivo. Despide fragancia francesa, viste bien: la camisa caqui tan inmaculada como el pantalón, del mismo color,  y trae un portafolio de lujo, hasta parece que guarda ahí una lap top carísima, o muchos billetes, eso nos dicen las esposas que lo atan a él. Seguro se le descompuso su automóvil a unas cuadras, seguro se les extravió a sus guaruras, o se da un baño de pueblo,  es la única manera de que alguien así, tan bien vestido, con el calzado lustrado, el corte del poco pelo sobreviviente inmaculado, la cartera de fina piel de la que asoman varias tarjetas de crédito, aborde una pocilga ambulante.

Paga con un billete de 20 pesos. Tras él se encuentra una señora con un bebé de brazos llorando, un quinceañero en pantalón corto por debajo de las rodillas, talla extragrande, camiseta de resaque, tenis con las agujetas mal amarradas, que embarra un moco en el pasamanos, su novia, más flaca que la esperanza, un viejo con bolsas del mercado y un trovador ambulante que quiere subir para sacar algunos pesos. El camionero le da el vuelto de los veinte pesos.

- Oiga –le dice el  pasajero atípico, analizando cuidadosamente las monedas que le entrega– aquí faltan diez centavos.

El camionero, dibujando una sonrisa, lo observa y encuentra una mirada en la que no aparece para nada un atisbo de broma, como lo había pensado; se inclina para observar la fila obstruida y toma una moneda de veinte centavos para conformar al quejoso.

- Tenga, usted no me debe nada, circulando que hay gente que quiere subir.

- Momento –contraataca el sujeto– yo no le estoy pidiendo a usted que me de dinero de más, quiero que me cobre lo que dice la tarifa, lo justo. Justicia, que es lo que este país ocupa.

-Chinga tu madre –dice el viejo con bolsas de compras y busca otro camión.

- Pero es que no está viendo que no traigo cambio, nadie se ha quejado más que usted –los Beatles se callan con un manotazo del chofer–. Lástima, iniciaba "And I love her".

- ¿Y por qué nadie se ha quejado yo tengo que aceptar su arbitrariedad?

La señora, que lucha por apaciguar a su criatura, implora.

- Ya, señor, deje pasar.

-Espere, señora, no está viendo que aquí hay una anomalía.

-¡Órale, ruco puto, avanzándole! –grita el adolescente–, pon a los Beatles y mándalo a la verga –la flaca asiente, pero lo jala de la mano para tomar otro camión–.

El trovador, como le valen los destinos y los Beatles, deja su mentada de madre y ha trepado a la ruta que venga. El pasaje se incomoda.

-¡Vámonos! –gritan a coro.

-Ya oyó –le dice el chofer al hombre que espera su cambio justo– por lo menos deje pasar a la doña y a su criatura, usted y yo podemos averiguar en el camino.

-No, que se aguante, sólo así podrá tener un mejor futuro su hijo, esto que estoy haciendo es por su educación, usted deme el cambio justo y me muevo.

-Ya le di de más, señor, no haga una guerra por pendejadas.

-Eso es corrupción. Le voy a poner una demanda.

-¿Diez centavos es corrupción? ¿Me va a demandar por diez centavos que le doy de más?

-Sí, es corrupción, usted me quiere comprar con diez centavos para que la otra persona avance, no empuje señora, esto es algo serio.

-Por Dios, señor, déjeme pasar, estoy cansada.

-Más cansado que yo de lo que ocurre en éste país, no creo; si no se aplica rigidez en estas situaciones jamás van a cambiar. Yo estoy dispuesto al sacrificio, me he entregado a él,  de manera que usted, por el bien de su hijo, aguante. Pienso en el futuro de ellos, no de ustedes.

El chofer se irrita.

-Muévase o le pego en la madre.

-Si no se la pegas tú se la pego yo –interviene un pasajero de unos veinte años, como veinticinco centímetros más alto que el elegantioso problemático–.

-¡Ni te atrevas, soy cinta negra! –dice y hace una kata–.

La doña mejor se retira en busca de otro camión con el niño. Berreaba el plebe a morir.

El chofer aprovecha que nadie está en fila y arranca con una sacudida que lanza al elegantioso con todo y portafolio hasta los asientos traseros. La carcajada es general, pero el hombre no parece dispuesto a dejarse vencer. Se incorpora con el portafolio encadenado, sus ojos destilan locura total, iba a decir demencial pero es pleonasmo y realidad al mismo tiempo. Con el camión en movimiento, se toma con las dos manos del tubo superior y lanza una patada voladora que se estrella en la quijada del pasajero altísimo, que cae noqueado, un ¡¡¡ah!!!! temeroso se generaliza, el hombre ha tomado el mando de la situación e inicia un absurdo discurso sobre la integridad, la violencia generalizada y el no dejarse aprovechar por los demás.

Grita, sus ojos acusan rencor, nadie en ese mugre camión es digno de él, nadie en ese camión ni en la vida, él es un ser supremo que va a salvarlos de la violencia y la decadencia y reduce al chofer a un guiñapo  con un doble golpeteo con el codo en las costillas.

El camión se orilla, luce como un avión secuestrado. Muchos piensan que de ese portafolio no tarda en salir una pistola, una metralleta, una granada. El miedo es imaginativo.

Una señora, temerosa, persignándose como si fuera su destino fatal, se atreve a preguntar: "¿Puede alguien como usted tener familia? ¿Entender a los demás?".

-Cállese vieja sonsa, que yo soy mejor que usted.

La señora rasca en su monedero y le ofrece un quebrantado billete de veinte pesos con la mano tembeleque.

-Tenga, pero ya déjenos en paz.

-¡No me haga eso! –le dice arrebatándoselo.

Otro más, animado, levanta un billete, más nuevo,  de la misma denominación. Hace lo mismo y el elegante, bajito, esmirriado, lentecillos, calva avanzada, ceño adusto, en apariencia inofensivo,  grita

-¡Corruptos, corruptos, por eso no sirven para nada!

Los billetes salen a relucir, para los dos primeros billetes de 20 hay otros cuatro y hasta monedas de diez, otras de cinco. El temor a la violencia, el espíritu de sobrevivencia, la intranquilidad, la ansiedad por llegar al trabajo, al hogar es tal que no se miden las consecuencias.

El tipo iracundo, con una siniestra sonrisa que refleja que se siente dueño de todo,  arrebata los billetes y las monedas que le ofrecen, escupe a  los pasajeros que le quedan cerca y  baja del camión, con su impresionante portafolio encadenado a su muñeca,  a esperar que otro pobre chofer no traiga el cambio exacto.

P.D. Yo sí veo periódicos y cualquier parecido con la realidad es mera coincidencia. También me encantan los Beatles.

José Luis Franco

Lo dice el reportero