El síndrome de Estocolmo colectivo

Ramiro Padilla Atondo

28/02/2014 - 12:00 am

Quizá esa sea una buena aproximación a la realidad que vivimos en el país. Un síndrome de Estocolmo colectivo. La aceptación de la violencia y la tendencia a evadir enfrentar los problemas de frente.

Que empaticemos con aquellos  que nos han secuestrado, mutilado, matado. Que lo aceptemos como parte de nuestro destino fatal. Y que esta realidad sea caricaturizada como si en verdad viviésemos en el paraíso terrenal, aquel paraíso donde no hay cincuenta y tres millones de pobres, presidentes semi analfabetas que intentan rescatar al país, políticos que no roban, y una sociedad al borde del colapso.

Y no se trata de ser pesimista. El primer paso para resolver un problema será siempre aceptar que se tiene. Una mujer golpeada que deja de aceptar como normal el comportamiento del marido está en franca recuperación.

Sucede lo mismo a nivel social. Aceptar como normal que haya estados paralelos, que los políticos mientan siempre con la mano en la cintura. Que la descomposición social sea tal que la gente en muchos lugares prefiera los mafiosos al gobierno con las sabidas consecuencias.

Que los barones de la droga sean elevados al altar de los santos seculares aunque los persiga una cortina de sangre.

Ese es el síndrome de Estocolmo colectivo. Empatizar con nuestros secuestradores. Con los manipuladores de información que tratan al televidente como si fuera un niño. Y  que aun con las pruebas en la mano se desdigan. Mire usted, mis palabras fueron sacadas de contexto dicen. Y ante la evidencia innegable hacen mutis. Desaparecen por un tiempo.

Es claro que culpar al estado de todos los males es ridículo. Nosotros también decidimos que es lo que pasa. Si llegamos a este estado de cosas es simplemente porque dejamos de ejercer nuestros derechos. Michoacán es un ejemplo. Toda la autoridad trabajando para un cartel hasta que los ciudadanos dijeron ya basta.

Y muy lejos de allí tipos que fingen que trabajan dicen que no pasa nada. Que es parte de una guerra sucia de los enemigos que no quieren ver progresar el país.

Y en el otro extremo los que aseguran que los líderes de los carteles son un mal necesario. Muchos de estos líderes han crecido a la sombra de un estado que los solapa. Solo que ya se habían puesto rejegos. El estado debe monopolizar la violencia lo dijo Weber. Lo que pasa es que la violencia se ha vuelto tan cotidiana que ya nada nos sorprende. Antes, hasta en las películas  se tenía respeto por los malos.

Hoy son indistinguibles los malos de los buenos. Porque los malos hacen cosas buenas (si no hubiese tantos que los defendieran) y los que se supone que son los buenos se la pasan haciendo cosas malas. Cuando rompamos esta inercia que nos tiene de rodillas empezaremos a sanar como país. Cuando digamos que este tipo de conductas no son aceptables. Cuando dejemos de hablar con admiración de estos personajes que tanto daño nos han hecho.

Cuando dejemos de tratar de justificar a nuestros secuestradores. Ni más ni menos.

Ramiro Padilla Atondo

Ramiro Padilla Atondo. Ensenadense. Autor de los libros de cuentos A tres pasos de la línea, traducido al inglés; Esperando la muerte y la novela Días de Agosto. En ensayo ha publicado La verdad fraccionada y Poder, sociedad e imagen. Colabora para para los suplementos culturales Palabra del Vigía, Identidad del Mexicano y las revistas Espiral y Volante, también para los portales Grado cero de Guerrero, Camaleón político, Sdp noticias, El cuervo de orange y el portal 4vientos.

Lo dice el reportero