Esta pregunta debería de ser una obviedad. Un tipo que con una decisión puede beneficiar o perjudicar a millones de sus ciudadanos, debería en teoría tener las calificaciones necesarias para interpretar la realidad que lo rodea.
Federico Campbell en su libro La invención del poder (Aguilar) diría que el político en general se aísla de la realidad gracias a sus subalternos. Estos le impiden verla.
Por lo regular, un tipo culto tiende a ser más empático que uno que no lo es. Una formación lectora es la mejor vacuna contra las tentaciones del totalitarismo (aun con sus honrosas excepciones, Fidel Castro es un devorador de libros y no se distingue por ser un demócrata).
Para ejemplificar esto, imaginemos a nuestro jefe de estado en una negociación difícil con su homólogo de un país del primer mundo. Su homólogo habla dos o tres idiomas y tiene una formación universitaria sólida. Bien decía Wittgenstein que los límites de nuestro lenguaje son los límites de nuestro mundo.
Nuestro presidente no tiene un dominio completo del español, mucho menos de otro idioma. No se informa ni estudia los asuntos antes de enfrentarlos. Entonces por lo regular saca las conclusiones equivocadas. Porque no es lo mismo empujar una agenda hecha a modo, que enfrentar una realidad distinta en un contexto internacional.
A esto se le llama falta de cultura. Gabriel Zaid decía que no existía una carrera universitaria que te permitiese ser presidente. Y si la hubiera habría una fila larguísima. Entonces si la constitución no exige estudios universitarios para ser presidente al menos debería de ser un buen lector.
Ya es lugar común burlarse de la supina ignorancia de la mayoría de nuestros políticos. De burlarse del presidente también. Porque un jefe de estado debe tener ciertos referentes para guiar su gestión.
Sería bueno preguntar cuánto tiempo dedica el primer magistrado a la lectura y al análisis de los problemas. Qué porcentaje de su agenda está orientada al análisis de los problemas del país.
Como se prioriza la agenda y qué tipo de material se utiliza para su análisis. Digo, por pura curiosidad. No sé qué tiene de importante que un presidente ande inaugurando escuelas. No sé que le aportan al país sus giras de trabajo con sus movilizaciones multitudinarias llenas de acarreados.
Por supuesto que quisiéramos un tipo de la altura de Václav Havel o Rómulo Gallegos. Pero dicen que no es requisito. Lo que sí es requisito es ser popular, porque eso genera votos.
¿Cómo resolvería un jefe de estado asuntos tan complejos como rebeliones indígenas o las fluctuaciones de la bolsa, sin provocar muertos o el escape de los capitales?
¿Cómo intentarlo si no se tienen las herramientas? Porque en nuestro país ya te piden prepa para ser barrendero, carta de no antecedentes penales y otras linduras, pero no hay requisitos para llegar a presidente. Es una contradicción.
Tampoco digo que se necesiten maestrías y doctorados. Salinas y Zedillo son un ejemplo de que los más altos grados académicos no son garantía de una buena gestión. Pero al menos se defendían. No había gente llamándolos idiotas a todas horas.
Y si analizamos los últimos presidentes, fuera de Salinas y Zedillo, de Díaz Ordaz para acá, todos los presidentes han sido de una mediocridad conmovedora (Federico Campbell dixit) Echeverría era un megalomaniaco, “Pepe pillo” un bonvivant con aspiraciones literarias, Miguel de la Madrid como presidente fue el mejor director del FCE, “El zorro con botas” nos hizo pasar innumerables vergüenzas y el enano de Calderón se puso a jugar a la guerra.
Lo que queda claro es que un país cuyos dirigentes son de una mediocridad inadmisible merece sufrir.
Lo bueno que ya vienen elecciones. Hay tiempo para revertir un poco el desmadre en el que se ha convertido el país.
Aquí algo de lo que se escribió de Havel, garbanzo de a libra.






