El escarnio televisado que Trump infligió a Zelenski durante su encuentro en la Sala Oval no sólo fue una lección sobre las relaciones internacionales, sino también una exposición cruda del poder manipulador de los medios. “No tienes cartas qué jugar”, reprendió el Presidente estadunidense a su homólogo ucraniano, mientras periodistas presentes priorizaban el análisis del atuendo presidencial sobre los términos del acuerdo frustrado por gritos y reproches. La atmósfera, ya de por sí enrarecida por la presencia de afines a la Casa Blanca —que hoy veta corresponsales críticos—, culminó en una entrevista de Fox News donde se exigió a Zelenski una disculpa pública a Trump. Como señaló Noam Chomsky: "Los medios son instrumentos de poder, y como tales, reflejan los intereses de quienes los financian".
El espectáculo, por bochornoso, está lejos de ser excepción en el salón de la infamia mediática. La relación tóxica de los medios con los otros poderes, republicanos y fácticos, se repite globalmente.
En Argentina, el escándalo de la criptomoneda LIBRA desató una crisis que salpicó al Gobierno de Javier Milei y sus aliados mediáticos. Una entrevista en la Casa Rosada, cuya versión sin editar delató la complicidad entre el Presidente y el canal Todo Noticias (del Grupo Clarín), evidenció el trueque entre acceso y lealtad. Milei, en represalia por la filtración, declaró la guerra al conglomerado con un veto a una adquisición comercial: "Hoy quieren controlar el 70 por ciento de las telecomunicaciones argentinas. Eso implica que tu celular, tu Internet, todo, estaría en manos del mismo grupo económico", denunció. La trama se enredó aún más cuando se reveló que la última entrevista suya en La Nación —medio vinculado a su aliado en el Gobierno Mauricio Macri— fue un "falso vivo" editado para simular espontaneidad.
En Estados Unidos, The Washington Post —adquirido en 2013 por Jeff Bezos, fundador de Amazon— ejemplifica cómo el capital corporativo distorsiona la independencia editorial. Tras años de aparente neutralidad, el diario viró hacia una línea que prioriza el libre mercado y las libertades individuales, alineándose con los intereses de Bezos. Este giro provocó la renuncia de dibujantes y editores, además de una masiva cancelación de suscripciones. Como ironizó el periodista Carl Bernstein: "La verdadera historia no es lo que publican, sino lo que omiten".
México no está exento de escándalos del poder mediático. El más reciente es el del exgobernador Silvano Aureoles, acusado por sobrecostos en la construcción de siete cuarteles de la Guardia Nacional y señalado por presuntos desvíos presupuestales que dieron vida al medio Latinus, de turbios nexos políticos. Pero no es la única controversia vigente. El magnate Ricardo Salinas Pliego, desprovisto de cualquier fachada de neutralidad, utiliza de manera recurrente una concesión mediática para defender sus intereses personales y atacar adversarios. Con su estrecha vinculación a la ultraderecha y una feroz apología de figuras como Javier Milei y Eduardo Verástegui, el Berlusconi mexicano está convertido en un generador de desconfianza.
Así pues, los escándalos del poder mediático se multiplican como conejos en primavera. Encuestas como las de Reuters Institute o Gallup confirman que pesa un galopante descrédito sobre los medios tradicionales, aunque no hay teoría convincente que explique la crisis. Una hipótesis es que la proliferación de multimillonarios y su creciente influencia política hayan elevado el atractivo de instrumentalizar los medios como un subsidio corporativo cruzado, como podría ser el Washington Post para Amazon y Blue Origin o TV Azteca para Banco Azteca y Elektra. Una segunda es que la crisis no es más que un fenómeno pasajero que coincide con el crecimiento de partidos de ultraderecha antisistema en casi todo el mundo occidental. Otra es que retadores independientes amenazan hoy los negocios de las plataformas tradicionales hasta empujarlas a los brazos del poder económico y el poder político como mecanismo de supervivencia. En todos los casos, se percibe crisis y oportunidad.
No todo está perdido: varias tendencias apuntan a una lenta democratización del poder mediático. En México como en el resto del mundo, la conciencia crítica se agudiza y desvela vínculos antes relegados a las sombras. Audiencias en apariencia descobijadas tienen nuevas alternativas generadas por el cambio tecnológico, si bien acompañadas de concentración sectorial y manipulación algorítmica. El micromecenazgo resta cierta dependencia de las grandes billeteras y empodera opciones independientes. En una era de motosierras, crece también el repudio a la privatización de los medios públicos y algunos se consolidan como contrapeso a los intereses de los magnates en el poder.
En cualquier caso, el bochorno desatado en Argentina, Estados Unidos, México y muchos otros países generará más temprano que tarde llamados a la acción política. Sea en la forma de boicots al consumo, repudio a los subsidios estatales, cancelación de suscripciones o cualquier otra muestra legítima de rechazo, las arenas sobre las que se construyen medios de comunicación tradicionales son más movedizas que nunca. Las audiencias inteligentes sabrán articularse por ciertas causas, votar con los pies y labrar comunidad con quienes compartan la bandera del interés general, no la del entretenimiento pueril o la maximización de utilidades inmediatas. En una era de ultraderechas autoritarias que acechan pastizales color verde dólar, controlar la plaga de blancos conejos camuflados con fango pondría a dieta al zorro hasta prevenir su reproducción.





