
El sino del escorpión fue nacer en la colonia Roma de la Ciudad de México al promediar los años cincuenta del siglo viejo. Vivir su infancia entre el Bosque de Chapultepec y el Parque España, en una “Privada” de las calles de Acapulco construida en 1932: un modesto apartamento de dos recámaras donde habitó con ocho integrantes de su familia. Su adolescencia transcurrió luego cerca de la Plaza Luis Cabrera, en la misma colonia Roma previa a la “sociedad de masas” (Monsiváis dixit) y donde la vida era tranquila y llevadera. Antes de cumplir 15 años abandonó finalmente aquellos rumbos para desplazarse a vivir por otras colonias de la capital. ¿Qué fue de aquella patria de infancia?, se pregunta ahora el venenoso, después de tres años de haber dejado la ciudad para exiliarse en un espartano cuarto a la orilla del mar.
En su memoria, el alacrán evoca aquella patria de la niñez en los versos del poema “Declaración de amor”, de Efraín Huerta: Ciudad que lloras, mía, / maternal, dolorosa, / bella como camelia / y triste como lágrima, / mírame con tus ojos / de tezontle y granito, / caminar por tus calles / como sombra o neblina. Pero luego se le pasa lo melancólico, se pone realista y pregunta ¿a quién se le ocurre vivir en una ciudad a más de dos mil metros de altura, sobre un lago, en una zona sísmica, donde al aire se estanca en el cielo y junto a un volcán activo? Pues a cerca de diez millones de personas, y eso sin contar la zona conurbada.
Atorado en un transporte público deteriorado y sucio, atascado en un congestionamiento vial, mojado hasta las rodillas en una inundación urbana, respirando apenas con voluntad suicida el ozono y la peligrosa contaminación, corriendo ansioso por la escalera de emergencia durante alguno de los frecuentes sismos y sus angustiantes alarmas sonoras, huyendo de algún intento de atraco a media noche en una calle oscura, resistiendo el acoso policiaco “por actitud sospechosa” o indignado por cómo los depredadores sexuales en el Metro asediaban a su compañera, ante todo esto y más, insiste el arácnido, cuántas veces nos hemos preguntado ¿quién nos engañó, quién nos dijo que esta era calidad de vida, dónde está esa vida digna a que todos aspiramos, quién es el autor de esta gran mentira escenográfica que nos venden como “la región más transparente”, “la ciudad de la esperanza”, “la ciudad diversa y pluricultural”, “la ciudad de todos” y demás demagogia?
La Ciudad de México enfrenta en 2025 los desafíos estructurales de siempre y que nunca se resuelven, más otros nuevos. Este centro cultural, político y económico es un embrollo mayúsculo e ingobernable (¿verdad, Clara?). Nuestro entorno urbano ha revelado profundos problemas sociales, ambientales y de gobernanza. Vuelve entonces el alacrán a Efraín Huerta, pero ahora a la otra cara de su poema de amor, la “Declaración de odio”: Los días pesadísimos de la ciudad / como una cabeza cercenada con los ojos abiertos. / Estos días como frutas podridas. / Días enturbiados por salvajes mentiras. / Días incendiarios en que padecen las curiosas estatuas / y los monumentos son más estériles que nunca.
Continúan los problemas tradicionales, como el negocio mafioso del manejo de la basura y el consecuente riesgo de inundaciones por coladeras tapadas con residuos y drenajes obstruidos por objetos inconcebibles. Esto ha ocasionado en esta temporada de lluvias que ríos como el Becerra y cuerpos de agua como la presa San Francisco estén obstruidos por toneladas de basura acumulada, en consecuencia, colonias de las alcaldías Álvaro Obregón y Naucalpan hayan experimentado inundaciones que afectan viviendas, vías de transporte y comercios.
De igual forma, persiste la infraestructura urbana deteriorada, el estado de las vialidades en alcaldías como Benito Juárez, Cuauhtémoc y Azcapotzalco representa otro problema mayúsculo para el funcionamiento de la ciudad. Baches, fugas de agua, falta de señalización e iluminación y mantenimiento deficiente provocan accidentes y retrasos cotidianos que afectan a peatones, automovilistas y ciclistas. El problema va más allá de una simple falta de presupuesto. Se relaciona con una visión fragmentada del desarrollo urbano, donde la planificación ha sido sustituida por intervenciones reactivas y de corto plazo (las Utopías).
También la inseguridad persiste. A pesar de los esfuerzos oficiales por disminuir la violencia, los niveles de inseguridad continúan siendo una preocupación central para los capitalinos. Alcaldías como Tláhuac, Xochimilco y Miguel Hidalgo reportan altos índices de robos, asaltos y delitos de alto impacto. Más allá de criminales como los llamados “montachoques”, lo más común es la actuación de policías corruptos, por ejemplo, esos agentes que en los límites de la ciudad y el Edomex se dedican a reportar las placas de un automóvil como robado, para inmediatamente amenazar a los conductores de esos vehículos malamente reportados.
Bueno, pues a todo esto, ahora el escorpión observa que se añade la gentrificación y el desplazamiento social en su patria de infancia, donde luego de la invasión de mesas de cafés a media banqueta y a media calle, colonias como Roma, Condesa y Juárez viven una transformación acelerada impulsada por el auge de los llamados “nómadas digitales”, así como por inversiones inmobiliarias que priorizan el turismo y el consumo. Aunque esta modernización ha traído consigo mejoras en infraestructura y servicios, también ha generado el desplazamiento de residentes tradicionales ante el aumento desmesurado de rentas.
Protestas vecinales como las realizadas ante a la construcción de Mitikah, los desarrollos de Airbnb y construcciones verticales, así como las protestas ocurridas la semana pasada (contaminadas de xenofobia y violencia) reflejan el malestar de comunidades que sienten que han perdido el control sobre su espacio. En la raíz del problema está la falta de regulación urbana y la escasa oferta de vivienda accesible, lo que deriva en una creciente polarización social.
Luego de este extrañamiento de su ciudad de infancia, el escorpión vuelve a su cuarto junto al mar para recordar las palabras del escritor inglés Lawrence Durrell: “Tu ciudad va contigo, la llevas en tu corazón”.





