Alejandro De la Garza

Posverdad a la mexicana: la verdad relativa, negociable, emocional

"La posverdad es impulsada por la polarización política, la fragmentación informativa y la crisis de confianza en las instituciones, y la hallamos por igual en discursos oficiales que niegan datos duros, como en narrativas conspirativas opositoras que circulan en redes, o en la misma ciudadanía que prefiere el relato que le acomoda al que le incomoda."

Alejandro De la Garza

23/08/2025 - 12:02 am

Un joven que vende sombreros igualtecos se detiene frente a un puesto de periódicos para leer los titulares del día. Foto: Margarito Pérez Retana, Cuartoscuro

El sino del escorpión reflexiona sobre su oficio y observa una obviedad: el periodismo ya no es lo que era, y esto, lejos de ser un lamento nostálgico o una añoranza melancólica, es la constatación directa del “estado del periodismo”. Vivimos en pleno vértigo informativo, entre el descrédito institucional, las fakenews opositoras y la abrumadora saturación digital. Este exhaustivo caos informativo es el caldo de cultivo ideal donde se impone y crece la posverdad con su relato emocional que mata al dato duro.

En la posverdad, el hecho es superado por la emoción, no es sólo la proliferación de mentiras, sino un cambio cultural más profundo: la tendencia a valorar las creencias personales por encima de los hechos verificables (¿la ficción del yo?). En esta era de la posverdad, lo que importa no es si algo es cierto, sino si confirma lo que ya creemos. La verdad se vuelve relativa, negociable, emocional. “La verdad es irrelevante”, afirmó Raymundo Riva Palacio, periodista alicaído hoy, pero durante mucho tiempo “subsidiado” por el régimen en turno.

La posverdad no es un concepto abstracto o un término académico relegado a congresos o libros, insiste el alacrán, el concepto está en cada tuit incendiario, en cada TikTok mentiroso, en cada boletín oficial que maquilla cifras y en cada charla de los mentideros políticos en los que creemos sin dudar siquiera. La posverdad no significa que no existan datos duros, investigaciones serias y cifras oficiales confiables. Significa que esos datos pierden peso ante la fuerza de la emoción, el sectarismo tribal o el interés político. Ese desplazamiento de la razón por la pasión tiene al espacio público convertido en una arena donde el grito supera al argumento y la narrativa vence al hecho.

La posverdad es impulsada por la polarización política, la fragmentación informativa y la crisis de confianza en las instituciones, y la hallamos por igual en discursos oficiales que niegan datos duros, como en narrativas conspirativas opositoras que circulan en redes, o en la misma ciudadanía que prefiere el relato que le acomoda al que le incomoda. En nuestro país, donde la política se vive como espectáculo y la ciudadanía como tribu digital, la posverdad es un obstáculo para la democracia, para el periodismo y para nuestra capacidad de convivir como sociedad.

Como en muchas democracias contemporáneas, en México la verdad ha dejado de ser un punto de partida para convertirse en un campo de batalla. La posverdad se ha instalado con fuerza en el discurso público, en el relato opositor y aún en el intercambio violento entre tribus digitales ciudadanas. No es sólo una moda semántica ni una exageración académica, es una forma de gobernar, de oponerse al gobierno y de participar en la conversación digital con narrativas que apelan a la emoción antes que a la evidencia.

Muchos gobierno estatales y municipales, y también algunos funcionarios federales, utilizan el discurso oficial como blindaje emocional frente a las crisis y esgrimen la posverdad como herramienta de supervivencia política. Cuando la realidad se torna incómoda —corrupción de políticos, impunidad, aumento de la violencia criminal, protestas de grupos sociales e incluso críticas periodísticas—, se construye un relato que niega, minimiza o reinterpreta los datos. Ese relato oficial no busca convencer a un público crítico ni ganarse a todos los ciudadanos. Su meta es consolidar una base leal, un electorado para la batalla política.

En el otro extremo del espectro político, la oposición también ha abrazado la posverdad, no para articular tras de sí una base leal, sino para generar indignación masiva, frustración, odio. Se difunden cifras sin fuente, comparaciones con gobiernos autoritarios o catástrofes ajenas, incluso bajezas y majaderías de cloaca, y se pinta un México apocalíptico donde sólo un cambio radical podría salvarnos. Esa narrativa catastrofista empobrece el debate público. Al insistir en que vivimos en una dictadura “de facto” o que el país está “peor que Venezuela”, quienes denuncian suenan desesperados y desprovistos de propuestas factibles. La posverdad opositora sacrifica la evidencia por los efectos melodramáticos y políticos telenovelescos.

A su vez, las plataformas digitales son el terreno más fértil de la posverdad. En México, circulan cadenas de WhatsApp que aseguran que los libros de texto gratuitos son doctrina comunista para los niños, mensajes de Facebook que atribuyen fraudes inexistentes a políticas sociales, y memes en TikTok que manipulan videos para desacreditar a políticos o funcionarios, a periodistas y adversarios. Los algoritmos premian la indignación y la sorpresa, no la veracidad. Un rumor extremo —aunque sea falso— se comparte mil veces más rápido que una corrección documentada, mientras la verificación de datos lleva horas o días.

Pero la posverdad no es sólo labor de actores políticos o redes sociales, reitera el venenoso, cada tribu digital, cada ciudadano aporta su grano de arena al boicot de la verdad cuando elige confiar únicamente en su grupo, en su voz de WhatsApp, en sus tías de Guadalajara, en la “izquierda pura o impura”, en sus iguales o en el medio más cercano a sus vísceras. La desconfianza en instituciones y medios independientes crea tribus informativas que repelen, incluso con agresiones y campañas negras, cualquier dato que las saque de su zona de confort.

Esta erosión de la realidad compartida tiene consecuencias tangibles, lamenta el arácnido. La posverdad genera apatía y cinismo, odios y rencores, males que desarman a la ciudadanía y favorecen la concentración del poder. Cuando nadie confía en nada ni en nadie, el terreno queda disponible para manipuladores, para el autoritarismo y la corrupción sin tropiezos. La posverdad debilita también al periodismo cuando los medios veraces pierden audiencias ante aquellos que ofrecen certezas emocionales.

El periodismo mexicano enfrenta violencia contra periodistas en regiones dominadas por el crimen organizado y por poderes locales autoritarios, concentración mediática, precarización laboral y censura (nuevas prohibiciones y demandas legales). Pero el escorpión quiere pensar que también hay iniciativas valientes, creativas y comprometidas que resisten y renuevan el oficio. Medios independientes, colectivos de periodistas, proyectos de periodismo de datos, redes de verificación y plataformas colaborativas que representan las nuevas formas de informar, investigar y narrar.

@Aladelagarza

Alejandro De la Garza

Alejandro De la Garza

Alejandro de la Garza. Periodista cultural, crítico literario y escritor. Autor del libro Espejo de agua. Ensayos de literatura mexicana (Cal y Arena, 2011). Desde los años ochenta ha escrito ensayos de crítica literaria y cultural en revistas (La Cultura en México, Nexos, Replicante) y en los suplementos culturales de los principales diarios (La Jornada, El Nacional, El Universal, Milenio, La Razón). En el suplemento El Cultural de La Razón publicó durante seis años la columna semanal de crítica cultural “El sino del escorpión”. A partir de mayo de 2021 esta columna es publicada por Sinembargo.mx

Lo dice el reportero