
I
La hormiga camina de cabeza
en las nubes del parabrisas;
mientras el estornudo en la curva
se despide del mundo.
Y sentados en el visionario balcón
creemos todavía
que si es posible
curar el dolor.
II
La vela encendida,
una suerte de evocación,
aparenta la media luna
de un sueño esquivo,
en la pared blanca del silencio.
Todo tiene su origen
en la inmensidad,
cada célula está impregnada
de su nocturno trayecto a la luz.
III
Al bajar los escalones
la mariposa se posa en el corazón,
sus alas son ya el palpitar;
el viento deja ese mutuo anhelo
de ser alma y cuerpo
por un momento.
Afuera,
el ruido es abrumador,
adentro también;
el mundo
convertido en cápsulas digitales
se acumula en la química de los cuerpos:
la textura emotiva es su aturdimiento,
altera la frecuencia de la comprensión
y desplaza su voluntad al paredón
de las acusaciones y reclamos,
un ajuste de cuentas permanente;
la incapacidad de amar la libertad
al pretender impedir el poder
de creación
de cada quien.
Algo tendremos que hacer,
ante la vida
y su descomunal ironía
que cada día renueva.
Hemos dejado de creer
y en ese limbo existencial
la tragedia se expande
por los poros de la conciencia.
IV
Compartir la dicha
de estar en la misma casa:
esta tierra ondulante
este cielo inacabable;
la inclinación de las ramas,
el humilde secreto de comprender
sin imponer,
el tiempo de cada uno
donde se conjuga el conocimiento
encarnado de acompañarnos,
sin amenazas,
al atrevernos a cruzar
los puentes de la infancia,
de las edades,
que se despliegan e intercalan
en una suerte de danza,
que nos reconoce en el gozo
del agradecimiento,
a pesar del abismo que crece
y nos circunda.
V
La habitación del cuerpo
en su holograma biológico
es la lluvia;
la resonancia aguda y grave de sus gotas,
su persistencia nocturna
raspa la madrugada
en los techos de lámina,
mientras los sueños cabalgan
y se dispersan
en los sembradíos
de temores, fallas y aciertos.
Cada día tiene su talante,
su negociación de incidir,
a veces se adelanta
al trazar un rumbo.
Saberlo seguir
más allá de tropiezos,
enfados, tormentas
saberlo seguir…
Esta intuición
que es nacimiento puro.
Rendija:
No se exhibe una ruta de entendimiento, se ahonda la dinámica de confrontación, no se aprecia la metamorfosis misma del contexto que obliga a modificar, no sólo discursos, sino las estrategias de cohesión que eviten una debacle generalizada que a nadie beneficia.
La radicalización sistémica digital se convierte en una trampa impresionista, que sólo ahonda las fracturas propias del poder en la era imperial de lo desechable. La evaporación de los contenidos sella la confrontación permanente, que impide oxigenar los cambios que las ideologías como lastres no pueden ocultar.
El desastre ético que desnuda los discursos y prácticamente los evapora; no tienen ya resonancia: La cruda realidad obliga a la pausa y al silencio, como clara señal de una conciencia viva que está dispuesta y obligada a asumir un nuevo camino.
Se perdió el tono político, cada vez es más una guerra entre pandillas.
La acumulación de riqueza para imponer el poder político en todos los órdenes de la República, se convierte en un agujero negro que puede engullir a la Nación. De esa hondura es el desafío que enfrentamos, y ahora sí, nadie se escapa a ejercer su responsabilidad de reencontrar la posibilidad de poder pronunciar el nombre de México, sin temor, ni vergüenza.





