
El sino del escorpión fue a escapar de la Ciudad de México hace ya tres años. Su amada ciudad de infancia, juventud y madurez ya no existía. Salió por ello autoexiliado hacia alguna costa pacífica donde vivir con algo de tranquilidad, aunque ciertamente de forma espartana por no decir precaria.
Como el poeta Efraín Huerta y como casi todos sus habitantes, el alacrán ama y odia la Ciudad de México, pero más allá de esa bipolaridad afectiva, la sombría realidad es que esa ciudad le parece inviable por varios problemas: insostenibilidad ambiental, concentración demográfica caótica, deterioro de la infraestructura urbana, insuficiencia de transporte y dificultades para la movilidad, además de sismos y tremores tan impredecibles como frecuentes y, por si fuera poco, la incidencia violenta del crimen organizado en la gobernabilidad.
El venenoso no quiere aburrir a sus lectores con un diagnóstico técnico, por ello abrevia los principales problemas que la urbe debe resolver sólo en los próximos tres años. El primero sin duda es el agua. Se padece ya un insuficiente abasto de este recurso al tiempo que proliferan las inundaciones, lo que perfila una crisis hídrica. Sequías localizadas, pérdidas en redes y desigual distribución e inundaciones frecuentes.
El sistema Cutzamala, que suministra gran parte del agua, opera a niveles críticos (del 25-30 por ciento de su capacidad en 2024, según las autoridades). La sobreexplotación de acuíferos, la pérdida por fugas (hasta 40 por ciento del suministro) y el cambio climático agravan el problema.
La inmovilidad urbana y el congestionamiento de personas y vehículos es ya omnipresente en cualquier rumbo y a cualquier hora. La infraestructura es insuficiente y la irracional expansión del parque vehicular siguen dañando la calidad del aire. Por si fuera poco, falta mantenimiento urbano e infraestructura básica: baches, fallas en drenaje e inundaciones recurrentes señalan deterioro operativo y falta de inversión en mantenimiento preventivo.
La ciudad sufre episodios frecuentes de mala calidad del aire, especialmente por ozono y partículas PM2.5, exacerbados por el tráfico vehicular y la actividad industrial. Aunque se han implementado medidas como el programa “Hoy No Circula”, se necesita una transición agresiva y sistemática hacia transporte público eléctrico y energías renovables, aún si esta transición no alcanza a garantizar que las cosas mejorarán pronto.
La concentración demográfica es irracional y la urbanización está descontrolada. Con cerca de 22 millones de habitantes en el área metropolitana (2025), la presión sobre vivienda, transporte y servicios es enorme. La expansión urbana desordenada ha reducido áreas verdes y aumentado la vulnerabilidad ante desastres naturales, como los sismos. A lo anterior se añade la vertiginosa gentrificación que expulsa a más y más habitantes hacia zonas periféricas mientras encarece las rentas y alienta transacciones inmobiliarias ilegales.
Suma y sigue: la ciudad se hunde a un ritmo de 20-40 cm por año debido a la extracción de agua subterránea y su ubicación sobre un lago desecado. Esto daña infraestructura, incrementa riesgos de inundaciones y complica la planificación urbana. La mitigación requiere reducir la dependencia de acuíferos y restaurar cuerpos de agua, como se asegura está ocurriendo ya en el lago de Texcoco.
El antiguo DF está en una zona de alta actividad sísmica. Aunque se han mejorado los sistemas de alerta digitales y las taquicárdicas alarmas urbanas, y también se reforman las normativas de construcción, miles de edificaciones antiguas no cumplen con estándares de seguridad y son un riesgo constante (mientras el alacrán escribe esto la colonia Roma se sacude).
Otro factor de importancia superlativa es la desigualdad social, a la que se añade una extendida economía informal. La desigualdad social y la falta de acceso equitativo a servicios básicos, como salud y educación, son determinantes en la calidad de vida. A ello se añade la falta de trabajo formal por sus precarios salarios, más la dependencia de un gran sector informal (más del 50 por ciento de la fuerza laboral) que si bien resiste y da sustento a cientos de miles de familias, no deja de ser una anomalía económica irresuelta, que influye en el desarrollo sostenible, los bajos salarios y falta de prestaciones.
El alacrán insiste, además, en que el crimen organizado, el narcotráfico y las bandas delictivas son hoy factores que inciden directamente en la capacidad de la Ciudad de México para gobernarse, atraer inversión, ofrecer seguridad básica y mantener servicios públicos. Su impacto es sistémico y permea la economía formal, la gestión municipal y la vida cotidiana.
La extorsión que afecta a comerciantes, microempresarios y transportistas eleva costos operativos y empuja a la informalidad. Y cuando la corrupción penetra las instituciones erosiona la gobernanza y lleva a que las decisiones de obra, permisos y operativos sean distorsionadas por intereses ilícitos. La violencia genera además desplazamientos internos y reconfigura la geografía del riesgo. Hay barrios y zonas enteras estigmatizadas, que pierden inversiones y servicios mientras se consolidan en su interior economías y bandas ilegales.
El escorpión ha leído de los muchos planes para la Ciudad que tienen las autoridades —desde la Jefa de Gobierno hasta las alcaldesas, y alcaldes—, en respuestas a estos serios, extendidos y numerosos problemas. Quisiera pensar, en efecto, que hay avances, pero el déficit y la dificultad en lograr instrumentos de planeación inclusivos, que incorporen las demandas ciudadanas casi por colonia, así como la ausencia o el retraso en planes urbanos y en normativas, generan dudas.
Acaso el alacrán exagera y esa distopía llamada Ciudad de México sigue siendo viable como metrópoli por su concentración de capital humano, sus instituciones, su mercado y comercio multimillonarios y sus extensas redes culturales, pero su sostenibilidad y calidad de vida enfrentan fallas estructurales en planeación, infraestructura y gobernanza casi insuperables. El alacrán se ha referido aquí a problemas inmediatos, pero es indudable que a mediano y largo plazos se requiere de otro modelo de desarrollo, uno distinto que integre tecnología, equidad social y conservación ambiental para enfrentar los viejos y nuevos desafíos.
@Aladelagarza





