La esencia del juego suma cero es clara: lo que un jugador gana es lo que el otro pierde. Desde la perspectiva de Washington ese es justamente el tipo de relación política que hoy tiene con China, de ahí la hostilidad del Presidente Donald Trump hacia la potencia asiática.
En 2024 el PIB de China, país con alrededor de mil 410 millones de habitantes, creció al 5.4 por ciento anual en tanto que el de los 340 millones de norteamericanos lo hizo a sólo la mitad: 2.8 por ciento. ¿A dónde puede conducir esta dinámica?
Seguir de cerca la competencia y confrontación de las grandes potencias es siempre un gran espectáculo. Su movimientos y choques se asemejan en algo al de los gladiadores en el circo romano, pero con una gran diferencia: hoy y con frecuencia la sangre que puede correr la derraman no los actores centrales sino los periféricos. Y es que un choque directo entre las potencias atómicas puede llevar a la hecatombe nuclear mundial. Es por eso si en el pasado las grandes potencias nunca descartaban la posibilidad de enfrentarse directamente, en esta era atómica recurren al uso de peones y en teatros periféricos. Ejemplos de lo anterior no escasean: la guerra civil en Grecia (1946-1949), la de Corea (1950-1953), el conflicto por el canal de Suez (1956) y docenas de otros eventos como golpes de Estado o de guerras civiles intervenidas por una o ambas de las potencias dominantes como ocurrió en Guatemala (1954), el Congo (1960-1965), Angola (1961-1975), en la crisis de los misiles en Cuba (1962), en el golpe militar en Chile (1973), en la guerra de los Balcanes (1991-2001).
El sistema de poder internacional que provocó las dos guerras mundiales del siglo XX estaba influido por los intereses de varias potencias europeas más los de Estados Unidos y Japón. En aquella coyuntura China fue apenas una expotencia histórica y el objeto del deseo del imperio japonés y de su proyecto de hegemonía: “La Esfera de Coprosperidad Asiática”. A partir de la derrota de la Alemania nazi y sus aliados el sistema mundial fue diferente al multipolar de la época de entreguerras. Esta vez se trató de uno dominado por sólo dos poderosos: Estados Unidos y la URSS, y cuya rivalidad llevó a una larga “Guerra Fría” entre ellas, pero con numerosos choques calientes en las periferias. En esa bipolaridad en tensión permanente una China pauperizada y en reconstrucción como resultado de su lucha contra Japón -China había sufrido alrededor de 20 millones de bajas civiles y militares entre 1937 y 1945- apenas si fue tomada en cuenta.
La bipolaridad anterior llegó abruptamente a su fin en 1991 con la desaparición de la URSS. Inevitablemente a ese sistema con dos polos lo sustituyó un sistema con un indiscutible centro en Washington. Sin embargo, ese arreglo de unos Estados Unidos super dominante pareciera estar llegando a su etapa final. El momento cumbre de este período en el que aún nos encontramos lo simbolizó el lanzamiento encabezado por dos intelectuales públicos de derecha norteamericanos -Robert Kagan y William Kristol- que desde Washington y en 1997 anunciaron con gran confianza y entusiasmo un Proyecto para el Nuevo Siglo Americano. Sin embargo, ese proyecto que pretendía trazar las grandes líneas políticas que iban a permitir mantener la supremacía norteamericana por cien años más ¡sobrevivió apenas una década! pues en 2006 desapareció y quedó claro que desde su inicio tal pretensión estaba fuera de contexto.
En la actualidad ya es posible afirmar que China ha alcanzado el estatus de superpotencia y eso inaugura una nueva etapa de bipolaridad. En la llamada “guerra de los aranceles” que le ha declarado el Presidente Donald Trump al mundo se anunciaron tarifas a China ¡¿del 140 por ciento?! Como sabemos al final Washington simplemente se vio obligado a desistir de su empeño y aceptar la derrota.
En un ensayo reciente en el New York Times titulado El momento en que China demostró que había logrado paridad con Norteamérica (The Moment China Proved It Was America's Equal (11/19/25), Rush Doshi, un experto en China y que fue miembro del Consejo de Seguridad del Presidente Biden, sostiene que Washington ya necesita de aliados para mantener la política de competencia con China pues por sí sólo no podrá imponerse sobre una China que va acumulando poder económico a una velocidad sorprendente. Lydia Polgreen, otra experta en el tema llega a la misma conclusión y en el mismo diario, aunque desde esta perspectiva: China ¡busca “usurpar” el lugar que “por derecho” le corresponde a Estados Unidos: mantenerse a la cabeza del mundo! (11/21/25). En fin, que ya es notorio que Estados Unidos ya tiene compañía en la cúspide de la pirámide del poder mundial.
ESTILOS MUY DIFERENTES
Como lo ha subrayado un reconocido experto en los procesos de globalización, el economista y profesor de la Universidad de Columbia, Jeffrey Sachs, China en su historia milenaria sólo excepcionalmente buscó invadir y colonizar a sus vecinos. El enorme y unificado imperio chino no fue imperialista al estilo de Europa o de Estados Unidos porque, entre otras cosas, sus recursos humanos y naturales lo hicieron autosuficiente por milenios. Las tres pequeñas carabelas de Colón que inauguraron la globalización del imperialismo europeo eran poca cosa frente a la gran flota china de entonces -docenas de grandes barcos de cinco mástiles y que incluían además de varios miles de tripulantes y soldados hasta una biblioteca- comandada por el almirante Zheng He que se hizo a la mar entre 1405 y 1433 y llegó al África y a la península arábiga. Zheng He capitaneó siete expediciones, pero ninguna en plan de conquista y colonización como lo hicieron los europeos en América sino sólo para dar a conocer al mundo la importancia de la civilización y el imperio chinos.
Hasta hoy China con pleno dominio de la tecnología más avanzada pareciera buscar fuera de sus fronteras mercados y materias primas para mantener la dinámica de su economía, pero no necesariamente imponer su modelo económico ni su predominio sobre los procesos políticos domésticos en las sociedades con las que está tejiendo su compleja red comercial.
EN CONCLUSIÓN
A querer que no para México y por un futuro difícil de vislumbrar, la influencia del “factor norteamericano” seguirá siendo un elemento determinante de su evolución económica, política, social y cultural. Sin embargo, ya es conveniente empezar a diseñar los futuros posibles para nuestro país a partir de suponer un declive relativo y paulatino de la superpotencia vecina del norte y de la posible formación de una estructura de poder internacional diferente a la actual, una con posibilidades de mayor juego político para actores como México.
Una gran incógnita respecto a los futuros posibles es la pregunta que da título a la columna: ¿la nueva bipolaridad en ciernes será una de tensión permanente al estilo de la vieja Guerra Fría o la potencia en descenso aceptará como inevitable lo que sugiere el título mismo del libro de Emma Ashford First Among Equals, Primero entre iguales, (2025). La dinámica del ascenso actual de China permite suponer que ese primer lugar que hoy Estados Unidos tiene y sostiene, sobre todo por su poder militar, pero ya no por el económico y científico, puede cambiar y que el futuro de largo plazo del sistema mundial ya no será tampoco de una bipolaridad China-Estados Unidos sino de una multipolaridad compleja y no exenta de peligros.
El primer peligro de la evolución política actual del sistema mundial ya es evidente: Trump y los suyos se están negando a aceptar la realidad y siguen empeñados en actuar como si Estados Unidos siguiera teniendo la capacidad de imponerse sobre el resto del mundo. El caso de la agresividad de Washington frente a Venezuela es el ejemplo actual de la insistencia norteamericana de actuar como director de un mundo que ya no puede ni debe comandar una sola superpotencia.





